jueves, 18 de junio de 2020

Nadie es blanco, nadie es negro



    Ante manifestaciones de racismo que parecían superadas (aunque hay mucho racismo implícito en la comunidad global y en cada sociedad que la compone) conviene conocer o recordar el hermoso Proyecto Humanae de la fotógrafa brasileña Angélica Dass, que muestra que somos una raza multicolor, llenas de etnias y cruces étnicos que hacen a la riqueza humana. Es otro modo de verificar la comunión, que es unidad en la diversidad. 

   En el video, que es una charla TED, ella misma cuenta el origen del proyecto y cómo se vincula con su vida, con su historia familiar y con la realidad latinoamericana y global...

VIDEO: LA BELLEZA DEL COLOR DE LA PIEL HUMANA

miércoles, 10 de junio de 2020

Libro recomendable: "El hambre" de Martín Caparrós

   «No hay nada más frecuente, más constante, más presente en nuestras vidas que el hambre –y, al mismo tiempo, para la mayoría de nosotros, nada más lejos que el hambre verdadera.»
   Para entenderlo, para contarlo, Martín Caparrós viajó por la India, Bangladesh, Níger, Kenia, Sudán, Madagascar, Argentina, Estados Unidos, España. Allí encontró a quienes, por distintas razones, sufren hambre. 
   El Hambre está hecho de sus historias, y las historias de quienes trabajan en condiciones muy precarias para paliarla, y las de quienes especulan con los alimentos y hambrean a tanta gente. Caparrós intenta, sobre todo, descubrir los mecanismos que hacen que casi mil millones de personas no coman lo que necesitan. 
     El Hambre es un libro incómodo y apasionado, una crónica que piensa y un ensayo que cuenta y un panfleto que denuncia el apremio de una vergüenza sostenida y busca formas de terminar con ella. 
    Dice Martín Caparrós: «Si usted se toma el trabajo de leer este libro, si usted se entusiasma y lo lee en –digamos– ocho horas, en ese lapso se habrán muerto de hambre unas ocho mil personas: son muchas ocho mil personas. Si usted no se toma ese trabajo esas personas se habrán muerto igual, pero usted tendrá la suerte de no haberse enterado.»

domingo, 7 de junio de 2020

Tres pinceladas trinitarias y su relación con el matrimonio y la familia


   1. El Padre comunica la naturaleza divina al Hijo, y así lo engendra. Cada uno es la única sustancia divina, «la misma esencia, pero en el Padre según la relación del donante y en el Hijo según la relación de receptor».[1]
   La sustancia divina no subsiste como una cuarta realidad, distinta de las Personas divinas, sino que cada Persona  es esa realidad, de un modo distinto. De modo parecido, no existe “el ser humano”, sino que todo ser humano existe como mujer o como varón. “Ser mujer” y “ser varón” son los dos modos distintos, complementarios y relacionales del “ser humano”.

2. Y de modo a como el Padre dona y el Hijo recibe, en el amor matrimonial el varón es donante y la mujer es receptiva. Pero a diferencia de lo que sucede en la Trinidad, el varón no comunica su naturaleza a la mujer que ya la posee. Pero aquí hay otro reflejo (o dos) de la Trinidad. Por un lado, esa contemporaneidad del ser varón y del ser mujer, es semejanza de la coeternidad de las Personas divinas, que siempre han existido en comunión.

3. Y por otra parte,  de ese donarse del varón y de ese recibir de la mujer, procede la tercera persona (el hijo) como el amor de ellos, que toma consistencia de persona.

El Espíritu Santo, la Persona Amor [2]

  La relación existente entre la persona del hijo en el matrimonio y la Persona del Espíritu Santo en la Trinidad, merece una meditación complementaria.
  Antes de que nazca el primer hijo, el amor del matrimonio ya es muy rico, pues es comunión, sentimiento, vínculo, alianza, sacramento...
   Pero cuando nace el primer hijo sucede algo maravilloso: vemos que nuestro amor se ha hecho persona. Nuestro amor ha tomado consistencia propia, y está ante nosotros con su propia identidad.
   Tiene algo de tí, y tiene algo de mí; pero no es ni tú, ni yo: es él.
   Es otro, pero es uno de nosotros.
  Es una tercera persona, pero no ha venido “de fuera”, sino que ha surgido “de dentro”.
   Y, por eso, podemos decir que el hijo –como tercera persona en la familia– es “imagen y semejanza” de la Tercera Persona Divina. Pues el Espíritu Santo es la “Persona-Amor”, en Quien el Amor del Padre y del Hijo es consistencia personal, con su propia identidad. Y el Espíritu Santo no es ni el Padre, ni el Hijo: es Él mismo. Es Otro, en ese Nosotros Trinitario. Y, esta Tercera Persona no ha venido “de fuera”, sino que procede de las Otras Dos.
   Es fascinante contemplar cómo la Trinidad deja su huella maravillosa en todo lo que hace.[3]



[1] Cf. Suma Teológica I, 41, 5; 42, 4; y 41, 6.
[2] Esto lo copio de mi libro Meditaciones sobre la Trinidad, Buenos Aires, 20102.
[3] Incluso se podría ver una lejana reminiscencia de lo masculino y lo femenino, en el Padre que “se da”  y el Hijo que es “receptivo”; y todo esto, sin que menoscabe la igualdad de dignidad y la unidad de naturaleza (ver Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 27, 2, ad 3 y I, 42, 1).

