martes, 20 de noviembre de 2018

Una paradoja que hace repensar nuestra praxis litúrgica actual

   Llama la atención, en comparación con la fuerte centralidad que le damos a la misa los católicos de hoy, lo que dice la segunda lectura de este domingo pasado[1]:

            “Hermanos: En la antigua alianza los sacerdotes ofrecían en el templo, diariamente y de pie, los mismos sacrificios, que no podían perdonar los pecados. Cristo, en cambio, ofreció un solo sacrificio por los pecados y se sentó para siempre a la derecha de Dios; no le queda sino aguardar a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies. Así, con una sola ofrenda, hizo perfectos para siempre a los que ha santificado. Porque una vez que los pecados han sido perdonados, ya no hacen falta más ofrendas por ellos” (Hebreos 10, 11-14. 18).


   Particularmente, llama la atención la última frase. Esto me llevo a hacer una pequeño repaso de la Carta a los Hebreos que –como sabemos‒ es el texto más sacerdotal del Nuevo Testamento o, mejor dicho, el único.
   La conclusión fue sorprendente comparada con nuestra praxis actual: jamás el texto menciona la Eucaristía. Ni siquiera al principio del capítulo 6, en que repasa los elementos básicos de le fe cristiana:

                   “Por eso, dejando la enseñanza elemental acerca de Cristo, elevémonos a lo perfecto, sin reiterar los temas fundamentales del arrepentimiento de las obras muertas y de la fe en Dios; de la instrucción sobre los bautismos y de la imposición de las manos; de la resurrección de los muertos y del juicio eterno” (Hb 6, 1-2).

   Incluso, en algún momento menciona el matrimonio, pero nunca la eucaristía (Hb 13,4).
   Aún llama más la atención cuando el autor tuvo amplias posibilidades de mencionarla, según el juego de contrastes que hace con la liturgia de la Antigua Alianza: cuando menciona los “panes de la proposición” (Hb 9,2) podría haber aprovechado  para mostrar que hay un pan superior en la Nueva Alianza, como efectivamente hace con los otros elementos del conjunto: el Templo y la sangre (Hb 9, 1-14).
   Más aún, dada la insistencia en “la sangre” que aparece 10 veces en ese mismo capítulo 9 (y 9 veces más desde allí hasta el final de la Carta) se podría haber mencionado la sangre de la eucaristía… pero nunca se hace: siempre que es “la sangre” de Jesús, es la sangre derramada en el Calvario.
  Porque respecto de Jesús en particular, el Sumo Sacerdocio que se le adjudica en la Carta es por su entrega en el Calvario, como indica su texto central:

                   “Pero cuando apareció Cristo como sumo sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo, penetró en el santuario una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre, consiguiendo una liberación definitiva” (Hb 9, 11s).

   O sea que el Sumo Sacerdocio de Cristo se vincula con la trascendencia, como dice el texto explícitamente: “pues si estuviera en la tierra, ni siquiera sería sacerdote” (Hb 8, 4)!

   Y, en el único caso en que se menciona un “altar” cristiano (Hb 13,10), no se habla de la eucaristía, como indican especialistas de la Biblia de Jerusalén y del Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo.[2]
   Visto lo cual tenemos la paradoja que en aquellos escritos del Nuevo Testamento en que se menciona la eucaristía, nunca se llama “sacerdotes” a los ministros de la Nueva Alianza;[3] y en el único escrito sacerdotal del Nuevo Testamento, nunca se menciona la eucaristía… 

*                 *                 *

   Naturalmente, esto no quita que “la fracción del pan” como rito semanal celebrado en el día de la Resurrección del Señor no haya sido un elemento constitutivo del cristianismo desde el principio (cf. Hch 2,42, etc.), conmemorando la Última Cena de Jesús como él mismo lo pidió (Mt 26, 26ss).
   Pero la combinación de estos elementos (y otros que ya hemos expuesto en su momento)[4] con los que acabamos de ver en la reflexión precedente, nos muestra un equilibrio muy distinto al que tenemos hoy…






[1] Domingo 33 “durante el año”, del Ciclo B.
[2] Los primeros en la nota al pie a Hb 13,10 (en BJ2); los segundos cuando comentan este mismo versículo: “El «altar» probablemente significa el sacrificio de Cristo, en el cual participan los creyentes. No hay ninguna razón convincente para tomar esto como una referencia a la eucaristía… el autor no habla de la eucaristía ni en este, ni en otro lugar…” y remiten a Kuss, Auslegung, 1326-28… (NCBSJ 60:69; p. 523), con lo cual vemos que exégetas franceses, estadounidenses y alemanes coinciden en este asunto.
[3] Raymond Brown, Las iglesias que los apóstoles nos dejaron, Bilbao, 1986, p. 80, nota 114.
[4] Véase en este mismo blog: “Un cambio muy grande y muy poco estudiado”.
  

jueves, 1 de noviembre de 2018

La santidad es el amor

   A lo largo de la historia del Cristianismo hubo (y hay) distintos modos de entender qué es la santidad.
   Jesús pone lo principal de la vivencia cristiana en el amor (agápe) a Dios sobre todas las cosas y en el amor al prójimo como a sí mismo.
   Y la palabra agápe que nos propone el Nuevo Testamento tiene una riqueza que se ha perdido por diversas razones. Tanto es así que cuando hoy alguien escucha la traducción al castellano de esa riquísima palabra del cristianismo -la traducción es "caridad"- entiende "asistencia material a una persona necesitada".
   Pero la caridad es muchísimo más que eso. Es cierto que el efecto final posible es la "asistencia amorosa a un hermano necesitado", pero ya esta expresión que acabo de usar es mucho más rica que la que anoté antes... y  aquella es la que mucho tienen en mente.
   Por eso les comparto un power point que muestra que la agápe/caridad tiene cinco aspectos y que ella comienza en el seno mismo de la Trinidad divina... y tambien nos muestra que la santidad primero es un don de Dios que nos llama y bendice y luego una tarea de los creyentes...

LA SANTIDAD ES LA CARIDAD