El peregrino es un figura bíblica esencial que nos permite
asumir de modo creyente la movilidad, a veces vertiginosa, de la posmodernidad.
Como sucede con el hombre posmoderno, el peregrino está
siempre en movimiento.
Pero el peregrino
sabe a dónde quiere ir: tiene una meta… a diferencia del hombre posmoderno que,
a veces, se mueve sin sentido.
Y el peregrino
integra dos aspectos contrapuestos de lo humano.
Por un lado, el
peregrino es una figura vulnerable y falible: el camino es un lugar peligroso
en que se pueden recibir sorpresas desagradables y se pueden sufrir heridas. Y
también se puede tropezar o caer, o errar el camino.
Pero, por otro
lado, el peregrino está profundamente comprometido con su meta: si cae, se
levanta y continúa; si se desvía, se corrige y vuelve a orientarse hacia su
meta; si es herido, se recupera y sigue adelante…
Y, a veces, el
peregrino debe caminar en la noche. Pero, como dice la canción, tiene una
estrella que lo guía: la luz divina de la fe… hasta que llegue a Jerusalén, que
en hebreo significa “Visión de Paz”.
* * *
Otro aspecto a
tener en cuenta es que peregrinamos en comunidad. Esto es de gran ayuda, pues
la comunidad puede sostener al hermano débil que quiere seguir adelante. Pero
la presencia de la comunidad no diluye la profunda soledad de la decisión de
seguir adelante… como decía Duns Scoto –anticipándose a los existencialistas
contemporáneos– la persona es una “ultima solitudo”: una soledad última, una
soledad extrema…
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