5. La conversión
La quinta variable es la conversión; el
verbo convertirse. Se trata de un proceso de cambio iniciado mayormente por
uno mismo a partir de una situación de infelicidad o
de temor, y orientado hacia una situación de mayor bienestar. Moralmente se puede hablar de un proceso de corrección: enderezar lo que está torcido. Soteriológicamente se trata
de un proceso en el cual el estado de pecado se cambia en santidad o la condenación
en salvación. Es evidente que se trata de una
variable muy compleja, pero que se presta a diferenciaciones diagnósticas.
Una de las primeras
cosas que el agente de pastoral tiene que tratar de saber es si las personas a
las que se dirige son conscientes de que ellas mismas están involucradas en los problemas con los que se confrontan. El yo de un hombre es un factor
activo en las buenas y en las malas, reconocible en la expresión anticuada: “conciencia de pecado”. Esta conciencia, altamente ritualizada en el sacramento
de la confesión, tiene que ser expresada y comunicada. El paso siguiente es el
sentimiento de arrepentimiento que desemboca en la disposición para hacer penitencia
y que es sostenido por los efectos esperados de
la absolución. Aunque el agente de pastoral sea confesor
o no, él descubre procesos análogos en la solución
de los problemas, la reducción a procesos más
sencillos de una situación de crisis y la promoción
de la disposición a convertirse son como palancas. Por eso tiene que fijarse
si esta disposición está o no y darse cuenta de cuáles son las formas específicas
en las que ella se puede presentar.
Si alguien se
arrepiente de su pecado, hay que aceptar que él
asume en cierto sentido la
responsabilidad por su
problema. ¿De hecho asume
verdaderamente la responsabilidad? ¿O hace como si él fuera una mera víctima de las circunstancias, o de la fatalidad, sin
responsabilidad respecto a su desgracia? O, en
caso de que piense que él es la víctima de
las circunstancias ¿asume la responsabilidad por la
manera en que reacciona interior y exteriormente
respecto a su situación angustiante? ¿Se siente
desproporcionadamente herido, y juega el papel de
víctima pasiva, o se siente exageradamente enojado e
incuba sentimientos de venganza? ¿Siente en tal caso
algún remordimiento por su forma de responder?
¿O se presenta como una persona muy inflada y
niega que él tenga algún papel en el problema y
piensa que no hay nada en él de donde partir
para llegar a una situación mejor? La autosuficiencia no se limita a
situaciones de relativo bienestar; se puede
ser autosuficiente también en su angustia.
A modo de contraste:
cada evangelizador experimentado conoce a personas que asumen demasiada responsabilidad por
sus problemas porque se consideran a sí
mismos como la única causa de su situación angustiosa. Se arrepienten de
pecados sobre los que no se ha dicho aun la última palabra. Están llenos de
sentimientos de culpa. Ya que esto ocurre frecuentemente en ciudadanos
prominentes y pilares de la Iglesia, este sentimiento de penitencia tiende a ser inauténtico, y esto hace traslucir quizás una conciencia de pecado imaginario que no responde a los hechos efectivos. Puede ser causada por una hipertrofia de la conciencia, por la cual
uno ve pecado en todas partes, y se hace ciego para la gracia. Personas normales no llegan a comprender cómo se puede soportar esta situación, hasta que el observador se da cuenta que detrás de la tristeza aparente se puede esconder una satisfacción secreta porque uno “es el más grande de los pecadores”. Al fin de cuenta es una distinción digna para algunas almas orgullosas que no encuentran en sí mismas otra cosa para
vanagloriarse. Lo aquí descripto es una
característica dinámica de la escrupulosidad.
Un antiguo fantasma de los eclesiásticos experimentados:
arrepentimiento, pesar, contrición son los sentimientos que se buscan, en
particular en ocasión de conflictos entre personas (como en dificultades matrimoniales y en situaciones de separación). ¿El arrepentimiento conduce a la conversión?
