sábado, 6 de diciembre de 2025

Una meditación sobre la amplitud de la salvación

 

    El teólogo contemporáneo Hans Urs von Balthasar estaba preocupado por encontrar una respuesta equilibrada a una cuestión que tiene varias aristas:

   - Dios quiere que todos los hombres se salven

   - El ser humano es libre y la Revelación afirma la posibilidad de la condenación eterna

   - El destino eterno (salvación o condenación) de cada ser humano tiene que dejar a salvo tanto la misericordia como la justicia de Dios.

   Y habría que agregar un contexto histórico: en un movimiento pendular respecto de épocas anteriores (en que se insistía excesivamente en la posibilidad de la condenación), nuestra época tiene aversión a siquiera nombrarla.[1] Entiendo que Balthasar también es sensible a esta condición epocal.[2]

 

   Con estos contextos, Balthasar afirma que: “Solo una teología bíblica profundizada puede prometer un éxito en este tema”.[3]

   Esta afirmación del teólogo suizo equivale a una confesión implícita: “no puedo encontrar un texto de la Escritura que me ayude a resolver esta cuestión”. Por eso es necesario elaborar una “teología bíblica profundizada”, es decir, un abanico de textos bíblicos sintetizados que ofrezca, como conclusión, una solución a la cuestión planteada.

   Pero a mí me parece que sí hay un texto bíblico que abre al misterio de una “salvación amplia”. El texto está en la Primera Carta de Juan y dice así: “si nuestra conciencia nos reprende, mayor es Dios que nuestra conciencia, y conoce todas las cosas” (3,20).[4]

   El texto es misterioso. Su última frase es misteriosa. Si esa última frase dijera “y Dios es misericordioso” no tendría mayor misterio: estaría diciendo que –aunque yo me juzgara culpable en algún caso– Dios me perdonaría, porque es más misericordioso que yo. Con esto, el texto estaría apelando al amor de Dios, que es expresión de su voluntad. Y no nos ayudaría en la solución que buscamos, pues: ¿y qué sucede con la justicia de Dios?

   Pero el texto no apela a la voluntad de Dios, sino a su sabiduría; no apela al amor de Dios, sino a su conocimiento.

   Con lo cual estaría insinuando que, en los juicios que nosotros hacemos sobre nuestra propia conducta podemos ser menos misericordiosos que Dios, pues nosotros no vemos algunos elementos que Él sí ve (condicionantes de nuestra conducta que no están dentro de nuestro campo de conocimiento)… o sea que estaríamos hablando del inconsciente, 1800 años antes de Freud.

   Esta falta o reducción de nuestro conocimiento, reduce la responsabilidad. Pues es una enseñanza cristiana tradicional afirmar que, para que haya pecado, debe haber conciencia y libertad; y cuanto más plenas sean estas, más responsable es la persona de sus actos, y viceversa (Cf. CCE 1735; 1859s).

    Cuando Jesús desde la Cruz implora perdón para sus propios asesinos dice algo que está en esa misma línea: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).[5]



[1] No obstante, si somos discípulos fieles de Jesús, debemos prestar atención a lo que dice Jesús no sólo en cuanto al contenido general, sino en cuanto a la importancia relativa de cada elemento dentro del conjunto. En este caso, Jesús no habla todo el tiempo de la condenación, pero no deja de mencionarla. Por poner sólo dos ejemplos: en el Evangelio según san Mateo aparece 6 veces la expresión que habla del “llanto y rechinar de dientes” como condición de aquellos que no alcanzan la salvación (Mt 8,12; 13,42.50; etc.). Y en el otro extremo del arco evangélico (Mateo es el más “judaizante” de los evangelistas, mientras que Juan es el más “gnóstico”), en el Evangelio según san Juan leemos: “El que cree en el Hijo, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios” (Jn 3,18).

[2] Por ejemplo, el Catecismo alemán para adultos afirmaba en 1985: “ni en las Sagradas Escrituras ni en la

tradición de fe de la Iglesia se afirma con certeza que algún ser humano esté realmente en el infierno” (en la p. 423 del original alemán).

[3] Hans Urs von Balthasar, Gloria II. Estilos eclesiásticos, Madrid, 1986; p. 130. La frase continúa, diciendo algo que no interesa directamente a nuestro tema: “…que, naturalmente, no se resuelve en una «sistemática» superior”.

[4] El texto griego dice “kardía”, es decir, “corazón”; pero dada la función judicial que se le adjudica aquí al complejo símbolo semítico del “corazón” (que no tiene nada que ver con nuestro símbolo actual, procedente del movimiento romántico) es pertinente traducirlo como “conciencia”.

[5] Esta frase manifiesta entonces no sólo la misericordia, sino también la sabiduría de Jesús… y su fortaleza: en su agonía, Él se mantiene firme en sus convicciones, aun cuando parece que sus enemigos triunfan. Es más, implícitamente Él proclama una superioridad frente a ellos: “ellos no saben cómo son las cosas en realidad, pero Yo sí”.

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