miércoles, 28 de febrero de 2018

Un par de reflexiones más sobre el aborto

   Si pones la palabra "aborto" en el botón de búsqueda de este blog, verás una reflexión que publiqué en 2016.
   Agrego dos perspectivas complementarias.

1. Cada uno de nosotros tiene su propio ADN que constituye la base de nuestra identidad irrepetible.
   Ese ADN único se formó cuando se unieron un óvulo de mamá con un espermatozoide de papá: ahí comenzó nuestra vida. Lo que sigue es desarrollo...

2. Recordemos cosas que aprendimos en la escuela: toda célula humana tiene 46 cromosomas, salvo el óvulo y el espermatozoide que tienen la mitad: 23 cromosomas; justamente porque su función es unirse para crear un nuevo ADN humano de 46 cromosomas.
   Un ADN nuevo es propio de una vida humana nueva y distinta de aquellas que la engendraron.
   El aborto destruye esa vida humana.
   Abortar, entonces, es matar.

Dado que este tema a veces se lleva a terrenos confesionales que no son pertinentes, destaco que todo lo que digo es biología humana, nada más.


“Vida” es mucho más (y mejor) que “poder”

  Cuando Jesús iba subiendo a Jerusalén, tomó aparte a los doce discípulos, y por el camino les dijo: "Ahora subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y escribas, y Lo condenarán a muerte; y Lo entregarán a los Gentiles para burlarse de Él, Lo azotarán y crucificarán, pero al tercer día resucitará." 
    Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y postrándose ante El, Le pidió algo. Jesús le preguntó: "¿Qué deseas?" Ella Le dijo: "Ordena que en Tu reino estos dos hijos míos se sienten uno a Tu derecha y el otro a Tu izquierda." 
Pero Jesús dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber la copa que Yo voy a beber?" Ellos respondieron: "Podemos." Él les dijo: "Mi copa ciertamente beberán, pero el sentarse a Mi derecha y a Mi izquierda no es Mío el concederlo, sino que es para quienes ha sido preparado por Mi Padre." 
   Al oír esto, los otros diez se indignaron contra los dos hermanos. 
   Pero Jesús, llamándolos junto a Él, dijo: "Ustedes saben que los gobernantes de los Gentiles se enseñorean de ellos, y que los grandes ejercen autoridad sobre ellos. 
"No ha de ser así entre ustedes, sino que el que entre ustedes quiera llegar a ser grande, será su servidor, y el que entre ustedes quiera ser el primero, será su siervo; 
así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos." (Mt 20, 17-28)


   Desde hace unos veinte años, a partir de lo comprendido en una experiencia de iluminación, describo sintéticamente el contenido de “la felicidad” como Vida, Sabiduría y Amor. En este mismo blog hay reflexiones sobre esto.[1]
   Por otra parte, desde hace un tiempo estoy estudiando el tema del poder, tanto en Dios como su gestión en la Iglesia.
   A su vez, G. Lafont por un lado propone sustituir ‒en la vida de la Iglesia‒ el concepto de poder por el de autoridad;[2] y, por otro lado, muestra que el nuevo nombre de Dios que aparece con el misterio pascual es “Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos”.[3]

   De todo esto, yo decanto que la trilogía usual de los atributos divinos, a saber: conocimiento, amor y poder conviene que sea sustituida por la trilogía que presenté al principio: Vida, Sabiduría y Amor… con lo cual, el gran cambio es el de “poder” por “Vida”.
   Jesús, en su vida cotidiana, no aparece como un hombre poderoso; incluso él habla de “los poderosos” como de otros que tienen como actitud la opresión y no el servicio (como en el texto de  Mateo 20 que pongo aquí, al inicio)… como tal vez aprendió de su Madre quien dijo que “Dios derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes”.
   Y Jesús no nos presenta a su Abbá como un Dios Todopoderoso, sino como un Papá bondadoso. Aspecto que se consuma en la Pascua, como muestra Lafont, cuando el poder de Dios es la fuerza de la Vida con que resucita a Jesús de entre los muertos: Dios no hizo un ejercicio de la fuerza sobre quienes mataban a su Hijo, sino que ejerce la fuerza de la Vida, de la Sabiduría y del Amor.

   Por su parte, el concepto de “Vida” incluye el de “poder” pero lo corrige y enriquece: no es el poder opresor, sino la fuerza vital que permite –no sólo vivir‒ sino crecer, curar, alimentar, resucitar, trascender… en el fondo, es tender a una actualidad pura, semejante a Dios que es “Acto Puro” sin elemento alguno de potencialidad, oscuridad o maldad.[4]




[1] Creo que la primera evidencia escrita de esto está en: J. Fazzari, Meditaciones sobre la Trinidad, Buenos Aires, 2005, pp. 84-87.
[2] Cf. G. Lafont OSB, “La transformation structurelle de l´Eglise. Un devoir et una chance”, en Id.,  L´Eglise en travail de réforme. Imaginer l´Eglise catholique II, Paris, Cerf, 2011; pp. 199-201.
[3] Id., Dios, el tiempo y el ser, Salamanca, 1991; pp. 159 y 180.
[4] Santo Tomas de Aquino, Suma Teológica, I, 3… quien también posterga el tema del poder de Dios hasta ¡la penúltima cuestión de Dios Uno! (I, 25), antes de cerrar la sección con el tema de la felicidad de Dios (26). Antes trató de la Bondad de Dios (5-6), de la Vida de Dios (18), de su Amor (20), de su justicia y misericordia (¡juntas!: 21), de su providencia (22), etc.