domingo, 19 de marzo de 2017

¿Dios Padre como una mujer negra? La representación de Dios Padre en La Cabaña

   Probablemente, uno de los elementos más sorprendentes de La Cabaña es representar a Dios Padre como una mujer afroamericana. Esta representación ha recibido críticas muy duras por parte de algunos teólogos evangélicos, no por la representación concreta (mujer afroamericana) sino por la representación antropomórfica en sí misma.

   No obstante, se pueden decir varias cosas al respecto. En primer lugar, dada la postura general que tiene el protestantismo en relación con las imágenes sagradas se entiende mejor la resistencia frente a una imagen de Dios Padre, que –no obstante‒ no es rara en el mundo cristiano: baste mencionar el



famoso ícono de Rublev que preside este blog (y cuyo análisis está aquí mismo, en el ítem "El ícono"). También en el cristianismo occidental encontramos pinturas de la Trinidad en que el Padre es representado como un hombre más anciano que Jesús.
   Además, el género literario del libro impide un dictamen rígido respecto de su contenido: se podría decir que se trata del relato de una manifestación mística que sucede dentro de un sueño en una novela… o sea: no es un manual de teología que pretende asentar unos conceptos “claros y distintos”, sino un mundo simbólico que intenta insinuar y conmover.
   Y dentro de ese mundo simbólico específico la aparición de Dios Padre como una mujer tiene otro sentido: la tremenda historia de Mack con su padre necesita ser redimida, y la “idea de padre” que tiene Mack necesita ser rectificada y enriquecida. Por eso, cuando Mack logra reconciliarse con su padre humano (p. 230), Dios Padre cambia su forma de manifestación: un “hombre digno, de edad mayor, delgado y más alto que Mack con una cabellera plateada, bigote y barba” (p. 233); y –a diferencia de la imagen de la mujer afroamericana que era una cocinera‒ ahora ni siquiera come (p. 235). Yo creo que el autor de libro nunca ha leído a Ghislain Lafont, pero con esta doble imagen complementaria logra una cierta “reduplicación del lenguaje”,[1] relativizando ambas imágenes que no son otra cosa que modos de insinuarnos distintos aspectos de un Dios que trasciende toda imagen y todo concepto. De hecho, esto se dice explícitamente en el libro: “se trata de combinar metáforas para ayudarte a no recaer fácilmente en tu condicionamiento religioso” (p. 101).
   Además, que la mujer sea afroamericana tiene otro efecto en relación a la “purificación de las imágenes” que nos hacemos de Dios; pues si bien Mack sabía que Dios no tenía sexo, “le avergonzó admitir para sí que todas sus visualizaciones de Dios eran muy blancas y muy masculinas” (p. 102).
   Por otra parte, si se profundiza un poco en el tema del antropomorfismo podemos seguir exorcizando temores al respecto: la Biblia nos muestra que el hombre es teomorfo, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26s). Profundizando en esto Karl Rahner y H. U. Von Balthasar en sus respectivas antropologías teológicas nos han mostrado que la creación entera ‒y muy particularmente el hombre‒ ya están pensados en relación a Cristo “desde antes de la creación del mundo”, como dice el himno que inicia la Carta a los Efesios. Y por eso se puede decir que la creación se diseña como la “gramática de la encarnación” en la cual el Lógos podrá expresarse cuando se haga hombre: “la naturaleza humana... es desde el origen, el símbolo real constitutivo del Logos mismo... De tal modo que se puede y hay que decir en una originalidad ontológica última: el hombre es posible porque es posible la alienación ontológica del Logos”.[2]
   Además: ¿se salvaría de una semejante crítica de antropomorfismo la “parábola del padre misericordioso”? Allí se representa a Dios Padre como un padre de familia que –al ver desde lejos a su hijo menor que vuelve‒ se le conmueven las entrañas, corre, se echa sobre el cuello de su hijo y lo llena de besos.[3]
   También la palabra aramea Abbá (=Papá) pertenece profundamente al mundo de lo humano: surge de los primeros balbuceos de los niños más pequeños cuando comienzan a hablar; y “es en la vida familiar de cada día donde se le llama abbá al padre”.[4] Y establecer esta palabra para hablar con Dios y de Dios es una originalidad de Jesús, pues “para la sensibilidad judía habría sido una falta de respeto, por tanto algo inconcebible, dirigirse a Dios con un término tan familiar. El que Jesús se atreviera a dar ese paso significa algo nuevo e inaudito. El habló con Dios como un hijo con su padre, con la misma sencillez, el mismo cariño, la misma seguridad. Cuando Jesús llama a Dios Abbá nos revela cuál es el corazón de su relación con él”.[5]  Jesús nos propone una comunidad en que la fraternidad es el elemento esencial: "Todos ustedes son hermanos" (Mt 23,8), y en la cual el don de sí mismo a los demás es la clave de la comunión (Mt 20, 25-28; 23, 11; Jn 13, 1-17). 
   Se puede decir que ese clima familiar, cálido, confiado, distendido se logra en la novela, presentando una tranquila cabaña cuya chimenea deja escapar suavemente el humo, y de la cual surgen ricos aromas de pasteles horneados por una amorosa y compasiva mujer, que tiene fuertes rasgos maternales.[6]
   Para el tema particular de las “llagas del Padre” (pp. 104 y 177) que representan la com-pasión de Dios en la pasión de su Hijo, baste recordar que ya hace más de treinta años que San Juan Pablo II nos mostró “en Dominum et vivificantem, la más trinitaria de sus encíclicas” unas “avanzadas especulaciones que presentan al Espíritu «introduciendo el sacrificio del Hijo en la divina realidad de la comunión trinitaria (DVi 41a)»“.[7]
   Y con esto volvemos al tema de la paradoja, que es esencial al equilibrio del pensamiento teológico cristiano. La paradoja no es una contradicción (círculo cuadrado) sino la contemplación de dos verdades sobre Dios que –vista cada una en sí misma‒ vemos que corresponden a Dios pero que –cuando queremos sintetizarlas en una contemplación única‒ nuestro pobre espíritu limitado se ve desbordado por la infinitud de Dios. O, dicho de otro modo: la paradoja nace de la convicción de que todas las perfecciones deben existir en Dios, aunque nuestra pobre mente no pueda compatibilizar su coexistencia. Que Dios sea, al mismo tiempo, infinitamente perfecto (lo cual incluye el atributo clásicamente denominado “inmutabilidad divina”) e infinitamente amoroso y compasivo nos parece correcto; pero poder conciliar “inmutabilidad y compasión” queda más allá de nuestra contemplación terrena.




