No obstante, cuando en la liturgia tenemos tres solemnidades
en tres domingos consecutivos –Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus
Christi– no aprovechamos bien esta oportunidad para reparar esas
carencias en relación al Espíritu y la Trinidad; sino que –como en otras
épocas– seguimos insistiendo en darle el mayor énfasis (procesiones públicas,
publicidad televisiva, etc.) a la solemnidad del Corpus Christi.
Por supuesto, esto no implica un menosprecio del
misterio de la Eucaristía, que es una paradojal “concreción «divina»”
–sustentada en la Encarnación y en la Pascua– del don de sí mismo y la comunión, que son el corazón del Misterio de la
Trinidad.
Y, justamente desde aquí, podría hacerse una “pastoral
litúrgica” que articule las tres solemnidades con un sentido unificado y una
relevancia común: dado que “el envío de la persona del Espíritu tras la
glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santísima
Trinidad” (CCE 244) y que la Eucaristía es la expresión del don de sí de Jesús
hasta el extremo y es “sacramento de comunión”, se podría aprovechar la
relevancia que ya le damos a la solemnidad de Corpus Christi y extenderla a los
dos domingos anteriores, haciendo de esos tres domingos juntos un
“momento fuerte” de la liturgia y de la pastoral, como coronación del
“tiempo pascual”.
Pero actualmente sucede que la afirmación que
dice que el Misterio de la Trinidad Divina es “el primero en la «jerarquía de
las verdades de la fe»” (CCE 234) no se refleja litúrgicamente; y
pastoralmente vemos que la gente no lo reconoce así.
Y que la época de la Nueva Alianza –es decir: nuestra vida
hoy– sea “el tiempo del Espíritu y la Iglesia” eso tampoco
está muy claro para la mayoría, aunque Francisco suele insistir en esto...
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