miércoles, 13 de abril de 2016

Don de sí mismo y Comunión: dos miradas complementarias sobre la Trinidad eterna





   En la entrada anterior, decía yo que las dos claves “don de sí” y “comunión” se me revelaron en primer lugar en su misma fuente: la Trinidad divina. Paso a compartir un poco de esto...
   Cuando contemplamos a Dios, a lo máximo que llegamos en esta vida es a una síntesis en que dos elementos se relacionan de modo paradojal: cada uno tiene sentido en sí mismo... pero cuando los queremos unir para lograr la síntesis final, nuestro pobre espíritu queda deslumbrado y ya no puede avanzar más. Y esto es razonable, pues –como decía San Agustín–: “Si lo comprendiste bien, no es Dios”.[1]
   Considerando a la Trinidad en sí misma vemos estas dos claves: contemplamos que el Padre engendra al Hijo con amor infinito; que el Hijo se “devuelve” al Padre con gratitud infinita; y –de este infinito amor mutuo– procede el Espíritu Paráclito como la “Persona Amor” que es el abrazo final de la Trinidad. Así, desde esta mirada, contemplamos el mutuo don de sí de las Tres Personas.
   Pero, al mismo tiempo, sabiendo que en la eternidad no hay sucesión –no hay “antes” y “después”– también debemos confesar que siempre estuvieron los Tres en un abrazo perfecto. Nunca hubo un momento en que haya estado el Padre sin el Hijo, pues en la eternidad no hay momentos. Y, desde esta otra mirada, contemplamos a la Trinidad como comunión eterna, infinita e inmutable.
   Para quienes manejan el lenguaje técnico de la teología clásica, digamos simplemente que la "Trinidad in fieri" manifiesta el don de sí mismo, y la "Trinidad in facto esse" expresa la comunión.
   Ambos aspectos se identifican en la realidad, pero nuestra pobre mente humana necesita esta “reduplicación” como muestra agudamente el teólogo benedictino Ghislain Lafont,[2] y como dice bellamente San Juan de la Cruz:

                   “El Verbo se llama Hijo, que del Principio nacía;
               siempre le ha concebido y siempre le concebía;
               le da siempre su sustancia, y desde siempre la tenía”.[3]



[1] Para una aplicación de la paradoja en cuatro aspectos de la contemplación de Dios: cf. R. Ferrara, El Misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Salamanca, 2005, 174-342.
[2] G. Lafont, Peut-on connaitre Dieu en Jésus-Christ? Problematique, Paris, 1969, 130, 132, 138… 234, etc.
[3] San Juan de la Cruz, Romance sobre la Trinidad; en Obras completas, Madrid, 1980, 69. Modificamos levemente el texto para hacerlo más afín al idioma español actual.




 



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