1. Las consecuencias
sociales del misterio de la Trinidad.
En distintos artículos anteriores hemos
mostrado la dimensión ética del misterio de la Trinidad. Podríamos decir que la
Trinidad nos invita a un “estilo de vida trinitario”, que consiste en el don de
sí mismo a los demás que –cuando es mutuo‒ genera la comunión. Y en esta doble
clave ‒“don de sí mismo” y “comunión”‒ podemos sintetizar la teología
trinitaria… y casi toda la teología.
Este año, nuestra propuesta es abordar un
aspecto particular de la moral cristiana: la doctrina social de la Iglesia, que
es la “moral social” que complementa naturalmente a la “moral personal”, dado
que toda persona es naturalmente un sujeto relacional.
1. Nexos entre el Misterio de la Trinidad y la
Doctrina Social de la Iglesia.
En primer lugar, estos dos “temas” tienen
algo en común: son una carencia histórica en la predicación, en la catequesis y
en la vivencia cristiana. Y no es casual que ambos contenidos estén ausentes,
pues están vinculados: si no afirmamos a un Dios Trinidad cuando hacemos la exposición de los contenidos de la fe, no tendremos
sustento firme para hablar de la dimensión
social de la persona, cuando expongamos los contenidos de la moral cristiana. Pues el mejor cimiento para la
Doctrina Social de la Iglesia es mostrar que Dios mismo es “una realidad
social”.
Pero hay otro elemento común –ahora positivo– entre la exposición del
misterio de la Trinidad Divina, y la Doctrina Social de la Iglesia: en épocas
recientes, es creciente la atención dedicada a ambas temáticas, alcanzando a
generar un interés cada vez más masivo dentro de la Iglesia (aunque con impacto
desigual). Este creciente interés –más o menos simultáneo– por ambos temas, nos
confirma su secreta vinculación.
Y,
como un “botón de muestra” indiquemos lo siguiente: en el Magisterio Universal
de la Iglesia, surgen –con muy pocos años de diferencia– primero el Catecismo de la Iglesia Católica
(1992-1997) cuyo “hilo conductor” es el misterio de la Trinidad;[1]
y luego el Compendio de Doctrina Social
de la Iglesia (2005), llamado por muchos “el Catecismo social”... y que
comienza con una rica exposición trinitaria, que más abajo recorreremos.
2. La
Trinidad como modelo de comunión en el CCE.
Primero recordemos un aspecto en el que siempre es necesario insistir:
la Trinidad es comunión de Tres Personas Divinas infinitamente distintas que
‒al mismo tiempo‒ son la misma divinidad.[2]
Cuando consideramos el misterio de Dios, a
lo máximo que llegamos en esta vida es a una mirada en la cual contemplamos dos
aspectos complementarios, pero que nunca podemos terminar de sintetizar en una
unidad final. Y esto es lógico, porque –como decía San Agustín– “Si lo
comprendiste bien... no es Dios”.
Por eso, a Dios lo contemplamos:
– Uno y
Trino: ni tan Trino, que deje de ser Uno, ni tan Uno que no pueda ser Trino.
– simple y perfecto: ni tan simple, que no
pueda contener toda perfección; pero tan omniperfecto, que no deja ser simple;
– en la eternidad y en el mundo: un Dios
completamente trascendente respecto del mundo, pero –al mismo tiempo– tan
presente en el mundo, que es “más íntimo a mí, que yo mismo”.
– en la silenciosa intimidad y en la
historia candente: “presente en lo más íntimo de sus criaturas” (CCE 300), y al
mismo tiempo “Todopoderoso «en el cielo y en la tierra»... Señor del universo...
y... Señor de la historia...” (CCE 269).
En esta misma consideración de dos aspectos
complementarios del misterio divino, también contemplamos dos aspectos de la
comunión trinitaria:
– En
la “base metafísica” de la comunión
trinitaria, afirmamos la consubstancialidad numérica: “es la infinita
connaturalidad de Tres Infinitos” (CCE 256), que son una “comunión
consustancial” (CCE 248): “la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e
indivisible” (CCE 689).
– En la “cumbre
moral” de la comunión trinitaria, contemplamos que Dios mismo es “eterna
comunicación (commercium) de amor:
Padre, Hijo y Espíritu Santo” (CCE 221), “el misterio de la Comunión del Dios
Amor, uno en tres Personas” (CCE 1118; cf. CCE 257); porque “Dios es amor y vive
en sí mismo un misterio de comunión personal de amor” (CCE 2331): “el Misterio de la Comunión de la
Santísima Trinidad” (CCE 738), “la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en
su Espíritu de amor” (CCE 850).
Por
otra parte, cuando profundizamos en los misterios de la fe y de la vida
cristiana, descubrimos –finalmente– que todo
se reduce a dos vínculos de comunión, que tienen sus raíces en las Personas
Divinas: la “comunión coordinada”: a
imagen de la comunión de la Santísima Trinidad, donde las realidades en juego
“no tienen grado superior que eleve o grado inferior que abaje” (CCE 256); y la “comunión subordinada”: a imagen del
misterio del Verbo encarnado, en el cual “lo divino y lo humano” no están en el
mismo nivel, pero se unen “sin confusión y sin división” (CCE 467).
