y dotados como están de razón y
conciencia,
deben comportarse fraternalmente
los unos con los otros.”
Declaración Universal de los Derechos del Hombre,
de la Organización de las
Naciones Unidas (ONU),
Artítulo 1°.
1. Una experiencia
económica de muchos siglos
Cuando una
persona ingresa a un monasterio de la tradición benedictina, además de incorporarse
a una comunidad religiosa también se incorpora a una comunidad económica. Ese
tipo de comunidad podría llamarse una cooperativa de producción y consumo.
Y funciona así: a la persona que se
incorpora se le asigna una tarea dentro de un horario establecido, que no
supera las 6 horas diarias.[1]
Y cumplir con esta tarea habilita a la persona para disfrutar de todos los
bienes y servicios que tiene el monasterio. Así de simple.
Dentro del monasterio no se necesita dinero:
basta con el trabajo, la producción, los bienes y los servicios. Y, en cuanto
al modo de gestión, es una economía fraterna: de hecho, los monjes se llaman
“hermanos”.
Por otra parte, recordemos que la palabra
“economía” se refiere originariamente al ámbito familiar: en griego “óikos” es “casa” y “nómos” es “regulación”: la economía es la sabiduría práctica con
que –sobre todo el padre de familia pero no sólo‒ planifica y regula la
actividad de la casa para beneficio de todos sus miembros. Y recordemos que las
“casas” de la antigüedad también eran comunidades económicas como el
monasterio, y a veces muy numerosas.[2]
2. Una
oportunidad y sus incalculables beneficios
La pregunta es: ¿por qué no podría aplicarse
este sistema a una escala global? No sólo no parece haber ningún inconveniente
económico, sino que habría muchos beneficios.
No parece haber ningún inconveniente, pues
los números macro-económicos muestran que hay