Continuamos comentando el documento de la Comisión Teológica Internacional (CTI) “La
sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia”, aprobado por Francisco y
que expresa la orientación teológica y pastoral que él quiere dar a la Iglesia,
en continuidad con el Vaticano II:
“Este
es el umbral de novedad que el Papa Francisco invita a atravesar. En la línea
trazada por el Vaticano II y recorrida por sus predecesores, él señala que la
sinodalidad expresa la figura de Iglesia que brota del Evangelio de Jesús y que
hoy está llamada a encarnarse en la historia, en creativa fidelidad a la
Tradición” (n° 9a).
Y “los frutos de la renovación propiciados
por el Vaticano II en la promoción de la comunión eclesial, de la colegialidad
episcopal… para llevar a cabo una pertinente figura sinodal de Iglesia… requiere
principios teológicos claros y orientaciones pastorales incisivas” (n° 8).
En este sentido y “en conformidad con la enseñanza
de la Lumen gentium, el Papa
Francisco destaca en particular que la sinodalidad «nos ofrece el marco
interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico»” y
que “todos los miembros de la Iglesia son sujetos activos de la evangelización.
Se sigue de esto que la puesta en acción de una Iglesia sinodal es el
presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo
el Pueblo de Dios” (n° 9b).
Finalmente se indica que la figura sinodal de
la Iglesia que nos abre a una comprensión y una “promoción de la comunión
eclesial, de la colegialidad episcopal” (n° 8) también “está en el corazón del
compromiso ecuménico de los cristianos… porque ofrece –correctamente entendida–
una
comprensión y una experiencia de la Iglesia en la que pueden encontrar
lugar las legítimas diversidades en la lógica de un recíproco intercambio de
dones a la luz de la verdad” (n° 9c).
En el conjunto de estos textos podemos ver
que la sinodalidad recoge las distintas formas de comunión que articulan la
riqueza de la experiencia eclesial, tal como ya nos había mostrado el Concilio
Vaticano II, sobre todo (pero no sólo) en Lumen
Gentium: comunión eclesial, colegialidad episcopal, compromiso ecuménico.
Junto con esto, se precisa que en esta Iglesia sinodal, el ministerio
jerárquico se comprende como un servicio al Pueblo de Dios, y que todos en él
estamos llamados a ser sujetos activos, también de un nuevo impulso misionero
que involucre a todos.
Y recordemos que “comunión” es “unidad en la
diversidad” tal como se presupone en todos estos textos y se explicita al final
del número 9 cuando se habla de “legítimas diversidades” en una “lógica del
intercambio recíproco”.
Con esto, vuelve a vislumbrarse el modelo
supremo que es la Trinidad, en la cual la diversidad de las personas divinas
que “son realmente distintas entre sí” (CCE 254) se basa en su “comunión
consustancial” (CCE 248) y se consuma en su comunión de amor, porque “"Dios
es Amor" (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la
plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su
secreto más íntimo (Cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); él mismo es una eterna
comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a
participar en Él” (CCE 221).
Por
eso, el aspecto más profundo del misterio de la Iglesia es ser signo e
instrumento de comunión, como decía Lumen
Gentium en su mismísimo número 1 es: “"La Iglesia es en Cristo como un
sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de
todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los
hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres
radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la
unidad del género humano…” (CCE 775).
Y,
por eso, “en la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la
caridad que no pasará jamás"(1 Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo
lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa (Cf. LG 48).
"Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de
Cristo. Y la santidad se aprecia en función del “gran Misterio” en el que la
Esposa responde con el don del amor al don del Esposo" (MD 27). María nos precede
a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa
sin tacha ni arruga" (Ef 5, 27). Por eso la dimensión mariana de la
Iglesia precede a su dimensión petrina" (Ibíd.)” (CCE 773).
Este último texto que cita el Catecismo de la Iglesia Católica y que
procede de Mulieris dignitatem, el
documento de San Juan Pablo II sobre la dignidad de la mujer, es uno de los
grandes textos que muestran al ministerio jerárquico como servicio al conjunto
del Pueblo de Dios: aquí “Pedro” simboliza el ministerio jerárquico y “María”
simboliza la santidad que se expresa en la fe, esperanza y amor y nos pone en
comunión con las Personas Divinas. Y lo que dice el texto es que “Pedro”
trabaja para “María” y por eso “eso la dimensión mariana de la Iglesia precede
a su dimensión petrina”.
También este texto entonces ilustra lo que
poníamos en nuestra primera cita: no sólo el Vaticano II sino también “los predecesores”
de Francisco nos estaban ya invitando a vivir en una Iglesia sinodal a imagen
de la Trinidad.[1]
[1]
Un evento importantísimo al respecto fue el Sínodo Extraordinario de 1985, que
convocó San Juan Pablo II para evaluar los primeros 20 años de pos-Concilio y
cuyo eje central fue la Iglesia entendida como Comunión.
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