Con esto, volvemos a los núcleos
dogmáticos de la fe cristiana –el cristocentrismo trinitario–, desde los cuales
se iluminan toda la fe y la vida cristianas, y de las cuales “Cristo es el centro y la Trinidad es la cumbre”,
siendo Cristo “Uno de la Trinidad” (CCE 470).
2.
La comunión humana a la luz de la Trinidad.
1. En el
Catecismo
En los comienzos de la Tercera Parte
del Catecismo –que es la Parte que
trata sobre la moral cristiana– CCE 1702 nos anticipaba el contenido del
Capítulo Segundo, con una referencia a la comunión trinitaria. “La imagen
divina… Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unión de
las personas divinas entre sí”. Y, también, al principio del Capítulo Segundo
se nos decía que “existe cierta semejanza entre la unión de las personas
divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la
verdad y el amor” (CCE 1878).
Pero, luego, no encontramos que
aparezca nuevamente considerado el misterio de la Trinidad en este Capítulo
Segundo (CCE 1877-1948). Y hay varios temas que podrían haber tenido una
iluminación desde la Trinidad ,
como la “igualdad y diferencias” entre las personas humanas (CCE 1934ss), o “la
solidaridad humana” (CCE 1939ss). Aquí, incluso, se podría haber relacionado el
primer tema con el “ser de la
Trinidad ”, y el segundo con el “amor en la Trinidad ”.
Pasando a considerar el conjunto de la Tercera Parte , vemos
que sólo encontramos dos textos en que aparece la comunión de la Trinidad iluminando
alguna experiencia de comunión humana. El primer texto es CCE 2205 que nos dice
que “la familia cristiana es una comunión de personas, reflejo (vestigium) e imagen de la
comunión del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo.” Y CCE 2331 que, comenzando
a exponer sobre la sexualidad, nos dice que “Dios es amor y vive en sí mismo un
misterio de comunión personal de amor”, apelando a frases de Juan Pablo II en Familiaris Consortio 11.
Y en la Cuarta Parte, que habla de la
mística cristiana, encontramos una frase que es una perla, pero aislada: “La comunión de la Santísima Trinidad
es la fuente y el criterio de verdad en toda relación.” (CCE 2845).
En este sentido, el CCE no sacó todas
las consecuencias posibles, de una iluminación trinitaria de la vida social
humana. Será el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia quien nos la ofrecerá.
3. En
el Compendio de Doctrina Social de la
Iglesia: Introducción bíblica.
El Compendio comienza la exposición que
desembocará en la “revelación del Amor trinitario” siguiendo la línea de la
historia.
Empezando desde las
“experiencias
religiosas auténticas” que se dan “en todas las tradiciones culturales” (20) y
que constituyen “el fondo de la experiencia religiosa universal” pasa a
considerar “la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo
de Israel” (21).
Salteando la época patriarcal, el Compendio
recorre la historia de la Antigua Alianza comenzando por Moisés (21) y –en el
recorrido– va destacando las instituciones y prescripciones de la Antigua
Alianza que se relacionan con moral social (22-25). Luego menciona a los
profetas que impulsan una “interiorización” y “universalización” de la moral
veterotestamentaria (25). Y concluye este repaso de la Antigua Alianza
contemplando –con una mirada general– “el actuar
gratuito y misericordioso del Señor en favor del hombre” (26-27).
Con esto, el relato desemboca en “Jesucristo” quien es el
“cumplimiento del designio de amor del Padre”. En la persona misma de “Jesús, el Verbo hecho carne”, se “manifiesta tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios
y cómo se comporta con los hombres”: con “benevolencia y la misericordia” (28). Y, en el párrafo siguiente, el Compendio
comienza a elevarse hacia la Trinidad:
“El amor que anima el ministerio de Jesús entre
los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre. El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia que
Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios su Padre —Abbá— y, por tanto, en
el corazón mismo de la vida divina...
La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo expresa
precisamente esta experiencia originaria. El Hijo ha recibido todo, y
gratuitamente, del Padre: « Todo lo que tiene el Padre es mío » (Jn
16,15). Él, a su vez, tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta
relación filial a todos los hombres...
Estos están llamados a vivir como Él y,
después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él,
gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza
en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo.” (29).
De este modo, se muestra que las actitudes y acciones benevolentes
que Jesús tiene hacia los demás, tienen su fuente en la intimidad del amor que
lo une con su Padre, con su “Abbá”.
Desde esta relación de amor con el Padre, es que el Hijo “vive y comunica”
amor.
