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domingo, 20 de abril de 2025

Nosotros también ya estamos resucitando…

 

   Estamos celebrando la Resurrección de Jesús: la liturgia conecta místicamente nuestro presente con los sucesos pascuales vividos por los primeros discípulos y, de este modo, también nosotros participamos hoy de la Vida, Luz y Amor que irradian de Jesús Resucitado.

   Pero también es verdad que Jesús resucitó hace casi 2000 años: los mejores cálculos ubican el domingo 9 de abril del año 30 el momento en que las mujeres descubren el sepulcro vacío y comienzan las apariciones de Jesús Resucitado. Así que ­–a pesar de que cada año recordamos también la Pasión– en realidad, desde el 9 de abril del año 30 no existe otro Jesús, que Jesús Resucitado.

   Por otra parte, sabemos que cuando fuimos bautizados fuimos incorporados a Cristo como miembros suyos… y (recordando lo que destacamos recién): entonces, en nuestro bautismo, fuimos incorporados a Jesús Resucitado.

   Y, si la Resurrección es realmente esa fuerza de Vida, Luz y Amor que decimos, ese día algo tiene que haber sucedido en nosotros: ¿qué sucedió? Pues mucho: se limpió todo pecado, pena y culpa que hubiera en nuestra alma; se nos infundió la condición de hijos de Dios, con la gracia divina, el carácter sacramental y las virtudes teologales… y la Trinidad entera vino a habitar en nuestro corazón.

   Dicho de otro modo: el día de nuestro bautismo la Resurrección de Jesús desembarcó realmente en nuestro corazón… y comenzó a resucitarnos “de adentro para afuera”: primero el núcleo de nuestro corazón (como dijimos recién). Y luego, sobre todo si no ponemos demasiados obstáculos al trabajo de Dios que quiere salvarnos, la Resurrección va tomando otras áreas de nuestra personalidad: con la fe creciente transforma nuestra mente para que entendamos las cosas como las entiende Dios; con la esperanza transforma nuestra afectividad para que deseemos y sintamos según Dios; con la caridad transforma nuestro ser entero para que nuestros pensamientos, palabras y obras sean los de hijos de Dios.

   Finalmente, será resucitado nuestro pobre cuerpo mortal, como último paso de salvación de ese proceso que ya está en marcha en nosotros desde el día de nuestro bautismo…

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