viernes, 23 de agosto de 2019

“Sinodalidad” expresa y realiza la comunión en sus distintas formas (publicado en Eclesia en mayo 2019)


Continuamos comentando el documento de la Comisión Teológica Internacional (CTI) “La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia”, aprobado por Francisco y que expresa la orientación teológica y pastoral que él quiere dar a la Iglesia, en continuidad con el Vaticano II:
    “Este es el umbral de novedad que el Papa Francisco invita a atravesar. En la línea trazada por el Vaticano II y recorrida por sus predecesores, él señala que la sinodalidad expresa la figura de Iglesia que brota del Evangelio de Jesús y que hoy está llamada a encarnarse en la historia, en creativa fidelidad a la Tradición” (n° 9a).
   Y “los frutos de la renovación propiciados por el Vaticano II en la promoción de la comunión eclesial, de la colegialidad episcopal… para llevar a cabo una pertinente figura sinodal de Iglesia… requiere principios teológicos claros y orientaciones pastorales incisivas” (n° 8).
   En este sentido y “en conformidad con la enseñanza de la Lumen gentium, el Papa Francisco destaca en particular que la sinodalidad «nos ofrece el marco interpretativo más adecuado para comprender el mismo ministerio jerárquico»” y que “todos los miembros de la Iglesia son sujetos activos de la evangelización. Se sigue de esto que la puesta en acción de una Iglesia sinodal es el presupuesto indispensable para un nuevo impulso misionero que involucre a todo el Pueblo de Dios” (n° 9b).
  Finalmente se indica que la figura sinodal de la Iglesia que nos abre a una comprensión y una “promoción de la comunión eclesial, de la colegialidad episcopal” (n° 8) también “está en el corazón del compromiso ecuménico de los cristianos… porque ofrece –correctamente entendida– una 

comprensión y una experiencia de la Iglesia en la que pueden encontrar lugar las legítimas diversidades en la lógica de un recíproco intercambio de dones a la luz de la verdad” (n° 9c).

   En el conjunto de estos textos podemos ver que la sinodalidad recoge las distintas formas de comunión que articulan la riqueza de la experiencia eclesial, tal como ya nos había mostrado el Concilio Vaticano II, sobre todo (pero no sólo) en Lumen Gentium: comunión eclesial, colegialidad episcopal, compromiso ecuménico. Junto con esto, se precisa que en esta Iglesia sinodal, el ministerio jerárquico se comprende como un servicio al Pueblo de Dios, y que todos en él estamos llamados a ser sujetos activos, también de un nuevo impulso misionero que involucre a todos.
   Y recordemos que “comunión” es “unidad en la diversidad” tal como se presupone en todos estos textos y se explicita al final del número 9 cuando se habla de “legítimas diversidades” en una “lógica del intercambio recíproco”.
   Con esto, vuelve a vislumbrarse el modelo supremo que es la Trinidad, en la cual la diversidad de las personas divinas que “son realmente distintas entre sí” (CCE 254) se basa en su “comunión consustancial” (CCE 248) y se consuma en su comunión de amor, porque “"Dios es Amor" (1 Jn 4,8.16); el ser mismo de Dios es Amor. Al enviar en la plenitud de los tiempos a su Hijo único y al Espíritu de Amor, Dios revela su secreto más íntimo (Cf. 1 Cor 2,7-16; Ef 3,9-12); él mismo es una eterna comunicación de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y nos ha destinado a participar en Él” (CCE 221).
   Por eso, el aspecto más profundo del misterio de la Iglesia es ser signo e instrumento de comunión, como decía Lumen Gentium en su mismísimo número 1 es: “"La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano…” (CCE 775).
   Y, por eso, “en la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1 Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este mundo que pasa (Cf. LG 48). "Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función del “gran Misterio” en el que la Esposa responde con el don del amor al don del Esposo" (MD 27). María nos precede a todos en la santidad que es el Misterio de la Iglesia como la "Esposa sin tacha ni arruga" (Ef 5, 27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina" (Ibíd.)”  (CCE 773).
   Este último texto que cita el Catecismo de la Iglesia Católica y que procede de Mulieris dignitatem, el documento de San Juan Pablo II sobre la dignidad de la mujer, es uno de los grandes textos que muestran al ministerio jerárquico como servicio al conjunto del Pueblo de Dios: aquí “Pedro” simboliza el ministerio jerárquico y “María” simboliza la santidad que se expresa en la fe, esperanza y amor y nos pone en comunión con las Personas Divinas. Y lo que dice el texto es que “Pedro” trabaja para “María” y por eso “eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina”.
   También este texto entonces ilustra lo que poníamos en nuestra primera cita: no sólo el Vaticano II sino también “los predecesores” de Francisco nos estaban ya invitando a vivir en una Iglesia sinodal a imagen de la Trinidad.[1]



[1] Un evento importantísimo al respecto fue el Sínodo Extraordinario de 1985, que convocó San Juan Pablo II para evaluar los primeros 20 años de pos-Concilio y cuyo eje central fue la Iglesia entendida como Comunión.

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