Y, dándose hasta el extremo
del amor (Jn 13, 1), lo da todo: entrega sus ropas (Jn 19, 23s), que es lo que
una persona más pegado tiene a su cuerpo; entrega a su Madre (Jn 19, 25-27),
que es la persona que un hombre célibe tiene más apegada a su corazón;
finalmente, desde la cumbre de la Cruz, “entregó el Espíritu” (Jn 19, 30). Y,
justamente, “gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador
que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo” nosotros
somos integrados también “en el corazón mismo de la vida divina”, como leímos
recién en el Compendio.
Con esto, contemplamos que así como Jesús conciencia de que “ha recibido todo, y
gratuitamente, del Padre” que se donó a Él; así también el Hijo se hace don
para los hombres, hasta entregar a Aquel que también se llama “Don” por
excelencia, el Espíritu Santo.
3. La Trinidad: modelo
eterno del amor recíproco y de la vida social
Con estas reflexiones, ingresamos en una zona en que la eternidad
y la historia se tocan. Pues –por una parte– estamos hablando de “el corazón
mismo de la vida divina”, contemplando que “el Hijo ha recibido todo, y
gratuitamente, del Padre” y que “el
Hijo experimenta” una “unión íntima con el Padre” (29). Y –por otra
parte– hablamos del ministerio y de la Pascua del Hijo y del don del Espíritu a
los hombres.
Y el próximo paso del Compendio será a invitarnos a “ir más
arriba”, mostrándonos que el Amor eterno de la Comunión Trinitaria es la fuente
del amor de Dios en la historia:
“El testimonio del Nuevo Testamento, con el
asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de
Dios (cf. Rm 8,26), capta en la luz de
la revelación plena del Amor trinitario
ofrecida por la Pascua
de Jesucristo, el significado último
de la Encarnación
del Hijo y de su misión entre los hombres.” (30).
Y, de aquí, desembocamos,
definitivamente, en la contemplación de la Trinidad en la eternidad, aunque sin
dejar de mencionar las consecuencias de la eternidad en la historia:
“Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y
realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El
amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal
del Padre, de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace
de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres;
como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en
el corazón de los hombres (cf. Rm 5,5).” (31).
Sin mencionar lo que hemos llamado “la base metafísica” de la
comunión trinitaria, es decir, la consubstancialidad de las Personas Divinas,
el Compendio se concentra en “la
cumbre moral” del amor intratrinitario, contemplando esa “recirculación” o “perijóresis” (como la llamaban los
Padres griegos), en la cual “el amor fontal del Padre” se vierte y engendra al
Hijo, y el Hijo “volviéndose a entregar al Padre”, espiran al Espíritu como Amor
mutuo.
Y Es notable que el Compendio aquí no separe ese “volverse a entregar al Padre” por
parte del Hijo, de la entrega que el mismo Hijo hace “a los hombres”; de este
modo parece abrazar a la eternidad y a la historia en una solo entrega de amor.
Y lo mismo sucede en relación a la Persona del Espíritu, de quien se dice que
“infunde el amor en el corazón de los hombres”.
Tocada esta cumbre, el Compendio mantiene su discurso en este
nivel contemplativo por varios párrafos más, y siempre sacando las
consecuencias para la vida social humana:
“La reciprocidad del amor es
exigida por el mandamiento que Jesús define nuevo y suyo: «como yo os he amado,
así amaos también vosotros los unos a los otros» (Jn 13,34). El
mandamiento del amor recíproco traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia , Cuerpo de Cristo,
y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.”
(32b).
Y
profundizando en “clave joánica”, aquí el Compendio nos hace ver que el “primer
lugar” en que se realiza “el amor recíproco” del mandamiento nuevo de Jesús, es
en la mismísima Trinidad Divina.
“El mandamiento del amor recíproco, que
constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar,
purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política:
«Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal», porque la imagen y semejanza del Dios trino son
la raíz de «todo el “ethos” humano... cuyo vértice es el mandamiento del
amor».” (33a).
Aquí se plantea una categoría clave:
comunión interpersonal. Ser humano significa tener la comunión como un
elemento constitutivo. Y esto es así, porque el hombre ha sido creado a imagen
y semejanza de las Personas Divinas. Toda la ética se funda en este rasgo
metafísico del ser del hombre, y alcanza su realización suprema en el
mandamiento del amor recíproco.
La persona humana es un “sujeto relacional”
porque ha sido creada a imagen y semejanza de las Personas Divinas, que son
relacionales hasta en el nombre: nadie se puede llamar “Padre” sin un hijo;
nadie se puede llamar “Hijo” sin un padre. Por eso, cuando los seres humanos
cuidamos nuestras relaciones interpersonales no sólo cuidamos algo que está
“entre nosotros” sino que nos cuidamos a nosotros mismos pues nuestra
relacionalidad toca el núcleo mismo de nuestro ser humano.
4. La
centralidad de la relación en lo divino y en lo humano
“El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la
interdependencia... pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación , «un nuevo
modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última
instancia la solidaridad. Este supremo
modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas,
es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”».” (33b).
