martes, 25 de julio de 2017

¿Qué escribió Jesús con su dedo en el suelo?

   
Juan nos cuenta, en el episodio de la mujer sorprendida en adulterio, que en un momento Jesús se inclinó y escribió con el dedo en el suelo (Jn 8,6). ¿Qué pudo haber escrito?
   Mi hipótesis es que escribió los Diez Mandamientos, o algunos de ellos. Y esto por varias razones.
   1. Dado que les invitó a hacer un examen de conciencia a quienes querían apedrear a la mujer (“El que no tenga pecado, que tire la primera piedra”), escribir los mandamientos era un buen recurso para hacerlos recapacitar.
   2. Pero lo más importante es esto: según la Biblia, los Diez Mandamientos estaban escritos por el dedo de Dios: “Después de hablar con Moisés en el monte Sinaí, el Señor le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios” (Ex 31,18).
   3. Sabemos que Juan es el evangelista que más recalca la divinidad de Jesús; y que también lo muestra haciendo lo mismo que Dios en el Antiguo Testamento: Jesús amasa barro para curar al ciego de nacimiento, como Dios amasó al hombre con barro (Jn 9,6; Gn 2,7); Jesús sopla para dar a los discípulos la Vida sobrenatural del Espíritu, como Dios le dio al hombre la vida natural (Jn 20,22; Gn 2,7).
   En este caso tendríamos que, así como Dios escribió con su dedo en la piedra los Diez Mandamientos, Jesús hace lo mismo con su dedo en la tierra.
   En los tres casos, las comparaciones entre la acción de Dios y la de Jesús están relacionadas con textos del Pentateuco.  Y también sabemos que, a diferencia de los otros evangelistas (que usan sobre todo a los Profetas), Juan usa el Pentateuco: su evangelio mismo comienza como el Génesis: "En el principio..."
   Y recordemos que, como en el hebreo sólo se escriben las consonantes, cada uno de los mandamientos se expresa con unas pocas letras, fáciles de escribir... y bien conocidas por el auditorio de Jesús.





sábado, 15 de julio de 2017

El amor o el poder (publicado en Eclesia, mayo de 2017)

   A lo largo del Evangelio según San Marcos se recalca claramente una oposición: el amor o el poder. Esto se va concentrando hacia el final del Evangelio; así, por ejemplo, en cada uno de los tres anuncios de la Pascua encontramos el mismo esquema:
   1. Jesús anuncia que va a Jerusalén y allí dará su vida, y luego resucitará.
   2. Hay una actitud de ambición de poder de uno, de alguno o de todos los discípulos.
   3. Jesús los corrige haciendo una fuerte catequesis sobre el don de sí mismo y el servicio.[1]
   Esto recrudece al pie de la Cruz: los dirigentes judíos le dicen que –si se baja de la Cruz‒ creerán que Él es el Hijo de Dios; en cambio, el centurión romano lo confiesa “Hijo de Dios, al verlo morir de esa manera” (Mc 15, 31-32 y 39). Mientras que los primeros piensan a Dios como Poder y quieren ver signos de ese poder; el centurión –que en este evangelio evoca a la misma comunidad romana para la cual Marcos escribe‒ reconoce a Jesús como Hijo de Dios pues da su vida en la Cruz por fidelidad al Padre y como servicio para los hombres: es el Hijo del Dios Amor.
   Redondeando esta perspectiva en el Evangelio de Marcos, recordemos que algunos especialistas nos dicen que Mc 10,45 resume el perfil de Jesús que Marcos nos quiere mostrar: “el Hijo del hombre no  ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. Colocado al final del tercer anuncio de la Pasión, esta afirmación muestra el dilema entre el amor que sirve, o el poder que se sirve de los otros en provecho propio.
   Si vamos al Evangelio de Mateo encontramos las mismas enseñanzas en torno a esos tres anuncios de la Pascua de Jesús. Pero hay más: el bloque que constituyen los capítulos 8 al 10 tienen este 

domingo, 9 de julio de 2017

Hacerse pequeños, ser como niños

A la luz de la Palabra de Dios, podemos decir que Jesús enriquece la categoría del “pobre del Señor” del Antiguo Testamento, agregándole ese matiz familiar que ya surge de la misma palabra Abbá (= Papá) con la que Jesús se dirige a Dios, y nos habla de Dios.
   De hecho, en los evangelios aparece con mayor frecuencia la palabra “niño” (5/4/4/0) o “pequeño” (6/1/2/0) que “pobre” (2/0/3/0) para referir esa actitud espiritual de confianza en Dios.[1]
  
