En estos días muchas personas me han
consultado sobre la relación entre Iglesia y política. Ante esta consulta he
citado recurrentemente un claro (y olvidado) texto del Documento de Puebla,
elaborado por los obispos latinoamericanos en la difícil época de los ´70. Su
claridad exime de mayores comentarios.
Sólo me parece interesante aportar dos
cosas:
1. Explicitar
que dos de las últimas citas bíblicas que aparecen en el texto que copio (Mt 22,21
y Mc 12,17) remiten a un momento de la vida de Jesús en que el oficialismo y la
oposición (herodianos y fariseos) se confabularon para implicarlo en cuestiones
partidarias, y Jesús –con sabiduría– se eleva sobre esas pequeñeces de luchas
de poder, para establecer los principios de la primacía absoluta de Dios y de
la justa autonomía relativa del Estado.
2. La acepción de “política” que aparece en
521 y 522 podría expresar lo que Francisco ha llamado hace unos pocos días la “gran
política” que interesa a la Iglesia.
Copio a continuación los números principales
del párrafo de Puebla, titulado “Conceptos de política y de compromiso político”.
Espero ayuden a clarificar las dudas que algunos tienen.
521 Deben distinguirse dos conceptos de
política y de compromiso político: primero, la política en su sentido más
amplio que mira al bien común, tanto en lo nacional como en lo internacional.
Le corresponde precisar los valores fundamentales de toda comunidad -la
concordia interior y la seguridad exterior- conciliando la igualdad con la
libertad, la autoridad pública con la legítima autonomía y participación de las
personas y grupos, la soberanía nacional con la convivencia y solidaridad
internacional. Define también los medios y la ética de las relaciones sociales.
En este sentido amplio, la política interesa a la Iglesia y, por tanto, a sus
Pastores, ministros de la unidad. Es una forma de dar culto al único Dios,
desacralizando y a la vez consagrando el mundo a El (LG 34).
522 La
Iglesia contribuye así a promover los valores que deben inspirar la política,
interpretando en cada nación las aspiraciones de sus pueblos, especialmente los
anhelos de aquellos que una sociedad tienda a marginar. Lo hace mediante su
testimonio, su enseñanza y su multiforme acción pastoral.
523 Segundo:
la realización de esta tarea política fundamental se hace normalmente a través
de grupos de ciudadanos que se proponen conseguir y ejercer el poder político
para resolver las cuestiones económicas, políticas y sociales según sus propios
criterios o ideologías. En este sentido se puede hablar de "política de
partido". Las ideologías elaboradas por esos grupos, aunque se inspiren en
la doctrina cristiana, pueden llegar a diferentes conclusiones. Por eso, ningún
partido político por más inspirado que esté en la doctrina de la Iglesia, puede
arrogarse la representación de todos los fieles, ya que su programa concreto no
podrá tener nunca valor absoluto para todos (Cfr. Pío XII, La Acción Católica y
la Política, 1937; Juan Pablo II, Discurso inaugural I, 4. AAS LXXI, p. 190).
524 La
política partidista es el campo propio de los laicos (GS 43). Corresponde a su
condición laical el constituir y organizar partidos políticos, con ideología y
estrategia adecuada para alcanzar sus legítimos fines.
525 El
laico encuentra en la enseñanza social de la Iglesia los criterios adecuados, a
la luz de la visión cristiana del hombre. Por su parte, la jerarquía le
otorgará su solidaridad, favoreciendo su formación y su vida espiritual y
estimulándolo en su creatividad para que busque opciones cada vez más conformes
con el bien común y las necesidades de los más débiles.
526 Los
Pastores, por el contrario, puesto que deben preocuparse de la unidad, se
despojarán de toda ideología político-partidista que pueda condicionar sus
criterios y actitudes. Tendrán, así, libertad para evangelizar lo político como
Cristo, desde un Evangelio sin partidismos ni ideologizaciones. El Evangelio de
Cristo no habría tenido tanto impacto en la historia, si Él no lo hubiese
proclamado como un mensaje religioso. "Los Evangelios muestran claramente
cómo para Jesús era más tentación lo que alterara su misión de Servidor de
Yahvé (Cfr. Mt. 4,8; Lc. 4,5). No acepta la posición de quienes mezclaban las
cosas de Dios con actitudes meramente políticas" (Cfr. Mt. 22,21; Mc.
12,17; Jn. 18,36) (Juan Pablo II, Discurso inaugural I,4. AAS LXXI, p. 190).
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