En su documento Mulieris
Dignitatem, San Juan Pablo II hacía una distinción entre la “dimensión
petrina” y la “dimensión mariana” en la Iglesia: la primera se refiere al
ministerio apostólico que está al servicio de la santidad de la Iglesia; y la
segunda a esa santidad misma, que en María ha alcanzado su plenitud. Por eso,
“la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina” (MD 27; cf.
CCE 773).
Siguiendo con esta
lógica, podríamos agregar la “dimensión paulina” que está constituida por todos
aquellos que estamos llamados al servicio de la Palabra de Dios, sin pertenecer
al ministerio apostólico: catequistas, teólogos, predicadores… podemos
identificarnos con aquella frase de Pablo: “Cristo no me envió a bautizar, sino a anunciar el evangelio” (1
Co 1,17).
Y la relación que
hay entre los Doce y Pablo es la de una “tensión constructiva”: ambos fueron
llamados por el mismo Jesús, unos con una misión más institucional y el otro
con un carisma más profético, ya desde su misma vocación ocurrida en una
experiencia mística.[1]
Y ambos aspectos se
complementan: los Doce aportan la consistencia de la institución y Pablo el
dinamismo de su carisma… sin dinamismo, la consistencia se puede fosilizar; y
sin institución, el carisma se puede aislar y desequilibrar: el cuerpo necesita
la consistencia del esqueleto y el movimiento de la sangre.
Pablo reconoce la
misión de Pedro y va a consultarlo para confirmar su misión (Gal 2,2); Pedro,
reconociendo el don del Espíritu a Pablo, lo apoya en esa misión (Gal 2,6-9).
También, a veces,
la “dimensión paulina” debe ejercer una función crítica respecto de la
“dimensión petrina”, como también lo hicieron los profetas con el sacerdocio
del Templo de Jerusalén. Así vemos que Pablo –aún reconociendo a Pedro como
“Cefas” (Gal 2,11.14)‒ no deja de criticar
una actitud de Cefas que creía le hacía mal a la Iglesia.[2]
Reconocer y
ejercer estas distintas dimensiones que el Espíritu suscita en la Iglesia,
enriquece la vida de la misma Iglesia que es comunión: “nunca
uniformidad sino multiforme armonía que atrae” (Francisco,
EG 117).
[1]
De hecho, las tensiones que observamos entre los Doce y Pablo son semejantes a
las que se pueden observar en el Antiguo Testamento entre el sacerdocio del
Templo y los profetas.
[2]
“Cefas” es la palabra (aramea: Kefá) que
inventa Jesús para designar la misión que le encomienda a Simón. En el arameo
no es un juego de palabras, sino la misma palabra: “Tu eres Piedra (Kefá) y sobre esta Piedra (Kefá) edificaré mi Iglesia…” (Mt 16). Rápidamente
“Cefas”, se transformó en “Pedro” (griego: Pétros;
latín: Petrus), y éste en un nombre
propio que sustituye al de Simón. Al usar Pablo la palabra aramea que estableció Jesús, reconoce con toda claridad la misión
de fundamento que Jesús mismo confió a Simón.
Yo creo q todos tenemos una misión lo valioso es descubrirla y vivirla y al final d esta podamos decir como lo dice Jesús todo lo he cumplido
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