¿Qué características apreciables tiene el niño? Podríamos resumirlas en tres:
   - El niño no cree que “se las sabe todas”, sino que siempre está abierto a aprender…
   - El niño responde con amor, al amor que sus padres le prodigan primero…
   - El niño sabe que él muchas cosas no puede, y acude a sus padres para que le ayuden.
   O sea que el niño no se considera superior (ni, mucho menos, supremo) ni en el saber, ni en el amor, ni en el poder.
   El que se hace como niño, reconoce que su Abbá –revelado por su hermano mayor, Jesús‒ es el Supremo en saber, amor y poder; y se siente agraciado por la revelación, el amor y la salvación de Dios, que se comunican a su vida concreta por medio del Espíritu Paráclito.
   Dicho de otro modo, y con la doble categoría teológica que suelo usar como síntesis: también la humildad del hombre es un modo del don de sí mismo, que permite que el don de la Trinidad llegue al hombre, y que la Trinidad integre en su comunión a la persona humilde que se lo permite.
   Y la Trinidad, que es Vida, Luz y Amor, llena con su salvación, su revelación y su amor las vidas de quienes se abren a ella como niños pequeños.




[1] La secuencia numérica indica la cantidad de veces que aparece la palabra en cada evangelio, según el orden usual: Mt/Mc/Lc/Jn. He tenido en cuenta cada vocablo en singular y en plural (“niño” y “niños”, etc.), pero sólo cuando tiene esa connotación espiritual (por ej. Mt 18,3: “Yo les aseguro: si no cambian y se hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los Cielos”) y no cuando sólo es descriptiva de una edad (por ej. Mt 2,11: “Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron…”).


domingo, 2 de julio de 2017

Distintos modos de vivir la Iglesia (publicado en Eclesia, abril de 2017)

Una verdadera reforma eclesial no puede ser otra cosa que retornar renovadamente al diseño de Jesús y al dinamismo del Espíritu que están en el origen; y, por eso, una reflexión bíblica puede iluminarnos al respecto.
   En este sentido, un texto que nos puede ayudar a pensar esas reformas necesarias en la Iglesia es el lúcido libro “Las Iglesias que los apóstoles nos dejaron” del renombrado biblista estadounidense Raymond Brown, que ya desde el título nos propone la perspectiva de una Iglesia‒Comunión, al poner el sustantivo en plural: “las Iglesias”. Con esto nos indica que las primeras comunidades cristianas no estaban uniformadas, sino que formando una “comunión” ‒que es unidad en la diversidad­‒ tenían riquezas y características complementarias.
   En este texto, Brown nos muestra siete modos de entender y vivir la experiencia de Iglesia:
‒ En la tradición paulina representada por las Cartas Pastorales (a Timoteo y a Tito) se privilegia la estructura eclesial para asegurar la continuidad en tiempos de crisis. Esta misma situación de crisis hace que se aferren a la doctrina recibida y que se insista en la autoridad de los maestros oficiales.
‒ En la tradición paulina representada en las Cartas a Colosenses y Efesios,  la Iglesia es un cuerpo que tiene a Cristo por Cabeza, y en la cual el amor mutuo es el vínculo perfecto de comunión. Esta comunión en el amor ‒que comienza en Cristo que ama a la Iglesia como a su esposa‒ se dilata hasta 

viernes, 23 de junio de 2017

El Buda, las riquezas y la felicidad

   El Buda es un caso impresionante en más de un sentido. También lo es para un drama fundamental de la vida humana... en el cual el Buda nos muestra que nuestra cultura dominante estaría equivocada al suponer que "a mayor riqueza, mayor felicidad".
   Pues la "Primera Noble Verdad" del Buda (son cuatro) se podría traducir diciendo: "la vida es insatisfacción". Y él, que era un hombre rico, abandona sus riquezas ¡buscando la solución al problema de la insatisfacción!
   Esta decisión del Buda muestra que él ni siquiera consideró "neutrales" a esas riquezas (o sea: que no le sumaban a la solución del problema, pero que tampoco lo obstaculizaban): si las abandonó es porque las consideró un verdadero impedimento para la solución del problema de la insatisfacción.

