Tú
ves las cosas y dices: “¿Por qué?”
Pero
yo sueño cosas que nunca han sido, y digo: “¿Por qué no?”
George Bernard Shaw
1. Introducción
Continuando con las ideas presentadas en
nuestra reflexión anterior, pensemos ahora en concreto.[1]
Pensemos, por ahora, un mundo posible no muy
diferente al nuestro en algunos aspectos (aunque muy distinto en otros). Pensemos
en nuestros supermercados y otros comercios; en nuestros camiones y trenes
distribuyendo productos a esos locales; en nuestras escuelas y universidades;
en nuestros hospitales; en nuestro sistema de gobierno democrático y
republicano.
Pensemos ahora un sistema educativo que
ayuda a que cada persona descubra su vocación, y ayuda a que esa vocación se
transforme finalmente en su profesión. Hoy en día quienes tenemos la
posibilidad de trabajar en aquello que es nuestra vocación nos sentimos privilegiados.
Y es muy duro trabajar muchas horas por día en algo que no es afín a uno, y
sólo debe ser sobrellevado para poder subsistir. En este mundo posible, una
clave esencial es el ejercicio de un trabajo libre, creativo,
participativo y solidario.[2]
Esto es excelente para la persona y para la sociedad: para la persona, pues
disfruta de aquello que es su trabajo; para la sociedad, pues quien trabaja de
aquello que es su vocación ofrece el mejor producto, servicio, arte u oficio,
pues lo hace de corazón.
2. La tarjeta de
economía.
Muchos
de nosotros tenemos una tarjeta de débito y/o de crédito. Pensemos en una
tarjeta semejante, que podríamos llamarla “tarjeta de economía” (o “ecocard”,
si se prefiere un nombre más práctico, universal y “publicitario”).
Y ahora empieza el esfuerzo de imaginación:
esta sociedad se mueve sin dinero. Lo que la “ecocard” registra es que yo estoy
realizando mi trabajo del modo adecuado. Y ése es mi aporte (y el de todos y
cada uno) a esta sociedad: el trabajo.
3. Producción, consumo y disfrute.
A nuestro sistema actual se le llama, a
veces, “sociedad de consumo”. Pero, en realidad, nuestra economía es
–principalmente– especulativa.[3]
La sociedad que yo propongo es sí, en
verdad, una
sociedad de producción y consumo. Los bienes no son considerados como mercancías, ni se usa dinero. Cada uno produce para la comunidad de acuerdo a sus capacidades, y cada uno toma de ese “producto global” aquellos bienes que necesita o que le convienen para hacer su vida mejor.
sociedad de producción y consumo. Los bienes no son considerados como mercancías, ni se usa dinero. Cada uno produce para la comunidad de acuerdo a sus capacidades, y cada uno toma de ese “producto global” aquellos bienes que necesita o que le convienen para hacer su vida mejor.
Se producen bienes materiales (alimentos,
vestidos, viviendas, etc.), o espirituales (cultura, artes y ciencias); y se
prestan servicios (medicina, educación, administración, etc.). Y los bienes
sobreabundan.
Los bienes se acumulan –y los servicios se
prestan– en lugares semejantes a los actuales: hay locales en los cuales se
exponen y de los cuales se retiran los distintos productos, hay hospitales,
escuelas, universidades, etc.
Cuando la persona cumple con sus
obligaciones laborales (hay un cupo de horas y/o de objetivos que se pautan
para cada persona, según su capacidad y según las necesidades de la comunidad),
se mantiene activa (o “con luz verde”) la “ecocard”, que le da acceso a la
persona a todos los bienes y servicios.[4]
Lo que presentamos hasta aquí es ya una
mejora enorme respecto de nuestra situación actual: no hay desocupación pues todos colaboran, y no hay salario insuficiente para acceder a bienes necesarios: nadie
morirá de hambre en un mundo en que (como hoy) sobran los alimentos,[5]
nadie morirá por la falta de un medicamento o de un tratamiento médico
demasiado caro.
