Julio
Ramos, teólogo especialista en Pastoral, dice que:
“…la autorrealización de la Iglesia pasa por el diálogo con la historia y
con los elementos de la historicidad... El lenguaje, los edificios, las
vestiduras, la estructura jurídica, la estructura mental, los moldes
filosóficos, etc., son asumidos por el evangelio y puestos al servicio de la
evangelización. Solamente así puede encarnarse en un contexto cultural. Aunque
este diálogo puede ser costoso y fuente de problemas, es absolutamente
necesario para que la misión de la Iglesia, la tarea para la que ha nacido,
siga realizándose”.
Dado que
en las culturas encontramos tanto las “semillas del Verbo” como las “heridas
del pecado”, será necesario un discernimiento para ver qué elementos de una
determinada cultura expresan mejor la novedad del Evangelio.
Yendo a la
historia de la Iglesia antigua, vemos que Constantino impulsó el uso de la
basílica como lugar del culto cristiano, que Jesús había comenzado en una mesa
de una casa de familia, y que ‒también en una mesa familiar‒ se siguió haciendo
en la época apostólica, como nos muestra el libro de los Hechos de los
Apóstoles (sobre esto, véase una entrada anterior en este mismo blog, titulada Un cambio muy grande y muy poco estudiado).
Me
pregunto si otro edificio de la misma época, que también permitía una reunión
multitudinaria no hubiera sido más apto para el culto cristiano: me refiero al
teatro. Ignoro si en la voluminosa obra de H. U. von Balthasar ‒tan grande que
su sobrino y teólogo jesuita Peter Henrici (fallecido hace pocos días) dijo que
“Balthasar ha escrito más libros de los que un hombre normal puede leer en toda
su vida”‒ hay algo al respecto. Pero
me parece que Balthasar hubiera preferido el teatro a la basílica.
El teatro expresaría mejor el
drama de la historia de la salvación, perspectiva que tanto exploró Balthasar
que pudo poner como momento central de su Trilogía
los cinco tomos de su Teodramática.
Además, que el corazón de la
celebración en la mesa del altar esté en un lugar más bajo que los asistentes
evocaría la kénosis del Hijo de Dios;
siendo “kénosis” quizás la categoría
central la síntesis de Balthasar… que llega a hablar de cinco kénosis, comenzando con
la kénosis del Padre al engendrar al
Hijo en la eternidad
.
Finalmente, la forma
semicircular del teatro evoca mejor la comunión o koinonía de la asamblea (como la columnata de la plaza de San
Pedro que parece abrazar a los asistentes) y permite que los asistentes puedan
también verse entre sí, cosa que no sucede tan cumplidamente en la basílica.