A lo largo del Evangelio según San Marcos se recalca
claramente una oposición: el amor o el poder. Esto se va concentrando hacia el
final del Evangelio; así, por ejemplo, en cada uno de los tres anuncios de la
Pascua encontramos el mismo esquema:
1. Jesús anuncia
que va a Jerusalén y allí dará su vida, y luego resucitará.
2. Hay una actitud
de ambición de poder de uno, de alguno o de todos los discípulos.
3. Jesús los
corrige haciendo una fuerte catequesis sobre el don de sí mismo y el servicio.[1]

Redondeando esta
perspectiva en el Evangelio de Marcos, recordemos que algunos especialistas nos
dicen que Mc 10,45 resume el perfil de Jesús que Marcos nos quiere mostrar: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar
su vida como rescate por muchos”. Colocado al final del tercer anuncio
de la Pasión, esta afirmación muestra el dilema entre el amor que sirve, o el
poder que se sirve de los otros en provecho propio.
Si vamos al
Evangelio de Mateo encontramos las mismas enseñanzas en torno a esos tres
anuncios de la Pascua de Jesús. Pero hay más: el bloque que constituyen los
capítulos 8 al 10 tienen este
mismo sentido. En el capítulo 10 Jesús
pronunciará el “Discurso a los Apóstoles”, antes del cual “llamando a sus doce discípulos, les dio poder
sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y
toda dolencia” (Mt 10, 1). Pero previamente a esto, en los capítulos 8 y
9 Jesús les ha mostrado cómo y para qué deben utilizar ese poder que los
comunica: en esos capítulos hay 10 milagros de Jesús, en los cuales Él purifica
a un leproso, cura a varios enfermos, calma la tempestad, perdona los pecados,
expulsa demonios, resucita a una niña, devuelve la vista a dos ciegos y, no
contento todavía con todo esto, “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas,
proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella...” (Mt 10, 35s). De
este modo, esa comunicación de poder –que se les da para curar y asistir‒ está
precedida del ejemplo del propio Jesús, que sirve incansablemente y se
compadece con ternura.
Si pasamos a Juan,
vemos que ni siquiera aparece en su evangelio la palabra “Apóstol”, sino que
todos somos discípulos y –si hay alguna diferencia‒ esta no radica en ninguna
jerarquía, sino en la mayor unión con Jesús que hace que un discípulo de mucho
fruto (Cf. Jn 15, 1ss). A esto se lo ha llamado “igualitarismo joánico”, y es
un acento muy fuerte de Juan, que luego debió ser completado dentro del mismo
evangelio agregando el capítulo 21, en que Jesús reconcilia a Pedro consigo
(tres veces, como tres veces lo había negado) y le encomienda: “apacienta mis ovejas”.
Esto merece algunos
comentarios:
- Juan, en su clarividencia contemplativa, va a
la esencia de las cosas salteando (y a veces callando) lo secundario; en este
caso, nos muestra que lo esencial es la comunión de vida, discipulado y amor
con Jesús.
- La palabra
“Apostol” no implica jerarquía, sino misión: significa “enviado”.
- La palabra
“jerarquía” no existe en el Nuevo Testamento.
- La recomendación
final de Jesús a Pedro es la de cuidar con ternura: “apacienta”… y, por las
dudas de que Pedro se olvide, le recuerda de quién son las ovejas: “mis
ovejas”.
En estos tiempos en
que estamos pensando y tratando de llevar adelante las necesarias reformas en
la Iglesia, es de primer orden recordar la insistencia y el ejemplo de Jesús en
el amor servicial.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario