Nuestra fe nos enseña que en la comunión consustancial que
es la Trinidad no hay diferencias de superioridad o de inferioridad entre las
Personas Divinas, como proclamamos en el Credo:
“Creo en un solo Dios, Padre Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.
Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre…
Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con
el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria…”
También lo dice
bella y profundamente la “Oración teológica” de San Gregorio de Nacianzo:
Hay “una sola Divinidad y Poder, que existe
Una en los Tres, y contiene los Tres de una manera distinta. Divinidad sin
distinción de substancia o de naturaleza, sin
grado superior que eleve o grado inferior que abaje...Es la infinita
connaturalidad de tres infinitos. Cada uno, considerado en sí mismo, es Dios
todo entero... Dios los Tres considerados en conjunto... No he comenzado a pensar en
la Unidad cuando ya la Trinidad me rodea con su fulgor. No he comenzado a
pensar en la Trinidad cuando ya la Unidad me arrebata de nuevo” (citado por el
CCE 256).
Santo Tomás de Aquino profundiza esto en la Suma Teológica cuando expone sobre “la
igualdad y semejanza de las Personas entre sí” (I, 42), mostrando que “si
hubiera desigualdad en las Personas divinas, entonces no tendrían una sola
esencia… es pues forzoso admitir igualdad en las Personas
divinas” (art. 1). Por eso, los Tres son “coeternos” (art. 2) e iguales en
grandeza (art. 4) y en poder (art. 6).
La diferencia que hay entre ellos están
dadas por las “relaciones de origen” (CCE 254), que nos llevan a afirmar un “orden de origen, sin anterioridad… no
por el que uno es antes del otro, sino
según el cual uno procede de otro” (art. 3).
Se podría decir que este es un “orden relacional” que se establece a
partir de la identidad distinta de cada Persona: uno es Padre, el otro es Hijo
–relacionalmente ordenados entre sí por la paternidad y la filiación‒ y el otro
es Espíritu Santo, ordenado relacionalmente a Quienes lo espiran.
Tomás también nos expone que “el Padre está
en el Hijo y el Hijo en el Padre” (“y del mismo modo el Espíritu Santo”) “bajo
el triple aspecto de la esencia, la relación y el origen” (art. 5); afirmación que recogerá el Concilio de
Florencia: “A causa de esta unidad, el Padre
está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre,
todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el
Hijo”.
La teología contemporánea ha profundizado en
este último aspecto de la comunión divina en el amor. Y el Magisterio de la
Iglesia ha recogido esto de un modo especial en el Compendio de Doctrina
Social de la Iglesia, que muestra a la Trinidad como la Comunión divina a
cuya imagen ha sido creada la comunidad humana: “Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y
realmente uno, porque son comunión
infinita de amor” (Compendio n° 31; cf. también n° 30 al 37).
De aquí podemos derivar la
conclusión eclesiológica: si en la Trinidad no hay jerarquía sino orden y
comunión, en la Iglesia ‒que es Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del
Espíritu‒ debemos admitir que hay un “orden y comunión”, que no necesariamente deben ser interpretados
desde la noción de jerarquía… palabra que no existe en el Nuevo Testamento y
que, en cierto modo, contradice el espíritu de servicio y de “don de sí mismo”
que tan insistentemente nos inculca Jesús.
También en la Iglesia podemos
hablar de un “orden relacional” que ‒de
modo semejante a lo que sucede en la Trinidad‒ surge de la identidad misma de los fieles, que son distintos por los diversos dones que reciben del
Espíritu:
“Hay diversidad de
carismas, pero un mismo Espíritu; diversidad de ministerios, pero un mismo
Señor; diversidad de actividades, pero
un mismo Dios que obra todo en todos. A cada cual se le otorga la manifestación
del Espíritu para provecho común. Porque a uno se le da por el Espíritu palabra
de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro,
fe, en el mismo Espíritu; a otro, carisma de curaciones, en el único Espíritu; a otro, poder de
milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro,
diversidad de lenguas; a otro, don de interpretarlas. Pero todas estas cosas
las obra un mismo y
único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (1 Co 12, 4-11).
Y enseguida, San Pablo nos
aporta la imagen de la Iglesia como cuerpo de Cristo, cuyos miembros y órganos
diversos cooperan al bien del cuerpo entero (1 Co 12, 12-30).
Y todo esto desemboca en el
famoso “Himno a la Caridad” (1 Co 13), caridad que es el ligamento perfecto de la
comunión (cf. Col 3,14).
En esta misma línea, véanse las reflexiones de G. Lafont en la nota anterior en este mismo blog.
En esta misma línea, véanse las reflexiones de G. Lafont en la nota anterior en este mismo blog.
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