4. Acceso a los bienes, en concreto
¿Cómo funciona concretamente? Supongamos que
un médico sale del hospital en que presta sus servicios y necesita pasar por el
local correspondiente para buscar alimentos. Entra allí con su carrito, recoge
todo lo que necesita y –cuando sale– no hay un “cajero” (pues no hay dinero)
sino una persona que –como los antiguos cajeros– pasa por el “lector de código
de barras” los productos que el médico está llevando, tanto para ir descontándolo
del stock, como para evitar abusos en los productos que se
llevan los
consumidores.[6]
Finalmente, al pasar la tarjeta digital del médico, una “luz verde” en el
monitor, indica que la persona puede retirar esos productos, pues está
realizando sus tareas pautadas (y el volumen de productos que retira está
dentro de los márgenes razonables de consumo pautados para él... y su familia,
en el caso de que la tenga).[7]
Si hay algún inconveniente, interviene personal administrativo que ‒fraternalmente,
pues estamos en una economía fraterna‒ indaga cuál es el problema y aclara o
resuelve la situación. Como la buena voluntad es la actitud de la mayoría, es
fácil encontrar soluciones a los problemas que surgen.
Y en lo que se refiere a “bienes durables”
como los inmuebles o los vehículos, el asunto es semejante. Por ejemplo, si una
familia se agranda por el nacimiento de hijos y necesitan una casa más grande,
simplemente se la solicita y la casa es otorgada por el órgano administrativo
correspondiente. De un modo parecido a como hoy una familia pide un préstamo
hipotecario o se incorpora a un plan de viviendas sociales fomentado por el
Estado (y en cada caso hay una serie de averiguaciones que hacen la entidad
bancaria o el Estado para verificar la posibilidad o pertinencia de lo
solicitado) en nuestro caso, más simplemente aún, se verifica la necesidad o
conveniencia de esa familia… y listo.
Con lo cual estamos diciendo que en esta
economía fraterna hay propiedad privada: cada familia tiene su casa, por
ejemplo. Sólo que accede a ella –no de modo oneroso como sucede ahora‒ sino por
simple adjudicación. Y, de modo parecido a cómo sucede ahora, puede
intercambiarla por otra vivienda más conveniente (y de nuevo la diferencia es
que esto no sucede por medio del dinero, sino por el simple intercambio de una
vivienda por otra).[8]
Respecto de vehículos para uso particular,
recordemos lo dicho en el artículo anterior: En lugar de seguir contaminando
la atmósfera multiplicando la cantidad de vehículos ‒lo que beneficia a las
industrias automotrices, petroleras y afines‒ podríamos diseñar un sistema de
transporte público inteligente, cómodo y eficiente; además de acelerar el
desarrollo y utilización de motores no contaminantes.[9]
Además, con el sistema inmobiliario que presenté recién, una familia podría
pedir una mudanza a una vivienda cercana al lugar de trabajo, con lo cual se
reducirían el cansancio humano, el tiempo perdido en el viaje, el consumo de energía,
el tránsito vehicular y la contaminación. Esa cercanía entre la vivienda y el
lugar de trabajo también fomentaría el uso la bicicleta, por ejemplo.
Además, cuando digo
“transporte público” no me refiero sólo a autobuses, sino también a taxis o
semejantes que pueden hacer un traslado de “puerta a puerta” cuando es
necesario, como así también hacerlos en horarios poco usuales, como trasladar
un médico a un hospital en donde se lo necesita con urgencia.
