Jesús
celebró la Última Cena en el salón de una casa; así, por ejemplo, nos lo cuenta
Marcos: Jesús “envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad…
y díganle al dueño de la casa: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que
voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?». Él les mostrará en el piso
alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos
allí lo necesario».” (Mc 14, 13‒15).
Allí, en esa “sala del piso alto” se siguen
reuniendo los discípulos después de la Ascensión: “Los Apóstoles regresaron
entonces del monte de los Olivos a Jerusalén… Cuando llegaron a la ciudad,
subieron a la sala donde solían reunirse… Todos ellos, íntimamente unidos, se
dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de
Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1, 12‒14).
Lo que vemos aquí es que el lugar de
reunión, oración y celebración del memorial eucarístico es una casa... no un
templo especial.
Lucas nos sigue contando que sucede lo mismo
cuando el cristianismo empieza a difundirse en la ciudad de Jerusalén,
incorporando a miles de creyentes: “Todos se reunían asiduamente para escuchar
la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del
pan y en las oraciones… partían en las
casas el pan, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos
alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor
acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse” (Hch 2, 42-47).
Luego, cuando Pedro estuvo preso “la iglesia
oraba insistentemente por él a Dios” (Hch 12,5). Y, a continuación ‒cuando es
liberado milagrosamente‒ Pedro “consciente de su situación, marchó a la casa de
María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos
reunidos y en oración. Llamó él a la puerta del vestíbulo y salió a abrirle una
servidora llamada Rosa…” (Hch 12,12s).
Y otro ejemplo que podríamos agregar aquí es
“la reunión para la fracción del pan” en una casa de Tróade en que están
presentes Pablo y Lucas en Hch 20,7ss.
¿Qué vemos en estos textos? Que el lugar de
reunión para la oración y la celebración eucarística son las casas de familia;
y que hay una presencia significativa de las mujeres (la Madre del Señor, la
madre de Marcos (el evangelista) en cuya casa se reunían, y Rosa).
Hasta entrado el siglo IV las cosas
siguieron así: el arte cristiano primitivo aparece en salas de casas de familia
que se usan para las celebraciones y reuniones de oración.[1]
Esto hacía que las reuniones y celebraciones tuvieran una calidez familiar, y
una natural presencia laical y femenina. Este clima familiar está en plena
sintonía con la palabra “Abbá” (=
Papá), que es la mayor originalidad teológica de Jesús,[2]
y con la sencillez del pan y del vino como signos centrales de su memorial.[3]
Y recordemos otro elemento de esos primeros
siglos que reforzaba el clima hogareño y la presencia femenina: los mismos
ministros de la Iglesia eran casados ‒y padres de hijos e hijas‒ pues el
celibato empieza a difundirse más tarde (y en Occidente).
Cuando Constantino en el año 313 promulga el
Edicto de Milán que declara al cristianismo religión permitida, genera algunos
beneficios y algunos problemas. El problema que aquí nos ocupa es que
Constantino traslada el culto cristiano a la basílica, que era un suntuoso edifico estatal para usos múltiples (“basílica” viene de “basileus” = “rey”).[4]
Y pone la mesa de la celebración en el lugar
alto que usaban los funcionarios del
poder (gobernadores, jueces) modificando completamente el escenario de la celebración
que había elegido Jesús y que continuaron los apóstoles: la casa, la mesa
familiar, la cena. Así también alejó a los ministros del resto de la comunidad,
y los revistió de un aura de poder que el propio Jesús no quiso para sí. Al
contrario, Jesús en la Última Cena
no se revistió, sino que “durante la cena… se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y… se puso a lavar los pies de los
discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido” (Jn 12, 2-5).[5]
Los historiadores del arte cristiano ‒que
se entusiasman con la aparición de los grandes edificios de Constantino‒ no
prestan casi atención a la situación fundacional que representan Jesús, los
Apóstoles y los primeros siglos cristianos. Peor aún: los especialistas en
Liturgia no hablan de esto en sus libros, en los que suelen dedicar unas
poquísimas páginas a veinte siglos de historia.
Con trazo grueso, podemos decir que desde
Constantino hasta el Renacimiento la grandeza y el lujo de los templos
cristianos se fue incrementando, alejándose cada vez más de la sencillez
hogareña original. Y en el contexto del Renacimiento estalla la Reforma
Protestante que entre otras cosas busca (de modo no muy atinado) el retorno a
esa sencillez.
En esta época en el Espíritu nos está
impulsando a seguir adelante con la reforma de la Iglesia creo que es bueno
volver la mirada “a las fuentes” como nos proponía ya el Concilio Vaticano II.
[1] Véase al respecto: Huyghe, René,
El arte y el hombre, Barcelona, Planeta,
1966; Tomo II, pp. 2‒13.
[2] Jeremías, Joachim, Abbá. El
mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 2005, pp. 66‒68.
[3] Para ampliar sobre estos dos
últimos elementos pueden verse en este mismo blog, las reflexiones: “¿Dios Padre como
una mujer negra?” y “Apenas pan y vino” (buscando con el botón de búsqueda que está a la derecha).
[4] Constantino construye enseguida en
Roma las basílicas de San Juan de Letrán, San Pedro y San Pablo Extramuros; y
otras a lo largo y ancho del Imperio.
[5] También habría que recordar que
el lugar que ocupa Jesús en la Última Cena no es un “lugar sacerdotal”, sino el lugar del padre de familia (o el hermano mayor, en ausencia del padre) que es
quien preside la cena pascual judía. Esto no contradice el carácter ritual y de
“memorial” que tiene la acción que Jesús realiza, sino que nos manifiesta la
“posición” desde la cual Jesús lo realiza.
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