El Hijo: “sello de la hipóstasis del Padre” (Hb 1,3)



   La homilía que es la llamada “Carta a los Hebreos” comienza con un himno, de modo semejante a como lo hace el Evangelio según san Juan, y con una temática parecida.
   Incluso, Ricardo Ferrara pone el contenido del himno de Hebreos por encima del himno de Juan al decir (después de hablar de la teología joánica): “Pero cupo al autor de Heb 1, 1-14 el mérito de sintetizar todas las perspectivas, tanto la cristología ascendente como la descendente, tanto la teología de la sabiduría como la de la palabra. En forma de quiasmo se elevó de las funciones soteriológica (c) y cósmica (b) del Hijo a sus orígenes eternos y a su relación ontológica con el Padre (a) para regresar a aquellas funciones, integrándolas de un modo superior:


                        (c) en los últimos tiempos Dios nos  habló por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo
                        (b) por quien también hizo los mundos
                        (a) el cual, siendo resplandor de su gloria y sello de su sustancia,
                        (b)  y sosteniendo todo con su palabra poderosa,
                        (c) habiéndonos purificado de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas…
                        ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy (Sal 2,7)? (Heb 1, 2-3.5)

   El círculo englobante (c-c) pertenece a la cristología ascendente del Mesías e Hijo de Dios (“a quien constituyó heredero de todo”… “sentado a la diestra de la Majestad en las alturas”). El círculo interior (b-b) pertenece a la cristología descendente de la Sabiduría y de la Palabra en su función cósmica… Finalmente ocupando el centro (a) su eterna procesión y su relación con Dios…”.[1]

   Además de este magnífico marco, Ferrara, también nos recuerda que el autor de este himno se inspira en el himno de Sab 7, reteniendo la idea de “resplandor” (Sab 7,25) y en lugar de “imagen” (separada del original) que trae Sab 7,26, el autor de Heb prefiere “sello” (jarákter) por ser inseparable del modelo. [2]

   Después de este marco y de estas precisiones, propongo profundizar en el símbolo del “sello” y en el concepto de “hipóstasis”.
   En primer lugar, el símbolo del sello. Y lo primero que tenemos que recordar es que, cuando en estos textos antiguos se habla de sello, no son nuestros sellos de tinta actuales, sino los sellos en lacre, como la imagen que acompaña esta nota. En cuanto a lo que incluye el símbolo del sello tenemos que:
   - entre el sello (activo) y el sellado (pasivo) hay una relación de origen: lo sellado se origina en el sello que lo sella.
   - además hay una semejanza de configuración, pero en clave de oposición: lo que está sobrerrelieve en el sello, queda bajorrelieve en el sellado. Y de este modo, se configura también una complementariedad donde las dos imágenes se integran perfectamente.
   Relación de origen, relación de oposición y complementariedad perfecta nos hablan muy apropiadamente del vínculo entre el Padre y el Hijo en la Trinidad.

   Por otro lado, el concepto de hipóstasis ha tenido una larga historia de interpretación. La razón ha sido la diferencia entre la etimología o estructura de la palabra y su uso semántico. Así, por un lado, la palabra griega está compuesta de un prefijo (hipo) y de una raíz (stasis) que son el calco de la palabra latina “sustancia”, con su prefijo (sub) y su raíz (stantia)… y esto es “lo Uno” de la Trinidad. Pero en el uso teológico que se fue estabilizando en Oriente, terminó significando las personas, que es “lo Trino”.[3]
   El texto griego de Hb 1,3 dice “hipóstasis”, pero las traducciones proponen normalmente traducirlo por “sustancia” (o naturaleza, o esencia), salvo la traducción al inglés de la KJV que dice “the express image of his person” y al francés de Louis Segond, que propone traducir “l'empreinte de sa personne”.[4]
   Para nuestro caso, es probable que debamos entender, como hace la mayoría, a la palabra “hipóstasis” como “sustancia”. Pero, esto no afecta una posibilidad de interpretación relacional, sobre todo por el símbolo del sello: El Padre comunica su sustancia divina, pero en esa comunicación se genera una persona complementaria que es como el “sello de su sustancia”.
   Como dice Elmar Salmann: “el Padre no produce una mala copia de sí mismo... sino una perspectiva totalmente congenial y diversa... el Hijo es la misma conciencia divina, pero en otra constelación: «la misma esencia, pero en el Padre según la relación del donante activo y en el Hijo según la relación de receptor»Perfecta sintonía y correspondencia, completa disparidad...”,[5] como la que hay entre el sello y el sellado.



[1] Ricardo Ferrara, El Misterio de Dios. Correspondencias y paradojas, Salamanca, 2005; pp. 368-369.
[2] Cf. Myles M. Bourke, “Carta a los Hebreos” en Nuevo Comentario Bíblico San Jerónimo, xx p. 496.
[3] Cf. Ferrara, Misterio de Dios, 507.
[4] Revisé las traducciones al español NBJ, NBLA y RVG; al latín de la Vulgata y de la Nova Vulgata; al inglés de ASV, ESV, ISV y BBE; al italiano de la INR; y al alemán del GNeÜ.
[5] Elmar Salmann, “La natura scordata: Un futile elogio dell´ablativo”, en P. Coda - L. Zak (eds.), Abitando la Trinitá. Per un rinovamento dell´ ontologia, Roma, 1998; p 36s. Las citas son de Suma Teológica I, 41, 5; 42, 4; y 41, 6.