Llama la atención,
en comparación con la fuerte centralidad que le damos a la misa los católicos
de hoy, lo que dice la segunda lectura de este domingo pasado[1]:
“Hermanos: En la antigua alianza los sacerdotes ofrecían en
el templo, diariamente y de pie, los mismos sacrificios, que no podían perdonar
los pecados. Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se
sentó para siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus
enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos
para siempre a los que ha santificado. Porque una vez que los pecados han sido
perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos” (Hebreos 10, 11-14. 18).
Particularmente, llama la
atención la última frase. Esto me llevo a hacer una pequeño repaso de la Carta a los Hebreos que –como sabemos‒
es el texto más sacerdotal del Nuevo Testamento o, mejor dicho, el único.
La conclusión fue sorprendente
comparada con nuestra praxis actual: jamás el texto menciona la Eucaristía. Ni
siquiera al principio del capítulo 6, en que repasa los elementos básicos de le
fe cristiana:
“Por eso, dejando la enseñanza elemental acerca de
Cristo, elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los temas fundamentales del
arrepentimiento de las obras muertas y de la fe en Dios; de la instrucción
sobre los bautismos y de la imposición de las manos; de la resurrección de los
muertos y del juicio eterno” (Hb 6, 1-2).
Incluso, en algún momento
menciona el matrimonio, pero nunca la eucaristía (Hb 13,4).
Aún llama más la atención cuando
el autor tuvo amplias posibilidades de mencionarla, según el juego de
contrastes que hace con la liturgia de la Antigua Alianza: cuando menciona los
“panes de la proposición” (Hb 9,2) podría haber aprovechado para mostrar que hay un pan superior en la
Nueva Alianza, como efectivamente hace con los otros elementos del conjunto: el
Templo y la sangre (Hb 9, 1-14).
Más aún, dada la insistencia en
“la sangre” que aparece 10 veces en ese mismo capítulo 9 (y 9 veces más desde
allí hasta el final de la Carta) se podría haber mencionado la sangre de la
eucaristía… pero nunca se hace: siempre que es “la sangre” de Jesús, es la sangre
derramada en el Calvario.
Porque respecto de Jesús en
particular, el Sumo Sacerdocio que se le adjudica en la Carta es por su entrega
en el Calvario, como indica su texto central:
“Pero
cuando apareció Cristo como sumo sacerdote
de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no
fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo, penetró en el santuario una vez para siempre, no con
sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre,
consiguiendo una liberación definitiva” (Hb 9, 11s).
O sea que el Sumo Sacerdocio de
Cristo se vincula con la trascendencia, como dice el texto explícitamente: “pues
si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote” (Hb 8, 4)!
Y, en el único caso en que se
menciona un “altar” cristiano (Hb 13,10), no se habla de la eucaristía, como
indican especialistas de la Biblia de
Jerusalén y del Nuevo Comentario
Bíblico San Jerónimo.[2]
Visto lo cual tenemos la
paradoja que en aquellos escritos del Nuevo Testamento en que se menciona la
eucaristía, nunca se llama “sacerdotes” a los ministros de la Nueva Alianza;[3]
y en el único escrito sacerdotal del Nuevo Testamento, nunca se menciona la
eucaristía…
* * *
Naturalmente, esto no quita que “la
fracción del pan” como rito semanal celebrado en el día de la Resurrección del
Señor no haya sido un elemento constitutivo del cristianismo desde el principio
(cf. Hch 2,42, etc.), conmemorando la Última Cena de Jesús como él mismo lo pidió
(Mt 26, 26ss).
Pero la combinación de estos
elementos (y otros que ya hemos expuesto en su momento)[4]
con los que acabamos de ver en la reflexión precedente, nos muestra un equilibrio
muy distinto al que tenemos hoy…
[1]
Domingo 33 “durante el año”, del Ciclo B.
[2]
Los primeros en la nota al pie a Hb 13,10 (en BJ2); los segundos cuando comentan este mismo
versículo: “El «altar» probablemente
significa el sacrificio de Cristo, en el cual participan los creyentes. No hay
ninguna razón convincente para tomar esto como una referencia a la eucaristía…
el autor no habla de la eucaristía ni en este, ni en otro lugar…” y remiten a Kuss, Auslegung, 1326-28… (NCBSJ 60:69; p. 523), con lo cual vemos que
exégetas franceses, estadounidenses y alemanes coinciden en este asunto.
[4]
Véase en este mismo blog: “Un cambio muy grande y muy poco estudiado”.
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