Un elemento de los evangelios que tiende a negar la cultura dominante es el nacimiento del Hijo de Dios, desde una madre virgen.
Pero no muchos
saben que todos los días hay millones de nacimientos virginales en el mundo. Yo
‒que ostento la doble capacitación de teólogo y apicultor‒ les puedo contar
algo muy llamativo sobre la vida sexual de las abejas.
A los pocos días de nacer, la abeja reina se une a varios zánganos en los llamados “vuelos nupciales” y allí colecta y guarda el semen de estos zánganos en una bolsita que está en su abdomen y que la biología ha llamado “espermateca”. Nunca más vuelve a tener relaciones sexuales. Luego, ya en la colmena, comienza la postura de huevos (que puede llegar a ser de más de 1500 huevos por día en el momento de mayor postura).
Si va a nacer una abeja hembra, dentro del cuerpo de la abeja reina se unen el óvulo que viene de los ovarios, con el espermatozoide que viene de la espermateca: del óvulo fecundado nacen abejas hembras (obreras o reinas).
Si va a nacer una abeja macho (zángano), la abeja reina pone un
óvulo sin fecundar: del huevo no fecundado nace una abeja macho. Y, de hecho,
la reina ubica estos huevos en un lugar especial de la colmena, y no en el
mismo lugar en que pone los huevos fecundados (son celdas de mayor tamaño, dado
que los zánganos son más grandes que las obreras).
A este fenómeno tan
llamativo la biología lo ha llamado “parteno-génesis”, palabras de origen
griego (como los evangelios) que significa “nacimiento virginal”. De hecho, el texto del evangelio de Mateo, en
su original griego usa la palabra “parthénos” para decir que “la virgen (parthénos)
concebirá y dará a luz un hijo, al que pondrán el nombre de Emmanuel, que
significa «Dios con nosotros»” (Mt 1,23).
La biología lo
llama “partenogénesis”. Yo lo llamo: “travesuras de Dios”.
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