1. El deseo universal de felicidad.
Todos deseamos ser felices.
Desde la antigua filosofía griega hasta las reflexiones –y los
sentimientos– contemporáneos, todos
coincidimos en que el deseo de felicidad es algo connatural al ser humano.
Decía –por ejemplo– San Agustín: “Ciertamente
todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que
no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente
enunciada”.[1]
Y, a veces, nos preguntamos: ¿en qué
consiste la felicidad?
2. A la luz de la Palabra de Dios.
Leyendo el Evangelio según san Juan,
encontramos tres valores supremos: la Vida, la Verdad y el Amor. Allí se nos
dice:
– En cuanto a
la Vida:
– “Al
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra
era Dios... En ella estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres.” (Jn 1, 1.4).
– “Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no
muera, sino que tenga Vida eterna.” (Jn 3,16).
– “Yo he venido para que... tengan Vida, y la tengan en abundancia.” (Jn 10, 10).
– “Jesús le
dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no
morirá jamás. ¿Crees esto?».” (Jn 11, 25-26).
– En cuanto a
la Verdad:
– “Todo el que
obra el mal aborrece la luz y no va
a la luz, para que no sean
censuradas sus obras. Pero el que obra la
verdad, va a la luz, para que
quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.” (Jn 3, 20-21).
– “Jesús
dijo... «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis
discípulos: conocerán la verdad y la
verdad los hará libres».” (Jn 8, 31-32).
– “Jesús le
respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».” (Jn 14,6).
– “Pilato le
dijo: «¿Entonces tú eres rey». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para
esto he nacido y he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».” (Jn 18,37).
– En cuanto al
Amor:
– Jesús dijo: “Les
doy un mandamiento nuevo: ámense los
unos a los otros. Así como yo los he amado,
ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que
ustedes son mis discípulos: en el amor
que se tengan los unos a los otros.” (Jn 13, 34-35).
– Jesús dijo: “Como el Padre me amó, también yo los he
amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos,
permanecerán en mi amor. como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor... Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros,
como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.”
(Jn 15, 9-13).
– Y dijo también Jesús: “Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté
en ellos, y yo también esté en ellos.” (Jn 17,26).
3. Trinidad Divina y felicidad humana.
Personalmente, creo que los tres
valores supremos que nos muestra el Evangelio según San Juan son el contenido
concreto de la felicidad que todos deseamos. Sobre todo, si imaginamos estos
valores en su grado máximo Pues, si tenemos Vida eterna, Verdad total y Amor
Infinito ¿qué más podríamos pedir? Cualquier otro valor que se nos ocurra queda
incluido en estos tres.
Además vemos que, si tenemos dos de
esos valores, pero nos falta uno de ellos, no somos felices. Si tenemos vida y
verdad, pero no tenemos amor, no somos felices. Si tenemos vida y amor, pero no
tenemos verdad, entonces estamos confundidos y angustiados, y no somos felices.
Y, si nos falta la vida, ni siquiera somos. Para ser felices necesitamos estos
tres valores supremos inseparablemente unidos. Y si queremos una felicidad
absoluta, necesitamos estos tres valores en su grado máximo.
Y esto nos lleva a la Santísima
Trinidad. Pues, al Padre –que engendra al Hijo, y a quien llamamos “Creador”–
lo relacionamos con la Vida; al Hijo –que es la Palabra del Padre, y la Luz del
mundo– lo relacionamos con la Verdad; y al Espíritu Santo –que es el Amor del
Padre y del Hijo, y “el amor derramado en
nuestros corazones” (Rom 5,5)– lo relacionamos con el Amor.[2]
Y, ahora vislumbramos también por
qué –para ser felices– necesitamos estos tres valores inseparablemente unidos:
esto es así, porque las Tres Personas Divinas son inseparables.
Por eso, podemos decir que la
felicidad humana consiste en el encuentro y la comunión con la Santísima
Trinidad. Si estamos en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
tenemos Vida, Verdad y Amor mientras peregrinamos en este mundo... Y tendremos
Vida, Verdad y Amor de modo infinito y eterno, cuando pasemos más allá de este
mundo.
Pues, más allá de las hermosas y gratificantes experiencias de
amor y de amistad que podamos tener en este mundo, lo cierto es que “Sólo
Dios sacia”.[3]
[1] Citado en CCE 1718.
[2] La reflexión cristiana ha llamado “apropiación” a este tipo de
relación entre una de las Personas Divinas y algún valor o algún atributo
divino. En la realidad, el valor o atributo es común a las Tres Personas, pero
–pedagógicamente– se lo relaciona con una Persona en particular, para facilitar
el conocimiento de lo peculiar de esa Persona. Ver, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 39, 7 y 8.
[3] Santo Tomás de Aquino, citado en CCE 1718.
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