De hecho, la misma palabra
"jerarquía" no existe en el Nuevo Testamento; y, más aún, la actitud
que implica está en oposición con lo que reflexionamos en la entrada anterior y
que contemplamos que es la actitud fundamental de Jesús... ¡y de toda la
Trinidad!
Remito a las tres entradas
en que resumo el artículo de Ghislain Lafont sobre "La transformación
estructural de la Iglesia", del cual cito aquí un párrafo
ilustrativo:
“El rasgo esencial del
nuevo modelo institucional [surgido del
Concilio Vaticano II] es que la Iglesia entera es la destinataria y responsable
de la Revelación, ámbito de salvación para sus miembros, y origen de la misión.
A esta Iglesia, Cristo resucitado ha enviado el Espíritu prometido; y es ella
la que es santa y llamada a la santidad; es ella la que escucha la Palabra de
Dios, la medita y la anuncia. La Iglesia es la que ora, celebra y entra en
diálogo con el mundo.
Esto es obvio para
nosotros hoy. Pero esta concepción de la Iglesia puede ser “temible” en la
medida en que durante siglos la organización de la Iglesia se había construido
a partir de una idea jerárquica que privilegiaba al Papa y al sacerdote. Sólo
el tiempo podrá revelar todas las dimensiones de la evolución que puede
producirse.”: Cf. G. Lafont OSB, L´Eglise en travail de réforme. Imaginer l´Eglise catholique II, Paris,
Cerf, 2011; pp. 188s (la traducción es mía).
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