miércoles, 15 de abril de 2020

Ni apocalípticos, ni integrados: peregrinos


  El peregrino es un figura bíblica esencial que nos permite asumir de modo creyente la movilidad, a veces vertiginosa, de la posmodernidad.
Como sucede con el hombre posmoderno, el peregrino está siempre en movimiento.
   Pero el peregrino sabe a dónde quiere ir: tiene una meta… a diferencia del hombre posmoderno que, a veces, se mueve sin sentido.

   Y el peregrino integra dos aspectos contrapuestos de lo humano.
   Por un lado, el peregrino es una figura vulnerable y falible: el camino es un lugar peligroso en que se pueden recibir sorpresas desagradables y se pueden sufrir heridas. Y también se puede tropezar o caer, o errar el camino.
   Pero, por otro lado, el peregrino está profundamente comprometido con su meta: si cae, se levanta y continúa; si se desvía, se corrige y vuelve a orientarse hacia su meta; si es herido, se recupera y sigue adelante…
   Y, a veces, el peregrino debe caminar en la noche. Pero, como dice la canción, tiene una estrella que lo guía: la luz divina de la fe… hasta que llegue a Jerusalén, que en hebreo significa “Visión de Paz”.

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   Otro aspecto a tener en cuenta es que peregrinamos en comunidad. Esto es de gran ayuda, pues la comunidad puede sostener al hermano débil que quiere seguir adelante. Pero la presencia de la comunidad no diluye la profunda soledad de la decisión de seguir adelante… como decía Duns Scoto –anticipándose a los existencialistas contemporáneos– la persona es una “ultima solitudo”: una soledad última, una soledad extrema…

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