15. Pasando a la organización de
las Tres Personas que están en primer plano observamos que están estructurados en
forma circular. Un círculo exterior los enmarca y un círculo interior, señalado
por el borde de la manga de la Persona central, reitera y profundiza el movimiento
circular de la imagen. Esta organización circular hace que el cuadro tenga un
movimiento propio, la mirada del observador es conducida de una Persona a otra,
en un camino infinito. Es la vida del Dios trino que se pone ante nuestros
ojos.
Dios no es un puro permanecer en sí mismo, un absoluto quieto y
muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que nos va introduciendo la circularidad del cuadro. Todo esto da a la imagen, un “movimiento inmóvil” que evoca la Vida y Perfección infinitas de la Trinidad.
muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que nos va introduciendo la circularidad del cuadro. Todo esto da a la imagen, un “movimiento inmóvil” que evoca la Vida y Perfección infinitas de la Trinidad.
16.
Esta vida se enmarca en un doble octógono que forman las bases sobre las que
están situados los sitiales de las Personas laterales en combinación, bien con
las cabezas de estas mismas Personas, bien con la casa y la montaña del plano
superior.
El
ocho representa el octavo día, el primer día de la nueva semana, es el domingo
de la resurrección. Este día tiene dos centros, por una parte la copa, que
representa la Eucaristía, por otra parte el seno de la Persona central: el
Hijo. A través del amor de Cristo, que se nos ofrece como realidad creada en la
Eucaristía, se realiza la nueva creación, el nuevo tiempo de la salvación que
es apertura a la eternidad de Dios. Compartir la copa eucarística es adentrarse
en el misterio del amor que mana del seno de Cristo.
17.
Esta unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por una tercera
estructura: las siluetas de las Personas laterales representan una copa, reproducción
de la copa central.
Esta
segunda copa, resultado de la conjunción de la obra del Padre y del Espíritu
que sostiene al Hijo, manifiesta el contenido de la copa central: Jesucristo, el
salvador que viene de un largo camino de muerte simbolizado por el cuello
descolocado de su túnica, pero también de resurrección y gloria que se muestran
en la estola dorada que luce.
La invitación de Dios en la Eucaristía es
una invitación a hacernos hijos en el Hijo, no sólo compartimos la copa, sino
que nos hacemos parte de ella, el sacrificio y el triunfo de Cristo son también
nuestro sacrificio y nuestro triunfo.
Además, si trazamos la línea horizontal que
une los dos extremos superiores de “la copa grande”, vemos que esa línea
horizontal pasa justo por encima del corazón del Hijo. Y, si –a esa línea
horizontal– la cruzamos en el medio con una línea vertical, que vaya de la
cabeza del Hijo a “la copa pequeña” que está sobre la mesa, nos queda el dibujo
de... ¡la Cruz!
18. Las manos de las
Tres Personas convergen en el signo de la eucaristía: ésta es el punto de
aplicación del amor divino: las Tres Personas Divinas realizan conjuntamente la
salvación del hombre, y este es el tema de su diálogo, evocado en la
centralidad de la copa.
Incluso puede verse un movimiento en las
manos que –en sentido inverso al de las cabezas– parte del Padre, pasa por el
Hijo derramándose en el cáliz, y llega al mundo de la mano del Espíritu Santo,
que apunta hacia abajo.
Y en ambos casos –cabezas y manos– todo
indica al Padre como Origen: Origen del cual proceden las otras Personas en la
eternidad (por eso el Hijo tiene su cabeza levemente inclinada hacia el Padre,
y el Espíritu Santo, hacia el Padre y el Hijo) y Origen de la bendición y de la
gracia en el tiempo (ver Catecismo
de la Iglesia Católica 239, 244–245, 248, 254 para el primer aspecto, y 759
y 1077 a 1083).
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