La
“globalización” –aquí llamada de modo más preciso “interdependencia”– es un
fenómeno que manifiesta la inclinación a la comunión que tenemos los seres
humanos. Siendo un proceso ambiguo, está en nosotros inclinar la balanza para
que la globalización termine siendo un fenómeno positivo de comunión. Si lo
iluminamos desde la Trinidad –y contando con su gracia– podemos hacer que la
mayor capacidad para los vínculos que se produce en la actualidad, genere un
salto cualitativo en la capacidad de convivencia de los seres humanos; salto
cualitativo que podríamos llamar “solidaridad”.
“La revelación en Cristo del misterio
de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de
la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal
del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su
profundidad: «Ser
persona a imagen y semejanza de Dios comporta... existir en relación al otro
“yo”», porque Dios mismo,
uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.” (34a).[3]
Una vez más se insiste en este “quicio de la
antropología cristiana” que es la dimensión relacional del hombre, creado a
imagen del Dios Trino: la persona no es sin los otros; la persona es por los
otros, con los otros y para los otros... y dándose –no sólo no se pierde– sino
que se encuentra, pues allí alcanza su verdadera estatura de persona, al entrar
en la “recirculación” del amor recíproco.[4]
Si yo me entrego completamente a mi esposa, y ella se entrega
completamente a mí... es la gloria. Yo me puedo despreocupar completamente de
cuidar de mí, porque ella me cuida amorosamente... y ella tampoco tiene que
cuidar de sí, porque toda mi atención está puesta en cuidar de ella.
“En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas
divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona
humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la
historia... «cuando el Señor ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn
17, 21-22)... sugiere una cierta semejanza
entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en
la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre... no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás (cf. Lc 17,33)».” (34b).
Cuando Jesús enuncia la paradoja: “El que trate de salvar su vida,
la perderá; y el que la pierda, la conservará” (Lc 17, 33), es como si dijera:
“Quien quiera salvarse sólo, aislándose, encerrándose en su egoísmo, sin
capacidad de compartir: ése se asfixia en su propio encapsulamiento; pero quien
se abre a los demás, ése se consagra en su ser de persona, porque realiza en su
vida aquel modelo eterno del cual proviene su propio ser”.
Y como esto no se puede realizar sin la ayuda de la gracia, por
eso Jesús ruega al Padre, para que también nosotros seamos uno, como Ellos son
Uno.
“Las páginas del primer libro de la Sagrada Escritura ,
que describen la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn 1.26-27)... ellos, precisamente en
su complementariedad y reciprocidad, son imagen del Amor trinitario en el
universo creado...” (36); y así vemos que “la sociabilidad constitutiva del ser
humano, tiene su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la
mujer...” (37).[5]
Aquí
aparece la comunión en su modelo originario eterno –la Trinidad– y en su modelo
originario humano, que deriva de aquel: la relación entre la mujer y el varón. Así como Dios Hijo no es una mala
copia de Dios Padre, sino que es la divinidad infinita pero en otra clave
(filiación y paternidad) así la mujer y el varón son la plenitud de lo humano
realizada en claves distintas y complementarias.
Ya
desde aquí –y de modo estructural y estructurante– la “sociabilidad” aparece
como un elemento “constitutivo” del ser humano.[6] El
ser humano es un sujeto relacional así como las Personas divinas son relaciones
subsistentes.
5. La Trinidad como modelo y
programa social
En
el artículo anterior vimos como la dimensión relacional del ser humano es
esencial a su ser, y esto es así porque el hombre está creado “a imagen y
semejanza” de la Trinidad, que es Personas en Relación. Y hemos recorrido los
números principales de esta “teología relacional” que nos propone el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia
en su primer capítulo.
En
la continuidad de su texto, el Compendio
irá mostrando las derivaciones de esta dimensión constitutiva del ser humano a
los campos concretos de la vida social. Veamos algunas de estas concreciones.
Por
ejemplo, cuando el Compendio exponga
sobre la misión de la Iglesia nos
dirá que:
“Con la predicación
del Evangelio, la gracia de los sacramentos y la experiencia de la comunión
fraterna, Y también:
“Jesucristo revela que « Dios es amor » (1 Jn 4,8) y nos enseña que « la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles ». Esta ley está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el mismo misterio de Dios, el Amor trinitario, que funda el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo, en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu” (55).
Y cuando el Compendio exponga sobre la función misma de la Doctrina Social, nos mostrará –por ejemplo‒ la dimensión teológica, algunas expresiones históricas y la importancia que tienen esta dimensión relacional en la formación y acción de nosotros, los laicos:
Dimensión teológica: “La Redención comienza con
Algunas expresiones históricas: “En el centenario de la «Rerum novarum», Juan Pablo II promulga su tercera encíclica social, la «Centesimus annus», que muestra la continuidad doctrinal de cien años de Magisterio social de
Importancia en relación con los laicos: “La doctrina social de
En la próxima nota
comenzaremos a indagar en la dimensión relacional y trinitaria de los
principios y valores de la DSI que el Compendio nos muestra en su capítulo
cuarto, para luego pasar a concreciones que se realizan en relación con la
familia (cap. 5), del trabajo humano (cap. 6), en la vida económica (cap. 7), en la
comunidad política e internacional (caps. 8 y 9) y en relación con el ambiente
y la ecología (cap. 10).