¿Tienen ambas partes un “corazón
contrito”? ¿Asume cada uno su parte equitativa de la responsabilidad, de manera que el arrepentimiento se vuelve común entre ambos? ¿Está cada uno arrepentido e inquieto porque ha escuchado la voz de su conciencia? Esto podría ser el principio de la conversión y los agentes de evangelización están en una situación privilegiada para fomentar esta conversión constructivamente
por medio de los símbolos de la fe. Pero si quiere conducir al proceso de conversión a un resultado
constructivo es necesario que tenga alguna idea diagnóstica
de la disposición personal a la conversión y de la forma propia que este
proceso tendrá para cada uno individualmente.
6. La comunidad
Llegamos a la sexta variable 1a comunidad. Este es un tema
multidimensional, recorre una escala muy amplia desde “donde dos o tres están reunidos en mi nombre” (Mt 18,20) hasta el
sentirse unido a toda la cadena del ser.
Tiene que ver con el saber integrado, con la búsqueda
de la comunión con lo exterior, con cuidar y
sentirse cuidado. Esto no quiere decir que
uno tenga que pertenecer a un grupo o a una secta
determinada o que uno sea miembro de una Iglesia local. Estas son sólo formas
especiales de pertenecer por las cuales uno
puede llegar a estar tan involucrado que la idea de
comunidad sufre violencia. Habría que partir de
este sencillo sentido de la palabra comunidad que atestigua y hace posible que
uno diga: “Somos todos
pecadores”, aun cuando este reconocimiento
implique que uno se sienta miembro “de la asamblea de
los justos”. Con todo lo que esto trae consigo.
Quizás el aspecto más fundamental del sentido de comunidad consiste en que uno se sienta unido al
resto de la humanidad y de la naturaleza, o por el contrario uno se considere esencialmente distinto. La primera disposición corresponde a abrazar, la segunda a
rechazar. Esta elección de una respuesta emocional influye también en la manera de pensar de uno. San Francisco
se sentía emparentado con la naturaleza como conjunto y podía tener conversaciones
serias con el hermano sol y la hermana luna, mientras otras personas ven en todo discontinuidad y establecen entre ellos y el resto de la naturaleza una clara
distinción. Se niegan a admitir cualquier comparación entre los hombres y otros primates y muchas veces dividen la humanidad de una manera cortante en creaturas auténticas y no auténticas.
Por lo tanto, la
tarea diagnóstica consiste en constatar
si uno se siente integrado o ajeno, abierto al mundo o
encaprichado, en contacto o aislado, unido
o separado. Mientras los enajenados en su aislamiento
o alejamiento tengan quizás alguna compañía que les da consuelo, sin embargo
prevalece en ellos una actitud general
de prudencia crítica, quizás mezclado con una
gran porción de vanidad. No son capaces de
decir: “Dios bendiga el brazo, allá
voy”, porque decir esto puede provenir únicamente de un profundo sentimiento de comunidad.
En la relación evangelizadora uno se halla confrontado con la integración del interlocutor dentro de su comunidad de
fe y su Iglesia local. Esto vale también
para aquellos que aún están
alejados. Sin embargo, es justamente en
relación con la comunidad de fe o iglesia local que los hombres
pueden experimentar un sentimiento amargo de alejamiento. Puede existir algún
sentimiento de comunidad con el mundo exterior, pero la amargura domina en
relación al pequeño grupo con el cual uno se siente desilusionado y de una u
otra manera herido, y esto conduce a una
reacción de rechazo. Estos sentimientos son frecuentes hoy en día a causa de
las tendencias polarizantes en las iglesias, como por ejemplo las mentalidades liberales contra las
conservadoras, las teologías que enseñan la Salvación individual contra las
que proponen una Salvación comunitaria,
o la distancia que hay entre la Iglesia nacional
y la iglesia local. El alejamiento de la comunidad local tiende a ser percibido
como más agudo y doloroso que el
alejamiento de grupos multitudinarios, porque
en el primero están implicadas personas que se
conocen de cerca. Parecen peleas de familias.
