La relación
existente entre la persona del hijo en el matrimonio y la Persona del Espíritu
Santo en la Trinidad, merece una meditación complementaria.
Antes de que nazca el primer hijo, el amor
del matrimonio ya es muy rico, pues es comunión, sentimiento, vínculo, alianza,
sacramento...
Pero cuando nace el primer hijo sucede algo
maravilloso: vemos que nuestro amor se ha hecho persona. Nuestro amor ha tomado
consistencia propia, y está ante nosotros con su propia identidad.
Tiene algo de tí, y tiene algo de mí; pero no es ni tú, ni yo: es
él.
Es otro, pero es uno de nosotros.
Es una tercera persona, pero no ha venido “de fuera”, sino que ha
surgido “de dentro” de las dos personas que lo preceden, y como expresión de su
amor.
Y, por eso, podemos decir que el hijo –como
tercera persona en la familia– es “imagen y semejanza” de la Tercera Persona
Divina.
Pues el Espíritu Santo es la Persona Divina en Quien el Amor del Padre y del Hijo es consistencia personal, con su propia identidad. Y el Espíritu Santo no es ni el Padre, ni el Hijo: es Él mismo. Es Otro, en ese Nosotros Trinitario. Y, esta Tercera Persona no ha venido “de fuera”, sino que procede de las Otras Dos: es la Persona-Amor.
Pues el Espíritu Santo es la Persona Divina en Quien el Amor del Padre y del Hijo es consistencia personal, con su propia identidad. Y el Espíritu Santo no es ni el Padre, ni el Hijo: es Él mismo. Es Otro, en ese Nosotros Trinitario. Y, esta Tercera Persona no ha venido “de fuera”, sino que procede de las Otras Dos: es la Persona-Amor.
Es fascinante contemplar cómo la Trinidad
deja su huella maravillosa en todo lo que hace.[1]
(Texto tomado de mi libro Meditaciones sobre la Trinidad, Buenos Aires, 2010 (2ª ed); pp. 94-95... y levemente modificado: la vida continúa... ).
[1] Incluso se podría ver una lejana reminiscencia de lo masculino y
lo femenino, en el Padre que “se da” y
el Hijo que es “receptivo”; y todo esto, sin que menoscabe la igualdad de
dignidad y la unidad de naturaleza (ver Santo
Tomás de Aquino, Suma Teológica,
I, 27, 2, ad 3 y I, 42, 1); de modo semejante a como "ser mujer" o "ser varón" son los dos modos concretos de "ser humano" y ambos tienen la misma naturaleza y la misma dignidad de personas humanas.
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