6. Los principios y valores
de la DSI a la luz de la Trinidad
El Compendio de Doctrina Social de
la Iglesia (CDSI) nos muestra cinco
principios: bien común, destino universal de los bienes, subsidiaridad,
participación y solidaridad; y cuatro
valores: verdad, libertad, justicia y caridad. La relación entre principios
y valores podría compararse con la relación que hay entre el cuerpo y el alma:
los principios sólo se podrán lograr si esos valores animan la vida social.
Y, antes de exponer cada uno de estos nueve elementos en particular, el
Compendio presenta una reflexión inicial (CDSI 160-163) en que destaca la
necesidad de la integración de todos estos elementos en una síntesis rica y dinámica, indicando que
si algunos de estos elementos se absolutiza se corre el riesgo de caer en
extremos indeseables:
“Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su
unidad, conexión y articulación. Esta exigencia radica en el significado,
que la Iglesia
misma da a la propia doctrina social, de «corpus» doctrinal unitario que
interpreta las realidades sociales de modo orgánico. La atención a cada uno de
los principios en su especificidad no debe conducir a su utilización parcial y
errónea, como ocurriría si se invocase como un elemento desarticulado y
desconectado con respecto de todos los demás” (CDSI 162a).
Como un ejemplo de extremos indeseables baste recordar la situación de
quienes crecimos en el mundo de la “guerra fría” con su bipolaridad
socio-político-económica: en un extremo una doctrina acentuaba la justicia
social y justificaba el avasallamiento de la libertad; en el otro, una libertad
sin límites justificaba la injusticia social. Es decir, que dos valores que
aquí aparecen juntos (y conjuntados con otros dos) allí aparecían absolutizados
en uno u otro extremo.
Y la síntesis rica y dinámica que
mencionamos recién tiene como modelo supremo, otra vez, la comunión de la
Trinidad. Así como las Tres Personas Divinas se dan mutuamente en un dinamismo
infinito y eterno de amor recíproco, de un modo semejante estos principios y
valores interjuegan juntos para lograr, con un equilibrio siempre renovado ante
las cambiantes situaciones sociales.
Y aquí debemos recordar algo que el Compendio
expone en su capítulo II cuando habla sobre el método de la DSI, que podría
sintetizarse en tres momentos: “ver-juzgar-actuar”. Un primer momento es de
diagnóstico de la situación social (ver) que es cambiante por naturaleza; en el
segundo momento se ilumina la situación a la luz de la Palabra de Dios haciendo
un discernimiento y se establece una decisión (juzgar); finalmente se lleva
adelante la acción derivada de la decisión previa (actuar). Se podría decir que
el único elemento “estable” del conjunto es la Palabra de Dios que aparece en
el segundo momento, porque “Jesucristo es el mismo hoy que ayer y para siempre”
(Hebreos 13,8). Y dado lo cambiante de las situaciones sociales, serán
distintos los aspectos que habrá que iluminar con la Palabra de Dios –con el
doble ministerio del anuncio y de la denuncia (CDSI 81)‒ y por tanto, también
serán distintas las acciones a realizar, según la situación dada.
Por este dinamismo intrínseco de la vida social:
“La doctrina social de
Recuperar ‒al interior de la convivencia
eclesial y su vida cotidiana‒ la atención al dinamismo de la vida íntima de la
Trinidad y su proyección histórica que es el dinamismo del Espíritu en la
Iglesia, nos ayudará a ser una Iglesia más viva y comunional (hacia adentro) y
también a poder ser partícipes ágiles y unidos en nuestra evangelización y
pastoral de la vida social (hacia afuera).
Pues la Iglesia está llamada a ser Comunión Misionera, a imagen de la Trinidad:
comunión hacia adentro y misionera hacia afuera (recordemos que la misión surge
de la Trinidad: el primer enviado es el Hijo, y el segundo es el Espíritu). O,
si queremos sintetizar la comunión y el dinamismo misionero en una sola
expresión, podemos hablar de sinodalidad:
un Pueblo de Dios peregrino en la historia que convoca a incorporarse a
aquellos con quienes se va encontrando en su camino de hacia la Casa del Padre.
7. Los principios de la DSI
a la luz de la Trinidad
Después de haber visto la articulación general de los principios y
valores de la DSI, veamos la dimensión “trinitaria” o comunional que tienen los
principios en particular.
1. El principio del bien común. Ya desde su mismo nombre aparece como un “bien” que es uno (pues
se dice en singular), y que beneficia a muchos porque es “común”; con esto
tenemos una alusión directa al misterio del Dios Uno y Trino en el cual hay
Tres Personas que lo tienen todo en común… ¡hasta la única naturaleza divina!