Los conceptos de la fe se manifiestan en
estas formas de
alejamiento en dos niveles. Alguien puede soltarse de su comunidad
local mientras sigue manteniendo un sentimiento de comunión con la Iglesia nacional;
si está de acuerdo con la marcha general de
ésta es posible que por razones teológicas se sienta
unido, en un sentido ecuménico, con innumerables personas
que viven en otra parte pero lamentablemente no
integran el círculo de los que tratan a diario. Esta es una de las maneras por
las cuales la Iglesia institucional fomenta a veces almas solitarias, a pesar
de predicar la fraternidad. Esta clase de gente solitaria la encontramos en
número creciente y quizás no sepamos cómo reaccionar: Algunos agentes de
evangelización sienten ellos mismos este tipo de alejamiento
para con su Iglesia local. En casi todas las situaciones de alejamiento dentro de la vida
eclesial necesitamos hacer un
juicio diagnóstico puntilloso, libre de las reacciones personales del agente de evangelización. Desde ahí se podrá elegir la estrategia más
adecuada para promover un sentimiento de comunidad que a pesar de todo necesitan los evangelizados.
El sentirse cada vez más
solitarios y aislados puede ser doblemente doloroso por un sentimiento de culpa
o de vergüenza a pesar del hecho
que está primero la experiencia de alejamiento, sin embargo el alejado sabe también que
estos sentimientos en algo son equivocados, en relación a las prescripciones éticas que él mismo toma en cuenta y su
visión sobre la Iglesia. Hace
falta un diagnóstico agudo y detallado.
En todas estas situaciones es necesario
escuchar al interlocutor paciente y
cuidadosamente si no queremos caer en un razonamiento defensivo. Algunos casos tienen que ser tratados con mucho calor y
misericordia, otros con severidad y
otros con una confrontación aguda.
7. La vocación
La séptima variable es el sentimiento de vocación. Esto no quiere decir la
elección de una carrera o de un estudio determinado, sino la alegre disposición que uno tiene de participar
en el plan de la creación y de la Providencia, de modo que en todo lo que haga
el hombre tenga la conciencia de trabajar para un fin, lo que confirma su
existencia en relación con el creador. Freud decía que amar y trabajar son las dos
condiciones más efectivas para la salud mental y nos daremos cuenta que esta variable, la vocación, no se puede ignorar en el diagnóstico de la fe.
La pregunta importante no es: “¿Qué clase de trabajo hace usted Señor Pérez?”. Esta
es una pregunta que se limita al terreno social. Se trata de entablar
conversaciones sobre lo que hacen, por qué lo hacen, y cuáles son las
satisfacciones y frustraciones que les da su
trabajo. Mucha gente se dedica enormemente a su
trabajo y considera su trabajo, por
más triste y aburrido que sea, con un profundo
sentido de vocación. Integran su trabajo en un sistema
de valores y tienden a darle un significado casi
cósmico, por más sencilla que sea su tarea. Si tales actitudes juegan un papel
tan importante en el trabajo diario evangelizador tiene que tener el coraje de constatar el sentido de vocación que
tienen los hombres respecto a toda la vida, en el trabajo y en el tiempo libre.
Ahínco, energía,
laboriosidad, ocupación alegre, dedicación, estos
son signos directos de auténtica implicancia. Pero todos ellos pueden estar al
servicio de la destrucción, pueden presentarse también en el caso de
torturadores. ¿Qué es lo que distingue la vocación
desde un punto de vista teológico, del trabajo o de la
actividad en general? En siglos anteriores se ponía;
el acento en la fidelidad, el deber, actualmente ponemos quizás más el acento
en la participación desde dentro, en el trabajo constructivo sintonizado con la benevolencia divina y opuesto
decididamente a lo maligno, el sentido de la vocación implica cuidarse del
elemento demoníaco en la naturaleza y los asuntos humanos y tratar de mantenerlo en su poder. Vocación apunta al mejoramiento,
significa trabajar con todos sus talentos como participante en el proceso que impulsa el universo hacia una creciente
integridad.
