En el encabezado de este blog he puesto el ícono "La Trinidad" de Rublev. Lo que sigue es la explicación de algunos elementos del ícono.
1. A lo largo de los siglos los teólogos
han intentado adentrarse en el misterio de la Trinidad, los santos lo han vivido,
los místicos lo han gustado, pero fue Andrei Rublev quien logró el mejor
intento de pintarlo, para introducir en él al pueblo cristiano. Su icono de la
Trinidad, obra maestra del arte pictórico, es también un compendio de teología
trinitaria que se ofrece a la mirada de la fe.
Data del año 1411 aprox. y se encuentra
actualmente en la Galería Tetriakov de Moscú. La imagen original tiene un
tamaño de 142 cm.
de alto, por 114 cm.
de ancho.
2. La palabra ícono (o icono) es de origen
griego, y significa “imagen”. Pero en la tradición cristiana oriental, el ícono
es mucho más que “un cuadro”: el ícono es “como un sacramento”, en cuanto que
–desde lo visible– quiere introducirnos en el misterio invisible de Dios. Por
eso, al ícono se lo venera, como la imagen sagrada que es. Y, sobre todo, el ícono
es camino hacia la contemplación.
El Catecismo
de la Iglesia Católica nos dice que, –cuando profesamos con palabras nuestra fe en Dios– “no
creemos en las fórmulas, sino en las realidades que éstas expresan y que la fe
nos permite tocar. «El acto de fe del creyente no se detiene en el enunciado,
sino en la realidad enunciada» (Santo Tomás de Aquino). Sin embargo, nos
acercamos a estas realidades con la ayuda de las formulaciones de la fe. Estas
permiten expresar y transmitir la fe, celebrarla en comunidad, asimilarla y
vivir de ella cada vez más.” (CCE 170). El ícono, de alguna manera, cumple una
función parecida –no en el plano de las palabras– sino en el plano de la imagen: la propuesta es no quedarse
en la imagen, sino que la imagen nos remita a la Infinita Realidad de Dios.
3. En este caso, el icono está inspirado en
la visita de “el Señor” a Abraham junto al encinar de Mambré (Gen 18, 1-15). A
través de esa escena del Antiguo Testamento se abre todo un campo de simbología
teológica que nos conduce hasta Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
4. En primer lugar podemos ver la escena en
general, tenemos Tres Personas sentadas en torno a una mesa con una copa en
medio. La Persona central resalta por el intenso rojo de su túnica que contrasta
fuertemente con el azul del manto (rojo: verdadero hombre; azul: verdadero
Dios): es el Hijo de Dios. Viene de un largo camino, por eso el cuello de su
túnica está ligeramente descolocado, una estola dorada cae sobre su hombro
derecho. Está mirando hacia su derecha, hacia Dios Padre que está vestido con
una túnica azul casi totalmente cubierta por un manto semitransparente. Está
como recibiendo al recién llegado, su postura es de reposo. A la derecha
tenemos al Espíritu Santo, cruzado por el bastón que sostiene con la mano
izquierda. La mano derecha casi parece apoyarse en la mesa para levantarse. La
túnica es azul, como en el caso del Padre, y el manto es de
un verde igual al del suelo sobre el que se apoyan los bancos en que están
sentados los Tres.
5. El azul representa la
divinidad de las Tres Personas, iguales y distintas a la vez. En el Padre, el
azul casi no se ve, pues “a Dios nadie le ha visto jamás” (Jn 1, 18); y el azul
está cubierto por un manto que tiene una multitud de colores: sobre todo
dorado, plateado (que son los colores de la luz); pero también azul, rojo,
ocre, amarillo, tintes nacarados: es como un arco iris, lo cual evoca que el
Padre “es la fuente y el origen de toda la divinidad” (CCE 245).
En el Hijo, el azul se combina con el
púrpura y muestra el misterio de su amor hasta la muerte. Pero el púrpura (de
la carne, de la sangre y de la Pasión) está atravesado por un listón dorado que
surge de la raíz del ala derecha y se hunde en el azul, mostrando que el Hijo
sigue siendo verdadero Dios durante toda su existencia humana. A su vez, el
Hijo es la única Persona que tiene el azul en la vestidura exterior, pues el
Hijo es el Dios que se nos hizo visible, al hacerse hombre. Y ese azul se
derrama como cascada, mostrando cómo la bendición divina nos viene desde Jesús.
En el Espíritu Santo, el azul se combina con
el verde (color que también tiene el suelo, a sus pies): es el “Señor y
vivificante” que da vida a toda la creación. Además, en el Espíritu, el azul
–que es la divinidad– se derrama como una cascada hacia la tierra, mostrando al
Paráclito como el artífice de nuestra “divinización” (palabra que usa la
teología oriental para hablar de nuestro crecimiento en la gracia y en la
semejanza con Dios).
6. El Hijo tiene su cabeza vuelta hacia el
Padre, que es quien lo engendró; el Espíritu Santo tiene su cabeza vuelta hacia
el Hijo y el Padre, pues procede del Padre y del Hijo. El Padre tiene
la cabeza erguida, el Hijo algo inclinada, y el Espíritu Santo un poco más
inclinada aún, indicando estas mismas relaciones de origen.
7. Las Tres Personas tienen un rostro muy
semejante, para representar su igualdad y su co-eternidad. Pues –por un lado,
como proclamamos en el Credo– es verdad que el Padre engendra el Hijo, pero
–por otro lado– también es verdad que nunca hubo “un momento” cuando el Padre
estuviera sin el Hijo, porque en la
eternidad no hay momentos. Como decía San Juan de la Cruz: “el Padre le da
siempre su sustancia, y el Hijo desde siempre la tenía” (“Romance sobre la Trinidad”).
8. Otros elementos que muestran la igualdad
de las Tres Personas Divinas, es el hecho de –si unimos con líneas los dos
extremos de la mesa, con la cabeza de la Persona del Hijo, que está en el
centro- obtenemos un triángulo equilátero. Asimismo, los Tres tienen alas doradas que representan su divinidad
común. Las alas también tienen otro simbolismo: el ala izquierda del Padre está
delante y debajo del ala derecha del Hijo, y ambas alas siguen una línea en
común.
Finalmente, detrás de los Tres hay un fondo
celeste claro, que también representa la común naturaleza divina.
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