Respecto del bien común como bien social también hay una referencia
posible a la Trinidad porque siendo un “bien uno” incluye un riquísimo “conjunto
de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada
uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”
(CDSI 164)… con lo cual tenemos de nuevo el modelo de comunión que es unidad en
la diversidad. Y, como se ve en el texto, este bien uno es poseído por cada uno
de los miembros de la sociedad… de modo semejante a como la única naturaleza
divina –con su riquísimo conjunto de atributos‒ es en cada Persona Divina.
Y dado que es bastante común encontrar que las personas tienen
dificultades para definir el contenido concreto del bien común, no estará de
más indicarlo: “…compromiso por la paz, la correcta organización de los poderes
del Estado, un sólido ordenamiento jurídico, la salvaguardia del ambiente, la
prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales
son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo,
educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las
informaciones y tutela de la libertad religiosa” (CDSI 166).
2.
El principio del destino universal de los bienes. Este principio se fundamenta en la voluntad de Dios que es Creador
y Padre y que “ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente
a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno” (CDSI
171). Y aquí tenemos otra reminiscencia trinitaria: también en Dios ‒como
dijimos antes‒ el bien infinito de la única naturaleza divina es de cada una de
Ellas pues: “Las personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que
cada una de ellas es enteramente Dios… Cada una de las tres personas es esta
realidad, es decir, la substancia, la esencia o la naturaleza divina” (CCE
253). En cierto modo, podemos hablar de la “pobreza de cada Persona divina” que
tiene todo en común con las otras… salvo su propia Persona (que es la condición
de posibilidad para que haya una verdadera comunión).
3.
El principio de subsidiaridad. Este principio
también es poco comprendido, sobre todo porque se lo suele parcializar. Dado
que la palabra hace pensar en “subsidios”, se piensa únicamente en la
asistencia estatal a personas o instituciones necesitadas. Pero el principio es
mucho más rico, pues alcanza a todo tipo de organizaciones (estatales, privadas
y etc.) y tiene dos aspectos: la instancia superior no debe intervenir si la instancia inferior puede realizar su tarea
adecuadamente y debe asistirla si
ella no puede afrontar sola esa tarea. O sea que este principio conjuga el
respeto por la instancia inferior y su propia libertad y creatividad, junto con la solidaridad para con ella, si es necesario (cf. CDSI 186).
Dado que aquí hay relaciones de superioridad e inferioridad, esto no se
aplicaría a la Trinidad en sí misma, sino a la actitud que la Trinidad tiene
con nosotros, los hombres a quienes ayuda cuando lo necesitamos, sin que esto
excluya nuestro esfuerzo y dedicación.
Pero
si quitamos el elemento de superioridad/inferioridad podemos encontrar una
reminiscencia de la Trinidad misma pues en ella cada Persona tiene su
peculiaridad que no es sustituida ni absorbida por la otra. Y por eso este
principio de subsidiaridad se parece también a la Trinidad porque promueve una “articulación
pluralista de la sociedad” (CDSI 187) y permite la “red de relaciones que forma
el tejido social y constituye la base de una verdadera comunidad de personas”
(CDSI 185).
4. El principio de participación. Aquí de nuevo encontramos el respeto por la actividad propia de cada
persona en la sociedad. Y por eso nos remite al misterio de la Trinidad en
cuanto que, si bien “toda la economía
divina es la obra común de las tres personas divinas… Sin embargo, cada persona
divina realiza la obra común según su propiedad personal… Son, sobre todo, las
misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las
que manifiestan las propiedades de las personas divinas… Toda la economía
divina, obra a la vez común y personal, da a conocer la propiedad de las
personas divinas y su naturaleza única” (CCE 258-259).
5. El principio de solidaridad. Sobre el cual no nos
extenderemos mucho por la penuria de espacio… baste decir que la doble clave
que suelo usar para abordar el misterio de la Trinidad ‒don de sí mismo y
comunión‒ son también el alma de la solidaridad.
8. Los valores de la DSI a
la luz de la Trinidad
El Compendio de Doctrina Social de
la Iglesia (CDSI) después de haber enunciado los cinco principios que consideramos en la nota anterior, pasa a
exponer los cuatro valores fundamentales
de la vida social: “Todos los valores
sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico
desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia,
el amor” (CDSI 197).
Y,
naturalmente, lo primero que hace es vincular a unos con otros, mostrando su
“reciprocidad” y que los valores son los “puntos de referencia para la
estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida social” (CDSI 197).
Desde un análisis teológico se podría decir que los valores con como el “alma”
que da vida, organiza y permite la realización de los principios: no podrá
haber bien común, participación o solidaridad si no se viven esos valores. Y,
de hecho, en este mismo número el Compendio
agrega un tercer elemento: la práctica personal de las virtudes.
Dicho brevemente, podemos decir que mientras las virtudes (perspectiva
clásico tanto de la moral cristiana como de la ética del mundo antiguo) radican
en la persona virtuosa, los valores (perspectiva contemporánea propuesta desde
Max Scheller) son ideales morales que –en una mirada creyente‒ terminan
radicando en Dios mismo que es Verdad, Amor, etc.
