Comparto una breve meditación, inspirada y ‒por momentos‒ resumiendo un interesante texto de Gerd Theissen.[1]
El evangelio de Juan tiene dos partes: en la
primera, Jesús le habla al mundo entero, requiriendo la virtud de la fe (Jn
1-12). Y hay una propuesta de un creciente acercamiento a Jesús, pautado por
los cinco “Yo Soy” de esta parte:
‒
Primero hay que ir a Jesús y creer en Él:
“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí
cree, no tendrá sed jamás” (6,35).
‒ Segundo, hay que seguirlo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida” (8,12).
‒ Tercero, hay que entrar en el ámbito salvífico al que Él nos invita: “Yo soy
la puerta; si uno entra por mí se salvará…” (10,9).
‒ Cuarto, hay que aceptar a Jesús como nuestro Buen Pastor: “Yo soy el buen
pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (10,11).
‒ Quinto: de este modo, el creyente queda unido a Jesús y recibe el don de la
Vida eterna: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque
muera, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá jamás” (11,25s).
Recorrido este camino, el creyente queda
habilitado para formar parte de la comunidad de los discípulos, a quienes Jesús
se dirige en la segunda parte del evangelio, en la Cena (Jn 13-17).[2]
Y en la segunda parte aparecen dos virtudes
que son características de la comunidad de los discípulos de Jesús, que imitan
a su querido Maestro y Señor:
‒ La
humildad recíproca: “Ustedes también deben lavarse los pies unos a otros,
como yo se los lavé” (13,14).
‒ El
amor recíproco: “Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros, como
Yo los he amado” (15,12).
Y los dos “Yo Soy” de esta segunda parte
(con lo cual, sumamos siete “Yo Soy”) ahora implican al Padre:
‒ “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie
va al Padre sino por mí” (14,6).
‒ “Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el
viñador… ustedes son los sarmientos” (15,1.5).
En estos mismos capítulos aparece el
Espíritu Paráclito (14-16) mostrando que la comunión con Jesús nos lleva a la
comunión con la Trinidad. Y las siete funciones del Paráclito que se mencionan
aquí,[3]
abren la perspectiva al futuro de la vida de la Iglesia, su comunión y su
misión…
[1] Me refiero al capítulo 10 de su
libro La religión de los
primeros cristianos. Una teoría del cristianismo primitivo, Salamanca, 2002; pp. 223-247.
[2] El ministerio público de Jesús concluye al final del cap. 12, justamente hablando de la fe que lleva a la Vida, como un último discurso de Jesús al mundo animando a seguir el camino que acabo de resumir: “Jesús exclamó: «El que cree en mí, en realidad no cree en mí, sino en aquel que me envió.Y el que me ve, ve al que me envió. Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas. Al que escucha mis palabras y no las cumple, yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvarlo. El que me rechaza y no recibe mis palabras, ya tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he anunciado es la que lo juzgará en el último día. Porque yo no hablé por mí mismo: el Padre que me ha enviado me ordenó lo que debía decir y anunciar; y yo sé que su mandato es Vida eterna. Las palabras que digo, las digo como el Padre me lo ordenó»” (Jn 12,44-50).
[3]
Las siete funciones son: estar presente
(14, 16-17); enseñar todo y recordar lo
que Jesús nos ha dicho (Jn 14,26); dar testimonio de Jesús (15,26); probar al mundo
dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio (16,
7-8); introducirnos en toda la
verdad y glorificar a Jesús (16, 12-15).
No hay comentarios.:
Publicar un comentario