1. El Padre comunica la naturaleza divina al Hijo, y así lo
engendra. Cada uno es la única sustancia divina, «la misma esencia, pero en el Padre según la
relación del donante y en el Hijo según la relación de receptor».[1]
La sustancia divina no subsiste como una cuarta realidad, distinta de
las Personas divinas, sino que cada Persona
es esa realidad, de un modo distinto.
De modo parecido, no existe “el ser humano”, sino que todo ser humano existe
como mujer o como varón. “Ser mujer” y “ser varón” son los dos modos distintos,
complementarios y relacionales del “ser humano”.
2. Y de modo a como el Padre dona y el Hijo recibe, en el
amor matrimonial el varón es donante y la mujer es receptiva. Pero a diferencia
de lo que sucede en la Trinidad, el varón no comunica su naturaleza a la mujer
que ya la posee. Pero aquí hay otro reflejo (o dos) de la Trinidad. Por un
lado, esa contemporaneidad del ser varón y del ser mujer, es semejanza de la coeternidad de las Personas divinas, que
siempre han existido en comunión.
3. Y por otra parte, de ese donarse del varón y de ese recibir de
la mujer, procede la tercera persona
(el hijo) como el amor de ellos, que toma consistencia de persona.
El Espíritu Santo, la
Persona Amor [2]
La relación existente entre la persona del hijo en el matrimonio y la
Persona del Espíritu Santo en la Trinidad, merece una meditación
complementaria.
Antes de que nazca
el primer hijo, el amor del matrimonio ya es muy rico, pues es comunión,
sentimiento, vínculo, alianza, sacramento...
Pero cuando nace el primer hijo sucede algo
maravilloso: vemos que nuestro amor se ha hecho persona. Nuestro amor ha tomado
consistencia propia, y está ante nosotros con su propia identidad.
Tiene algo de tí, y tiene algo de mí; pero no es ni
tú, ni yo: es él.
Es otro, pero es uno de nosotros.
Es una tercera persona, pero no ha venido “de
fuera”, sino que ha surgido “de dentro”.
Y, por eso, podemos decir que el hijo –como tercera
persona en la familia– es “imagen y semejanza” de la Tercera Persona Divina.
Pues el Espíritu Santo es la “Persona-Amor”, en Quien el Amor del Padre y del
Hijo es consistencia personal, con su propia identidad. Y el Espíritu Santo no
es ni el Padre, ni el Hijo: es Él mismo. Es Otro, en ese Nosotros Trinitario.
Y, esta Tercera Persona no ha venido “de fuera”, sino que procede de las Otras
Dos.
Es fascinante
contemplar cómo la Trinidad deja su huella maravillosa en todo lo que hace.[3]
[2]
Esto lo copio de mi libro Meditaciones
sobre la Trinidad, Buenos Aires, 20102.
[3]
Incluso se podría ver una lejana reminiscencia de lo masculino y lo femenino,
en el Padre que “se da” y el Hijo que es
“receptivo”; y todo esto, sin que menoscabe la igualdad de dignidad y la unidad
de naturaleza (ver Santo Tomás de Aquino,
Suma Teológica, I, 27, 2, ad 3 y I,
42, 1).
Gracias Jorge por compartir. Y también a imagen de la Santa Trinidad, dejar huellas.
ResponderBorrar