Aún así, en algunos
casos puede ser necesario o conveniente un vehículo para uso particular, lo
cual seguirá una gestión parecida a la que describimos recién para la vivienda:
se presenta la solicitud al órgano administrativo correspondiente, el cual
evalúa la pertinencia del pedido y eventualmente otorga el vehículo
conveniente. Esto tampoco se diferencia mucho de lo que hoy es la compra de un
vehículo, situación en la cual hay instancias de evaluación, como la capacidad
del comprador para afrontar las cuotas y etc.[10]
5. Acceso a los bienes asegurado
En esta sociedad fraterna nadie retacea su
capacidad de trabajo; pues, por una parte, cada uno trabaja de aquello que le
gusta (y no muchas horas); y por otra parte, todos se han dado cuenta que su mejor “negocio” es que
la sociedad funcione bien, pues eso les garantiza a todos y para siempre el disfrute de todos los bienes que las primitivas
sociedades basadas en el capital no habían logrado nunca.[11]
6. Educación
Además, la educación que estas personas
reciben desde el inicio les manifiesta las bondades del sistema. Y de este
modo, la seguridad económica es la mayor posible para todos, pues el único modo
de no acceder a bienes (aunque más no sea, a los bienes básicos) debería ser
una catástrofe global que afectara profundamente a la naturaleza.
Por otra parte, el volumen de trabajo que se
pide a cada persona es mucho menor a lo que sucedía en las viejas sociedades.
Pues como todas las personas colaboran (cosa que no pasaba en las viejas
sociedades, donde muchas personas no trabajaban o lo hacían en actividades que
no eran productivas o no redundaban en el bien de todos) entonces no es
necesario que nadie trabaje más de seis horas por día.
Los niños y jóvenes no trabajan, sino que
esta sociedad inteligente invierte en su formación todo el tiempo que va hasta
sus 20 o 24 años de edad, según los casos.
Qué actividad conviene que realice cada uno,
se va aclarando a lo largo de un proceso educativo inteligente y personalizado (que ahora no está limitado por presupuestos en dinero),
que ayuda a cada niño y joven a ir descubriendo sus capacidades y vocación.
Pues cuando uno trabaja en aquello para lo que tiene real capacidad y vocación,
como dijimos antes, lo hace con gusto y con calidad.
De este proceso educativo surgen
profesionales, docentes, artistas, personal administrativo, deportistas, etc.;
cada uno, de acuerdo a sus capacidades y vocación. Los jóvenes así formados se
incorporan a la vida activa, hasta sus 60 años (y digo 60 años para indicar que cada uno aporta a la sociedad el doble de tiempo que la sociedad invirtió en su formación; nada impide que -como cada uno trabaja en lo que le agrada- alguien siga ejerciendo su actividad mientras quiera y pueda).
7. Algunas cuestiones particulares
Según la antigüedad laboral de cada uno, las
vacaciones son más o menos prolongadas, y en destinos más o menos alejados.
Eventualmente, si hay trabajos que no quieren
ser asumidos por las personas en cantidad suficiente para cubrir las
necesidades de la comunidad, se estimula a que algunos se inclinen a asumir
estos trabajos, ofreciendo algún beneficio suplementario. A veces, también será
posible sustituir la mano de obra humana por máquinas o robots. O algunas
tareas indeseables pueden ser penas para delitos que se cometan.[12]
Las personas jubiladas, disfrutan de los
mismos bienes que tuvieron durante su vida activa, es decir, de todo aquello que
les resulta conveniente para tener calidad de vida. Y las personas que sufren
alguna incapacidad colaboran en la medida de sus posibilidades ‒como todos los
miembros de la comunidad‒ haciendo tareas que los insertan en la vida social de
modo tan pleno como sea posible.
Las personas que están enfermas
temporariamente, o sufren una incapacidad permanente y no pueden trabajar, son
sostenidas por el resto de la comunidad global, que produce bienes de sobra,
para todos.
Dado que hay mucho tiempo libre (recordemos
que trabajan como máximo seis horas) dedican mucho tiempo a la familia, a los
amigos, al arte, a la cultura, al deporte, y el clima es de abundancia, alegría
y paz.
