Si Dios Trinidad es “don de sí mismo” de cada Persona Divina y “comunión” entre ellas;
si Dios Trinidad nos enseña y nos pide que nosotros vivamos en el don de sí y la comunión;
y, si para mostrarnos esto, llegó al misterio tremendo y fascinante de la encarnación del Hijo ‒expresión inefable del don de sí mismo para llevarnos a la comunión con Dios y entre nosotros‒ entonces el mundo angélico no puede ser diferente a estas actitudes.
Quizás Dionisio ‒quien nos hizo muchos favores‒ también nos dejó algún inconveniente al interpretar el mundo angélico como una jerarquía, según el pensamiento neoplatónico que cultivaba, inspirado en el filósofo Proclo.
Pero si vamos a la Escritura ¿qué encontramos? Encontramos que el nombre del ángel supremo expresa una suprema humildad, pues “Miguel” significa “¿Quién como Dios?”. Gabriel significa “Fuerza de Dios”… pero ¿cómo se expresa esa fuerza en la Escritura? Gabriel siempre aparece como un mensajero de la Palabra de Dios, como un comunicador de sabiduría o revelador de los designios de Dios (cf. Dn 8,16; 9,21; Lc 1,19; 1,26)... no es el poder que se impone por la fuerza, sino la eficacia de la Palabra divina que crea y transforma. Y “Rafael” significa “Medicina de Dios” y esa función sanadora la ejerce con modestia, sin revelarse como un ángel sino hasta el final de la historia (Tob).
Con lo cual vemos que estos “servidores de
Dios” ‒como no podía ser de otro modo‒ tienen también la virtudes de humildad,
amor y comunión que se nos piden a los seres humanos y cuya realización eminente está en las mismísimas Personas divinas de la Trinidad.
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