[1] G. Lafont, Peut-on connaitre Dieu en Jésus-Christ?, Paris, 1969, 126-130.
[2] A. Cordovilla, Grámatica de la Encarnación: La creación en Cristo en la teología de K. Rahner y Hans Urs von Balthasar, Madrid, 2004, 125. Todo el texto de Cordovilla ronda estas ideas. Puede verse al respecto el resumen que hago de este libro en el Tomo II de mi tesis de doctorado (pp. 123-128).
[3] La conmoción de las entrañas se expresa en el texto griego con el significativo verbo splagjnidzomai. El mismo verbo también se aplica al rey -que representa al Padre- en la parábola de Mt 18, 23ss: véanse los vv. 27 y 35.
[4] J. Jeremías, Abbá. El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 2005, pp. 66ss. La cita es de la p. 68. Esto se corresponde con lo que Mack experimenta en la cabaña: “algo simple, cálido, íntimo, genuino; algo sagrado” (p.117).
[5] [5] J. Jeremías, Abbá, p. 70.
[6] Para el amor de Dios en clave maternal (y más que maternal) véase: Isaías 49, 14-15.
[7] R. Ferrara, Misterio de Dios, Correspondencias y paradojas, Buenos Aires, 2005, p. 456.

1 comentario:

  1. Estimado Jorge:
    Gracias por invitarme a leer "La Cabaña", creo que es una excelente novela para repensar nuestras representaciones de Dios y de la Fe Católica en general. Provoca, ilumina y nos hace pensar. Trataremos de seguir pensando otros elementos a partir de las pistas que nos has señalado en esta nota que ya tiene muchas líneas para ir reflexionando.

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