En ese contexto el Compendio nos dice que “los valores requieren, por consiguiente, tanto la práctica de los
principios fundamentales de la vida social, como el ejercicio personal de las
virtudes”. Y aquí tenemos una resonancia trinitaria: para que la vida social
sea verdaderamente digna de los seres humanos se necesita un interjuego
dinámico de tres instancias: el horizonte de ideales de los valores, la vivencia
personal de las virtudes y la realización histórica de los principios en
estructuras y dinamismos sociales concretos. Si apuramos la cosa podríamos
relacionar la altura de los valores con Dios Padre, la concreción histórica con
el Hijo encarnado y las virtudes con el Espíritu que ‒habitando en cada
persona‒ le permite vivirlas.
Yendo a los valores en particular, también podemos adjudicarlos
pedagógicamente a las Personas Divinas, aunque las Tres sean toda la Realidad
Divina Perfecta, aunque cada una a su modo.[7]
El primer valor que aparece es la verdad y este valor podemos
relacionarlo con la Persona del Hijo que es la Palabra (Lógos) del Padre que se encarna y viene al mundo a iluminarnos y
salvarnos (cf. Jn 1,1-18), es nuestro Maestro (Mt 23,9) y es el Camino, la
Verdad y la Vida (Jn 14,6).
El segundo valor que se enuncia es la libertad, y a este valor lo
podemos relacionar con el Espíritu Santo, pues el Espíritu, como “el viento
sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va…”
(Jn 3,8). Y nos dice Pablo: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el
Espíritu del Señor, allí está la libertad” (2Co 3,17), porque “para ser libres
nos liberó Cristo” (Gál 5,1).
La justicia, la podemos relacionar con Dios Padre… pero la justicia
entendida en sentido verdaderamente bíblico: no el Dios Juez que castiga, sino el Dios Fiel a su Alianza que cumple lo
pactado en ella: salvar a su Pueblo… aunque el Pueblo no cumpla su parte de
la Alianza que es ser fiel a Dios! Eso es lo que nos enseña Pablo en la Carta a los Romanos: “Porque ahora, independientemente de la Ley, la Justicia
de Dios se ha manifestado, atestiguada por la Ley y los Profetas,
justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen ‒pues no
hay diferencia: todos pecaron
(judíos y griegos) y
están privados de la gloria de Dios‒ y todos son justificados por el don de su
gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rm 3,21-24).
Finalmente, el Amor lo podemos adjudicar a toda la Trinidad, pues como
dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“A lo largo de su historia, Israel pudo descubrir que Dios sólo tenía una razón
para revelársele y escogerlo entre todos los pueblos como pueblo suyo: su amor
gratuito… Pero San Juan irá todavía más lejos al afirmar: "Dios es
Amor" (1 Jn 4,8.16); el Ser mismo
de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y
al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (Cf. 1 Cor 2,7-16; Ef
3,9-12); él mismo es una eterna comunicación
de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él”
(CCE 218-221).
Con lo cual volvemos a iluminar desde la altura de la Trinidad la vida
social humana: la Comunión eterna e infinita de Vida, Sabiduría y Amor que es
la Trinidad nos invita a participar de esa comunión, sea en la vida social
humana y en la comunidad eclesial en el más acá, y a consumar esa comunión en
la incorporación eterna a la Vida divina en el más allá…
9. La imagen de
la Trinidad en las distintas realidades sociales
La segunda parte del Compendio de Doctrina Social de la Iglesia
repasa las distintas realidades sociales en las cuales vive y se desenvuelven
las personas, y lo hace en una especie de esquema concéntrico que comienza con
la familia, sigue con el trabajo y la vida económica, luego trata de la
comunidad política nacional e internacional para concluir con el medio
ambiente. Y en todas estas realidades sociales podemos ver una imagen de la
Trinidad, porque en todas ellas es fundamental la dimensión relacional. Aquí
solamente indicaremos algunos textos fundamentales de una temática que se
podría ampliar mucho más…
Respecto del matrimonio y la familia ‒y también
sobre el trabajo humano‒ ya el Compendio
se había expresado en sus primeros números, iluminando su riqueza con la luz de
la Trinidad:
“Las páginas del primer libro de la Sagrada Escritura ,
que describen la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27),
encierran una enseñanza fundamental acerca de la identidad y la vocación de la
persona humana. Nos dicen que la creación del hombre y de la mujer es un
acto libre y gratuito de Dios; que el hombre y la mujer constituyen, por su
libertad e inteligencia, el tú creado de Dios y que solamente en la
relación con Él pueden descubrir y realizar el significado auténtico y pleno de
su vida personal y social; que ellos, precisamente en su complementariedad y
reciprocidad, son imagen del Amor trinitario en el universo creado; que a
ellos, como cima de la creación, el Creador les confía la tarea de ordenar la
naturaleza creada según su designio (cf. Gn 1,28).
