1. Hay muchas personas a las que
no se les permite ejercer el derecho básico de trabajar. El Compendio de Doctrina social de la Iglesia
dice:
“ Los problemas de la ocupación reclaman las
responsabilidades del Estado, al cual compete el deber de promover políticas
que activen el empleo, es decir, que favorezcan la creación de
oportunidades de trabajo en el territorio nacional, incentivando para ello el
mundo productivo. El deber del Estado no consiste tanto en asegurar
directamente el derecho al trabajo de todos los ciudadanos, constriñendo toda
la vida económica y sofocando la libre iniciativa de las personas, cuanto sobre
todo en « secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que
aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o
sosteniéndola en momentos de crisis ».” (291).
2. A todos se nos restringe el
derecho de transitar por nuestro país; y de entrar y de salir de él. Incluso
hay intendentes que cierran los límites de sus municipios. Debemos llevar
permisos si circulamos por la calle para justificar el simple hecho de ser
libres. El Compendio de Doctrina social de
la Iglesia dice:
“La libertad es, en el hombre, signo eminente
de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada
persona humana: « La libertad se ejercita en las relaciones entre los seres
humanos. Toda persona humana, creada a imagen de Dios, tiene el derecho natural
de ser reconocida como un ser libre y responsable. Todo hombre debe prestar a
cada cual el respeto al que éste tiene derecho. El derecho al ejercicio de
la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona
humana ».” (199).
3. Todo esto sucede sin el aval de los poderes legislativos
correspondientes, sino por la sola disposición del poder ejecutivo. Y no hay un
poder judicial que esté suficientemente activo para que cada uno pueda reclamar
lo que quiera, cuando quiera.
Como dice el Compendio de Doctrina
Social de la Iglesia: “Es preferible que un poder esté equilibrado por
otros poderes y otras esferas de competencia, que lo mantengan en su justo
límite. Es éste el principio del “Estado de derecho”, en el cual es soberana la
ley y no la voluntad arbitraria de los hombres” (408).
4. Tampoco estos poderes están directamente suspendidos, lo cual haría
que muchos se unieran para reclamar su normalización. Simplemente están en un
estado de actividad selectiva… que no está aclarado ni precisado en ningún
lado.
Esta situación de “funciona pero no” es más perversa que una suspensión
lisa y llana, pues da una apariencia de normalidad que impide una clara toma de
conciencia de la situación. Debería ser claro cuando la Corte Suprema acaba de
prolongar (nuevamente) la feria judicial…
5. Todo esto a causa de una supuesta pandemia que en nuestro país ha
producido 467 víctimas en 83 días, desde el 3 de marzo en que se detectó el
primer caso. Pero en Argentina ‒un país de más de 40 millones de habitantes‒
siempre mueren unas 350.000 personas al año (casi mil por día), unas 70.000 de
las cuales fallecen por enfermedades respiratorias.
¿Esta situación sanitaria
justifica la suspensión de derechos que indicamos arriba?
6. Que cuadrillas sanitarias lleguen a un barrio, entren en las casas y
se lleven personas o familias enteras porque simplemente tienen fiebre o un
estado “sospechoso de coronavirus” ¿no es una intromisión insoportable del Estado
sobre la libertad de las personas, la tranquilidad de las familias y de la
sociedad entera? De hecho, es un atropello del principio de subsidiaridad,[1]
según el cual el Estado debe ayudar a las familias a llevar a cabo sus
funciones propias ‒como es el cuidado de la salud de sus miembros‒ en lugar de
sustituirlas, atropellando también a veces la patria potestad de los padres.
Y si volvemos a recordar que el demasiado famoso coronavirus no tiene
una mortalidad diferente a otras gripes que ya sufrimos, el exceso de la
intromisión del Estado aparece como más grave aún.
7. “Hay tres clases de mentiras: las mentiras pequeñas, las mentiras
medianas y las estadísticas”.
En Italia, un país de 60
millones de habitantes mueren unas 1800 personas por día. En Argentina, en 2016 hubo un 5% más de fallecidos que en los años
anteriores y siguientes. ¿Alguien recuerda algo especial de la situación
sanitaria de 2016? En Brasil mueren
unas 3500 personas por día. Y en Estados
Unidos son más de 7500 por día. Son números históricos de los últimos años,
que se pueden verificar en las estadísticas públicas que yo me tomé el trabajo
de consultar. Pongan sobre este marco los supuestamente muchos fallecidos por
coronavirus y verán cómo el número se redimensiona.
Y esto es lo que se debe hacer en situaciones inusuales: recurrir a los
marcos históricos para poder dimensionar adecuadamente lo que está pasando hoy.
Que ni los gobiernos ni los medios de
comunicación estén ofreciendo estos números, como ofrecen a cada momento los de
afectados por el virus, es una omisión imperdonable, clarísima para quienes
hemos estudiado “método de investigación”.
Si queremos saber realmente qué está pasando necesitamos tres números: cantidad de muertos por coronavirus del día,
promedio histórico de muertos por día y número total de muertos de un día dado.
Y el dato significativo sería la diferencia que hubiera entre estos dos últimos
números: ahí sabríamos si está muriendo más gente que lo habitual ¡Pero los
gobiernos y los medios sólo nos dan el primer número!
Y aún esto debería ser matizado, pues puede suceder que un virus de alta
capacidad de contagio como el coronavirus “adelante” unos fallecimientos que se
hubieran producido igualmente en las semanas o meses siguientes (personas en
estado delicado, etc.). Con lo cual, finalmente el número anual no sea tan
diferente del número de otros años…
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