9. Al mismo tiempo, contemplamos la comunión
de las Personas, en el siguiente elemento: si quitamos los espacios que las separan,
veremos que los perfiles de las Tres Personas quedan fusionados.
10. Por
otra parte, el rostro del Espíritu Santo se dirige –con mirada atenta– al
rectángulo que está en el frente de la mesa: el rectángulo representa al mundo
(que tiene cuatro puntos cardinales, cuatro estaciones y –según el pensamiento
antiguo– cuatro elementos: agua, fuego, tierra y aire: el cuatro es el símbolo
del mundo, como el tres es el símbolo de Dios).
Esto significa que el Paráclito es quien nos
cuida y nos conduce en la peregrinación de la fe: el Dios Amigo que nos
acompaña en el camino, nos recuerda lo que Jesús enseñó y nos ayuda a vivirlo
en cada situación concreta-.
11. Las Personas muestran figuras esbeltas:
el cuerpo es catorce veces el tamaño de la cabeza, en lugar de siete veces (que
es la dimensión normal).
12. Hay un movimiento que parte del pie
derecho de la Persona de la derecha, continúa en la inclinación de su cabeza,
pasa a la Persona central, arrastra irresistiblemente el cosmos: la roca, el
árbol, y se resuelve en la posición vertical de la Persona de la izquierda,
donde entra en reposo, como en un receptáculo... un hogar.
13. Y vemos que, si bien el mundo está más
acá de Dios, como un ser de naturaleza diferente, al mismo tiempo está incluido
en el círculo sagrado de la comunión de la Trinidad; como en la visión que tuvo
San Benito al final de su vida, cuando “vio todo el universo en Dios”, o como
nos enseña San Pablo, cuando dice que “en Dios vivimos, nos movemos y
existimos” (Hch 17, 28).
14. El cuadro se puede dividir en dos zonas, una
rectangular superior, donde se ven una casa, un árbol y una montaña.
Por
una parte, nos sitúan en el ambiente del relato de Génesis 18 que inspiró a
Rublev: la casa de Abraham, la encina de Mamré y una montaña que evoca la zona
montañosa de Hebrón.
Pero
estos elementos se transforman en símbolos de de las grandes realidades
religiosas del Antiguo y del Nuevo Testamento.
La casa es el lugar de
la presencia de Dios: teniendo dos pisos puede representar a la Iglesia en la
tierra y la Casa del Padre en el Cielo. Y el techo exterior puede significar el
lugar que ocupan aquellas personas de buena voluntad que –sin pertenecer
visiblemente a la Iglesia– también tienen la protección y la gracia de Dios
(cf. LG 16).
El árbol es el lugar de la prueba (la prueba
que vence al hombre en el árbol del bien y del mal del que come Adán y aquella
en la que el hombre sale vencedor en el árbol de la cruz). Surgiendo como desde
la espalda del Hijo, esta planta también puede ser la Iglesia, pues Jesús es la
verdadera Vid, y nosotros somos sus sarmientos (cf. Jn 15).