Con tal conciencia de vocación aunque se presente
solo en algunos momentos decisivos de la vida, la
vida de uno se vuelve un viaje y el proceso vital recibe
una gama amplia de significados. Sin esto la vida
no sería, más que un
arrastrarse de una manera aburrida y cansadora.
Con el sentido de vocación la vida es una
peregrinación.
En la conciencia de vocación los hombres presentan
enormes diferencias individuales. No se puede tratar simplemente como algo que
está o no está. La vocación presenta esquemas estilizados respecto a la
manera como uno experimenta la vida, emplea sus
energías y resiste a las dificultades.
Hace falta poca perspicacia para darse
cuenta que hay una gran variación en las distintas formas de estilos de vida, los
extremos son la abundancia y la escases. En la actitud vital de la abundancia
el hombre está dispuesto a adaptarse a su mundo, y al encuentro positivamente de experiencias amplias y
alegrarse de corazón sobre muchas cosas. Cuando esto llega a su máxima
intensidad puede conducir a una cierta vaguedad,
hambre insaciable de algo más, o falta de
capacidad de diferenciación, y esto trae consigo el peligro de una mezcolanza
sincretista de valores y conceptos que no se concilian entre sí. En este contexto la conciencia de
vocación trae consigo un gran consumo de energía de una manera salvaje e
irreflexiva. En la actitud vital de la escasez el acento está puesto en la
prudencia, la limpieza y la puntillosidad de muchas experiencias actuales y
potenciales. Aquí la palabra clave es dominio de sí y cuando éste es exagerado
se rechaza mucho de la vida, de la experiencia y del sentimiento. El riesgo de
esta posición es la limitación, la conciencia de vocación
se estrecha a un perfeccionamiento improductivo.
Existe otro binomio que puede calificar el
estilo del sentido de vocación. Se puede
hablar de “humor” y “seriedad”, ambos en el sentido amplio. Del lado del humor se puede considerar la buena disposición
para jugarse por algo con curiosidad e imaginación,
para participar como jugando en la gran variedad de
experiencias que nos ofrece el mundo, y -si
se tiene ese don- encontrarle soluciones ingeniosas a las tareas y problemas. Alrededor del polo llamado seriedad encontramos el dogmatismo en
todo sentido, la aplicación a la letra más que al espíritu y un seguir medio
rezongando aquello a lo que está llamado. La vocación se hace un trabajo pesado
o un “deber ineludible” (se puede probar fehacientemente que es necesario).
Pero esto es inmensamente desagradable. “Espíritu” y “Espontaneidad” están
cerca del humor, pero corren el riesgo de ser caprichosos y la caprichosidad
puede ser un peligro. “Pesadumbre” y “Solemnidad” están cerca de la seriedad y tienen como peligro la severidad.
Se podrían
añadir más diferenciaciones para distinguir las
diferencias individuales en el sentido de vocación. La idea de vocación está
situada estratégicamente entre las diversas doctrinas teológicas acerca del
hombre y de los detalles concretos y sórdidos de la vida cotidiana. “¿Qué
quieres hacer con tu vida?”, se puede preguntar. “¿Qué tengo que hacer?”, puede
responder el interlocutor. Un interlocutor de tiempos pasados conocido como el
joven rico,
preguntó: “Maestro ¿Qué tengo que hacer?”, son todas las preguntas que se relacionan con la vocación. Ellas
contienen la pregunta decisiva, es decir aquella
que se refiere a la concordancia entre estilo de vida y sistema de valores.
Como siempre profe su saber y escritura me hacen movilizar el espíritu y me llevan a la acción creativa gracias y muchas bendiciones
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