Las dos
claves teológico-espirituales que propongo en mi síntesis también sirven para
contemplar los “misterios sagrados” que son los sacramentos, en especial la Eucaristía.
Pues en los dos sacramentos principales –que
se complementan como el “sacramento-base” y el “sacramento-cumbre”– también
encontramos las dos claves mencionadas.
Pues el Bautismo es don de sí por la
“inmersión “en Cristo»” y por la “muerte a la vida vieja”; y es el sacramento
de la unidad de todos los cristianos (cf. CCE 838 y 1271).
Y la Eucaristía –que en sí misma es un don
inefable– a su vez es memorial del don
de Jesús en el sacrificio del
Calvario. Al mismo tiempo, la Eucaristía es presencia
real de Jesús entre nosotros, que posibilita la comunión con Él (y “con Él, por Él y en Él” con la Trinidad entera)
y entre nosotros.
Además, los dones materiales del pan y del
vino también se pueden contemplar desde esta doble clave. Pues, a diferencia de
lo que hacemos espontáneamente los seres humanos, a saber: manifestar la
presencia divina en edificios monumentales, majestuosos, “rocosos” y duraderos
(durante siglos); a diferencia de esto, Jesús estableció su presencia real en
pan y vino, realidades efímeras y vulnerables…
y directamente funcionales a ser comidas. Con esto manifiesta de modo
radical su actitud de “don de sí mismo” (¡se hace nuestro alimento!). Y comiendo
todos del mismo pan estamos en comunión con Jesús y entre nosotros:
“La copa de bendición que bendecimos, ¿no
es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros,
aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único
pan” (1 Cor 10, 16s).
Pero hay más: el memorial de Jesús revela
una actitud eterna del Hijo de Dios, en relación al Padre que lo engendró.
Siguiendo reflexiones del teólogo benedictino G. Lafont, podríamos decir que en
la Trinidad contemplamos
a Dios Padre como engendrar puro, actualidad pura e infinita comunicación.[1] Y contemplamos al Hijo como
Receptividad pura y Eterna Eucaristía:
- el Hijo recibe su ser divino del Padre y
como “Receptividad pura –más allá de toda temporalidad y de toda distinción
entre hipóstasis y operación–; es una recepción del don de Dios que no deja
jamás de ser tal, pues no conoce la apropiación, pues reenvía el don recibido
en un inmediato absoluto”.[2]
- el Hijo también es Eterna Eucaristía (=
Acción de Gracias) al Padre que lo engendró, y por eso se entrega eternamente
al Padre con Gratitud Infinita.
Y del Amor-Fontal-Sin-Origen del Padre y del Amor-Gratitud-Infinita
del Hijo procede el Amor-Comunión-Eterna que es el Espíritu Santo.
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