Así como hay materias teórico-prácticas, de modo parecido, se puede decir que la visión
cristiana de la realidad es una visión optimista-“pesimista”-optimista. De
este modo, se articula un equilibrio paradojal rico y complejo.
Hay un optimismo radical que se fundamenta
en los dos primeros capítulos de la Biblia que nos muestran que Dios creo todo
“bueno, muy bueno”. Este optimismo se funda entonces en la fe y se refiere al
ser mismo de las cosas (nivel metafísico).
Y hay un optimismo final que se fundamenta
en los dos últimos capítulos de la Biblia, que nos muestran la Jerusalén
celestial en la que ya no hay ningún mal. Este optimismo entonces, se funda en la
esperanza y se refiere al tiempo (nivel histórico).
En medio –desde el primer pecado del hombre–
se hace presente el dolor en la historia y también hiere el ser mismo de las
cosas y del hombre, por eso la creación gime y nosotros mismos gemimos (Rm 8,20-23).
Aquí aparece la dimensión moral y su dilema, y se requiere el amor de caridad
(nivel existencial).
Y, justamente, la fe en que el ser de las
creaturas es bueno y la esperanza en que todo termina bien nos ayudan a
comprometernos en el amor de caridad, a pesar de las dificultades (esquema
teologal).
Y por eso podemos decir que la concepción
bíblica del tiempo tiene un dinamismo pascual, que comienza con lo gozoso (Gn
1-2) y pasando por lo doloroso (Gn 3ss) llega a lo glorioso (Ap 21-22); dinamismo
que se anticipó realmente y se manifestó claramente en el misterio pascual de
Jesús.
Perspectiva
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Optimista
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“pesimista”
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Optimista
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Fundamento bíblico
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Gn 1-2
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Gn 3ss
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Ap 21-22 y, antes, la Resurrección de Jesús
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Dinamismo pascual
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Gozoso
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Doloroso
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Glorioso
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Niveles
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Ser: es bueno
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Moral, y su dilema
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Tiempo: termina bien
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Dimensión
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Ontológica
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Existencial
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Histórica
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Virtud teologal
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Fe
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Caridad
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Esperanza
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Este esquema optimista-“pesimista”-optimista lo usa el Catecismo de la Iglesia Católica en sus números 28-30 y 36-38 (por
ejemplo),
“…la paradoja no es una
contradicción (“círculo cuadrado”) sino la contemplación de dos verdades sobre Dios que –considerada cada una en sí
misma‒ vemos que corresponden a Dios; pero que –cuando queremos sintetizarlas
en una contemplación única‒ nuestro pobre espíritu limitado se ve completamente
desbordado por Dios.
O, dicho de otro modo: la paradoja
nace de la convicción de que todas
las perfecciones deben existir en Dios, aunque nuestra pobre mente no pueda
compatibilizar su coexistencia. Por ejemplo: que Dios sea
infinitamente perfecto (lo cual incluye el atributo clásicamente denominado
“inmutabilidad divina”) y que también sea infinitamente amoroso y compasivo nos
parece correcto; pero poder conciliar “inmutabilidad perfecta y compasión
infinita” queda más allá de nuestra contemplación terrena.”
(Jorge Fazzari, Don y Comunión. Una síntesis cristocéntrico-trinitaria de teología y espiritualidad, Temperley, 2023; p. 30.