sábado, 10 de junio de 2017

Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus Christi: una oportunidad litúrgico-pastoral

   La experiencia pastoral y docente muestra que el misterio de la Trinidad –y la Persona del Espíritu en particular– siguen siendo una carencia en la fe y en la vida de los fieles, poco menos que en la época del artículo “Advertencias sobre el tratado De Trinitate” de Karl Rahner, escrito en 1960.
   No obstante, cuando en la liturgia tenemos tres solemnidades en tres domingos consecutivos –Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus Christi– no aprovechamos bien esta oportunidad para reparar esas carencias en relación al Espíritu y la Trinidad; sino que –como en otras épocas– seguimos insistiendo en darle el mayor énfasis (procesiones públicas, publicidad televisiva, etc.) a la solemnidad del Corpus Christi.
   Por supuesto, esto no implica un menosprecio del misterio de la Eucaristía, que es una paradojal “concreción «divina»” –sustentada en la Encarnación y en la Pascua– del don de sí mismo y la comunión, que son el corazón del Misterio de la Trinidad.
   Y, justamente desde aquí, podría hacerse una “pastoral litúrgica” que articule las tres solemnidades con un sentido unificado y una relevancia común: dado que “el envío de la persona del Espíritu tras la glorificación de Jesús, revela en plenitud el misterio de la Santísima Trinidad” (CCE 244) y que la Eucaristía es la expresión del don de sí de Jesús hasta el extremo y es “sacramento de comunión”, se podría aprovechar la relevancia que ya le damos a la solemnidad de Corpus Christi y extenderla a los dos domingos anteriores, haciendo de esos tres domingos juntos un “momento fuerte” de la liturgia y de la pastoral, como coranación del “tiempo pascual”.
   Pero actualmente sucede que la afirmación que dice que el Misterio de la Trinidad Divina es “el primero en la «jerarquía de las verdades de la fe»” (CCE 234) no se refleja litúrgicamente; y pastoralmente vemos que la gente no lo reconoce así.
   Y que la época de la Nueva Alianza –es decir: nuestra vida hoy– sea “el tiempo del Espíritu y la Iglesia” eso tampoco está muy claro para la mayoría, aunque Francisco suele insistir en esto...

domingo, 4 de junio de 2017

Hubo quien fue dueño del mundo entero y no era feliz

   Desde algunos personajes de los dibujos animados, hasta otros que ojalá lo fueran (pero son reales y realmente peligrosos) siempre hay alguno que quiere apoderarse del mundo entero.
   Hubo un hombre que era el dueño del mundo entero y no era feliz: "Adán" era el dueño de todo, pues no había más que él. Pero Dios mismo dijo: "No es bueno que esté solo": un vínculo de amor puede hacer más feliz, que tener el mundo entero .
   Y el Dios que dijo que la soledad no era buena, es un Dios Comunión que muestra y realiza de modo supremo el don mutuo y total del amor: la Fuente del Amor que es el Padre se da todo al Hijo, el Hijo se devuelve todo al Padre en Gratitud infinita; y del mutuo amor infinito procede la Persona Don y Amor que es el Espíritu Santo.
   Por eso podemos hablar de una pobreza de las Personas Divinas, que sólo tienen de propio su propia personalidad (condición mínima para que haya común unión de personas diferentes)... todo lo demás es común ¡hasta la única naturaleza divina!
   Un par de lecturas inspiradoras para seguir con la reflexión:

QUÉ NOS DA LA FELICIDAD

LA GENTE FELIZ GENERA VÍNCULOS, LA GENTE INFELIZ COMPRA COMPULSIVAMENTE