8. El sistema político
Y nada impide que este sistema económico
fraterno sea completamente compatible con un sistema político democrático y
republicano. Es más: esto mejoraría, pues los puestos políticos no darían
privilegios, sino que ese servicio a la sociedad estaría recompensado del mismo
modo que todos los demás.
Naturalmente, este sistema no eliminaría ni
el egoísmo ni los delitos. Por eso serían necesarios un poder judicial, agentes
de seguridad y un sistema penal adecuados, semejantes a los actuales. Pero
sobre eso nos extenderemos en otra oportunidad…
Estas reflexiones continúan en
ECONOMÍA FRATERNA: 3 HISTORIAS POSIBLES...
Estas reflexiones continúan en
ECONOMÍA FRATERNA: 3 HISTORIAS POSIBLES...
[1]
La reflexión anterior se llama “Economía fraterna” y es del 25/05 de este año,
y se puede encontrar haciendo clik en la pestaña superior llamada “Economía” o haciendo clik en el siguiente enlace: ECONOMÍA FRATERNA
[2]
Son palabras de Francisco en Evangelii
Gaudium 192.
[3]
En 2002 el volumen en dólares de la especulación financiera era 30 veces mayor que el PBI mundial. Cf. H. Kempf, Para salvar el planeta, salir del capitalismo, Buenos Aires, 2010;
p. 24.
[4]
Tal como sucede en
nuestras sociedades, hay personas que se encargan de monitorear que cada uno
cumpla con su trabajo.
[5]
Desde 2008 estamos en
capacidad de producir alimentos para 12.000 millones de personas… en ese
momento no éramos siquiera 7000 millones; y se calcula que para fin de siglo
habrá unos 10.000 millones: véase en www.derechoalimentación.org, el informe
2008 “Hacia una nueva gobernanza de la seguridad alimentaria”, en p. 14.
[6]
Estos datos de consumos también sirven para evaluar la economía en curso, y
planificar la futura.
[7]
Si alguien objetara que esto implica un “control social”, la respuesta es que
se trata de un control mucho más flexible y humano que el monto salarial que
cada persona recibe hoy, y que puede no permitirle acceso a bienes que
necesita. Y esto sin contar todos los controles fiscales y financieros que
tenemos hoy… y no mencionamos los controles ilegales que se hacen husmeando en
los consumos de las tarjetas de crédito y débito, compras por internet, etc.
[8]
Esta propiedad privada puede incluir todos aquellos bienes necesarios o
convenientes para la vida o la actividad de la persona, familia o grupo. Por
ejemplo, maquinarias, herramientas, etc.
[9] Un autobús ocupa el lugar de
dos automóviles y puede llevar a unas treinta personas sentadas: en lugar de
treinta automóviles con un conductor cada uno ‒y treinta motores en marcha‒
tendríamos sólo un motor en marcha y quince veces más espacio en las calles.
[10]
Un efecto colateral no menor es la disminución drástica de los juicios y
litigios que se generan en torno a estos bienes, con las consecuencias de
disgustos, peleas, daños a la salud física y psíquica, etc.
[11]
Se suelen recordar los
“cracks” de 1929 y 2008, ambos debidos –no a problemas económicos, es decir, de
falta de insumos, de energía, o de bienes– sino a problemas especulativos. Es
categórico el ejemplo de Islandia que era el país con mejor nivel de vida a
principios de 2008, y que a finales de 2008 estaba en default y con todo su gabinete de gobierno renunciado: la vieja
economía de capitales no podía garantizar –no a una persona particular, no a
una empresa– ni siquiera podía garantizar
a una nación (establecida como la mejor), que conservara su nivel de vida...
por más de doce meses.
[12]
Alguien alguna vez me objetó: “¿quién elegiría ser recolector de residuos?”.
Pues aquí hay tres respuestas. Y no hay que menospreciar la primera opción: hay
gente que elegiría ser recolector de residuos un día a la semana (es decir:
seis horas), si eso le dejara todo el resto de la semana libre.
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