El libro
del Génesis nos propone algunos fundamentos de la antropología cristiana: la inalienable dignidad de la persona
humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios; la
sociabilidad constitutiva del ser humano, que tiene su prototipo en la relación
originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión « es la expresión primera de
la comunión de personas humanas »; 38 el significado del actuar
humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes
de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la
humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. Esta visión de la persona
humana, de la sociedad y de la historia hunde sus raíces en Dios y está
iluminada por la realización de su designio de salvación” (CDSI 36-37).
Y sobre esto abunda cuando habla
de la subjetividad social de la familia:
“La
familia se presenta como espacio de comunión —tan necesaria en una sociedad
cada vez más individualista—, que debe desarrollarse como una auténtica
comunidad de personas 490
gracias al incesante dinamismo del amor, dimensión fundamental de la
experiencia humana, cuyo lugar privilegiado para manifestarse es precisamente
la familia: «El amor hace que el hombre se realice mediante la entrega
sincera de sí mismo. Amar significa dar y recibir lo que no se puede comprar ni
vender, sino sólo regalar libre y recíprocamente»” (CDSI 221).
También el trabajo humano –en particular‒ es una imagen de la comunión de la Trinidad:
“El trabajo
humano posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo de un hombre, en efecto, se vincula
naturalmente con el de otros hombres: « Hoy, principalmente, el trabajar es
trabajar con otros y trabajar para otros: es un hacer algo para alguien». También
los frutos del trabajo son ocasión de intercambio, de relaciones y de
encuentro. El trabajo, por tanto, no se puede valorar justamente si no se tiene
en cuenta su naturaleza social, «ya que, si no existe un verdadero cuerpo
social y orgánico, si no hay un orden social y jurídico que garantice el
ejercicio del trabajo, si los diferentes oficios, dependientes unos de otros,
no colaboran y se completan entre sí y, lo que es más todavía, no se asocian y
se funden como en una unidad la inteligencia, el capital y el trabajo, la
eficiencia humana no será capaz de producir sus frutos. Luego el trabajo no
puede ser valorado justamente ni remunerado con equidad si no se tiene en
cuenta su carácter social e individual»” (CDSI 273).
En relación con la convivencia política en la comunidad
nacional (y se podría ampliar a la internacional también) leemos en el Compendio que:
“El
precepto evangélico de la caridad ilumina a los cristianos sobre el significado
más profundo de la convivencia política… El objetivo que los creyentes deben proponerse es
la realización de relaciones comunitarias entre las personas. La visión
cristiana de la sociedad política otorga la máxima importancia al valor de la comunidad,
ya sea como modelo organizativo de la convivencia, ya sea como estilo de vida
cotidiana.
Y en esta apretado elenco de
textos me gustaría terminar con una bellísimo y profundo párrafo de Juan XXIII
en lo que fue su testamento espiritual respecto de la DSI: la Pacem in terris. Allí expone la vida de la sociedad en tonos
prácticamente festivos:
“Lo
que caracteriza en primer lugar a un pueblo es el hecho de compartir la vida y
los valores, fuente de comunión espiritual y moral: «La sociedad humana... tiene que ser considerada, ante todo,
como una realidad de orden principalmente espiritual: que impulse a los
hombres, iluminados por la verdad, a comunicarse entre sí los más diversos
conocimientos; a defender sus derechos y cumplir sus deberes; a desear los
bienes del espíritu; a disfrutar en común del justo placer de la belleza en
todas sus manifestaciones; a sentirse inclinados continuamente a compartir con
los demás lo mejor de sí mismos; a asimilar con afán, en provecho propio, los
bienes espirituales del prójimo. Todos estos valores informan y, al mismo
tiempo, dirigen las manifestaciones de la cultura, de la economía, de la
convivencia social, del progreso y del orden político, del ordenamiento
jurídico y, finalmente, de cuantos elementos constituyen la expresión externa
de la comunidad humana en su incesante desarrollo»” (CDSI 386).
Ante una humanidad y una nación tan heridas
de divisiones, grietas, muros y amenazas este texto de San Juan XXIII es un
llamado a la conversión para que haya paz en la tierra…
[1] C. von Schönborn, El Misterio trinitario como hilo conductor
del Catecismo de la
Iglesia Católica , en AAVV, Introducción al Catecismo de la Iglesia Católica ,
Bogotá, San Pablo, 1993, 48-51.
[2] Si alguien no la ha
leído en Eclesia, puede buscar en mi blog
la parábola de “la torta y el conocimiento” en que expongo algo sobre
esto. Basta poner en Google: Jorge Fazzari Blog y allí se encuentran las
parábolas.
[3] El Compendio volverá
sobre esta idea cuando hable de la persona como “imagen de Dios”, en el nº 110.
[4] Decimos que “la
persona es por los otros” porque ni siquiera Dios Padre ‒que no procede de
nadie‒ puede ser Padre sin el Hijo.
[7] Como ejemplo, se puede ver en mi blog (Jorge Fazzari Blog) la
entrada titulada “Los Tres son Vida, Luz y Amor” simplemente poniendo ese
título en el botón de búsqueda que tiene el mismo blog…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario