viernes, 25 de mayo de 2018

El ícono de Rublev (5ta y última parte)


   17. Esta unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por una tercera estructura: las siluetas de las Personas laterales representan una copa, reproducción de la copa central.  Esta segunda copa, resultado de la conjunción de la obra del Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo, manifiesta el contenido de la copa central: Jesucristo, el salvador que viene de un largo camino de muerte simbolizado por el cuello descolocado de su túnica, pero también de resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce.
   La invitación de Dios en la Eucaristía es una invitación a hacernos hijos en el Hijo, no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro triunfo.
   Además, si trazamos la línea horizontal que une los dos extremos superiores de “la copa grande”, vemos que esa línea horizontal pasa justo por encima del corazón del Hijo. Y, si –a esa línea horizontal– la cruzamos en el medio con una línea vertical, que vaya de la cabeza del Hijo a “la copa pequeña” que está sobre la mesa, nos queda el dibujo de... ¡la Cruz!

    18. Las manos de las Tres Personas convergen en el signo de la eucaristía: ésta es el punto de aplicación del amor divino: las Tres Personas Divinas realizan conjuntamente la salvación del hombre, y este es el tema de su diálogo, evocado en la centralidad de la copa.
   Incluso puede verse un movimiento en las manos que –en sentido inverso al de las cabezas– parte del Padre, pasa por el Hijo derramándose en el cáliz, y llega al mundo de la mano del Espíritu Santo, que apunta hacia abajo.
   Y en ambos casos –cabezas y manos– todo indica al Padre como Origen: Origen del cual proceden las otras Personas en la eternidad (por eso el Hijo tiene su cabeza levemente inclinada hacia el Padre, y el Espíritu Santo, hacia el Padre y el Hijo) y Origen de la bendición y de la gracia en el tiempo (ver Catecismo de la Iglesia Católica 239, 244–245, 248, 254 para el primer aspecto, y 759 y 1077 a 1083).

   19. La presentación de la Eucaristía no se realiza simplemente como algo externo, sino que el autor quiere con el cuadro invitarnos a participar de ella. Si dividimos las partes superior e inferior del cuadro nos daremos cuenta de un efecto importante. En la parte superior aparece resaltada la figura central, el Hijo. Si el cuadro fuese únicamente esta parte superior pensaríamos que el Hijo está situado delante de las otras dos figuras. Sin embargo, cuando miramos la parte inferior del cuadro de forma independiente el efecto es el contrario, la colocación de la mesa y de las piernas de los dos comensales produce el efecto de que la Persona central está más retirada. Por medio de esto se produce una estructura espacial cóncava, es como si fuésemos invitados a entrar dentro de la mesa, el Hijo se adelanta a llamarnos a ella.

   20. Además, si imaginamos una cuarta persona, parada sobre la parcela de suelo que está frente a la mesa –persona que nos representaría a nosotros, que estamos invitados a entrar en la imagen–, veremos que entre las cuatro cabezas se dibujaría, entonces, un rombo regular.

    21. Situados en el interior de esta mesa eucarística podemos asistir a la relación entre las Tres Personas Divinas, es una relación doble que se establece a través de las miradas y de las manos. Las miradas representan la relación interna de las Tres Divinas Personas, las manos su participación en la historia de la salvación. Hay un cruce de miradas entre el Padre y el Hijo, y en el centro de este cruce se introduce la mirada del Espíritu Santo, es la vida interna de la Trinidad de Dios, continua generación de amor entre el Padre y el Hijo y continua presencia de amor recogido en el Espíritu.

   22. Y este amor divino no está destinado a permanecer encerrado en Dios, al contrario, se derrama en el mundo, la mano del Padre envía al Hijo que con la suya, al mismo tiempo que bendice la copa eucarística, señala al Espíritu en quien se recoge toda bendición para la salvación del mundo. Si finalmente nos fijamos en los bastones nos daremos cuenta de que, al mismo tiempo que señalan los espacios de las Tres Divinas Personas, entre el segundo y el tercero enmarcan el pie del Espíritu Santo. Es Dios que está a punto de levantarse y salir a nuestro encuentro.

   23. Y aquí nos quedamos, hemos entrado en la vida misma de Dios, la hemos contemplado y la hemos gozado, ahora esa vida se dirige a nosotros, a nuestra vida creada para llenarla con la gracia divina.

  24. Este es el momento final, porque no se trata de un icono para ver como espectador, sino para contemplar y vivir como cristiano, si hemos reposado en la vida trinitaria de Dios ahora él quiere reposarse también en nuestra propia vida. Por eso podemos invocar a la Trinidad divina diciendo:

    “Dios mío, Trinidad que adoro,
ayúdame a olvidarme enteramente de mí mismo
para establecerme en ti, inmóvil y apacible
como si mi alma estuviera ya en la eternidad;
que nada pueda turbar mi paz, ni hacerme salir de ti, mi inmutable,
sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu Misterio.
Pacifica mi alma.
Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo.
Que yo no te deje jamás solo en ella,
sino que yo esté totalmente allí,
totalmente despierto en mi fe,
totalmente en adoración,
totalmente entregado a tu acción creadora”.

 [Oración de la Beata Isabel de la Trinidad,
citada en el Catecismo de la Iglesia Católíca 260].

martes, 22 de mayo de 2018

YO HOY

   A veces parece que muchos de nuestros contemporáneos viven según la consigna del título: "yo hoy":
   - "Yo"... vos arregláte como puedas.
   - "Hoy"... después, mañana vemos.

   Si la Trinidad divina es un NOSOTROS ETERNO, entonces "yo hoy" es la filosofía del infierno.

(Para peor, en lengua castellana, el "yo hoy" suena muy parecido al "Yo Soy" con que se revela Dios en la Biblia (Éxodo 3)... lo cual hace más patética la actitud humana que pretende igualarse a Dios, pero que termina sintonizando con todo lo opuesto).

domingo, 6 de mayo de 2018

Un cambio muy grande y muy poco estudiado


Jesús celebró la Última Cena en el salón de una casa; así, por ejemplo, nos lo cuenta Marcos: Jesús “envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad… y díganle al dueño de la casa: El Maestro dice: «¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?». Él les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario».” (Mc 14, 13‒15).
   Allí, en esa “sala del piso alto” se siguen reuniendo los discípulos después de la Ascensión: “Los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos a Jerusalén… Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala donde solían reunirse… Todos ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hch 1, 12‒14).
   Lo que vemos aquí es que el lugar de reunión, oración y celebración del memorial eucarístico es una casa... no un templo especial.
   Lucas nos sigue contando que sucede lo mismo cuando el cristianismo empieza a difundirse en la ciudad de Jerusalén, incorporando a miles de creyentes: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones… partían en las casas el pan, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse” (Hch 2, 42-47).
  Luego, cuando Pedro estuvo preso “la iglesia oraba insistentemente por él a Dios” (Hch 12,5). Y, a continuación ‒cuando es liberado milagrosamente‒ Pedro “consciente de su situación, marchó a la casa de María, la madre de Juan, por sobrenombre Marcos, donde se hallaban muchos reunidos y en oración. Llamó él a la puerta del vestíbulo y salió a abrirle una servidora llamada Rosa…” (Hch 12,12s).
   Y otro ejemplo que podríamos agregar aquí es “la reunión para la fracción del pan” en una casa de Tróade en que están presentes Pablo y Lucas en Hch 20,7ss.
   ¿Qué vemos en estos textos? Que el lugar de reunión para la oración y la celebración eucarística son las casas de familia; y que hay una presencia significativa de las mujeres (la Madre del Señor, la madre de Marcos (el evangelista) en cuya casa se reunían, y Rosa).
   Hasta entrado el siglo IV las cosas siguieron así: el arte cristiano primitivo aparece en salas de casas de familia que se usan para las celebraciones y reuniones de oración.[1] Esto hacía que las reuniones y celebraciones tuvieran una calidez familiar, y una natural presencia laical y femenina. Este clima familiar está en plena sintonía con la palabra “Abbá” (= Papá), que es la mayor originalidad teológica de Jesús,[2] y con la sencillez del pan y del vino como signos centrales de su memorial.[3]
    Y recordemos otro elemento de esos primeros siglos que reforzaba el clima hogareño y la presencia femenina: los mismos ministros de la Iglesia eran casados ‒y padres de hijos e hijas‒ pues el celibato empieza a difundirse más tarde (y en Occidente).
   Cuando Constantino en el año 313 promulga el Edicto de Milán que declara al cristianismo religión permitida, genera algunos beneficios y algunos problemas. El problema que aquí nos ocupa es que Constantino traslada el culto cristiano a la basílica, que era un suntuoso edifico estatal para usos múltiples (“basílica viene de “basileus” = “rey”).[4] Y pone la mesa de la celebración en el lugar alto que usaban los funcionarios del poder (gobernadores, jueces) modificando completamente el escenario de la celebración que había elegido Jesús y que continuaron los apóstoles: la casa, la mesa familiar, la cena. Así también alejó a los ministros del resto de la comunidad, y los revistió de un aura de poder que el propio Jesús no quiso para sí. Al contrario, Jesús en la Última Cena no se revistió, sino que “durante la cena… se levantó de la mesa, se quitó sus vestidos y… se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido” (Jn 12, 2-5).[5]
    Los historiadores del arte cristiano ‒que se entusiasman con la aparición de los grandes edificios de Constantino‒ no prestan casi atención a la situación fundacional que representan Jesús, los Apóstoles y los primeros siglos cristianos. Peor aún: los especialistas en Liturgia no hablan de esto en sus libros, en los que suelen dedicar unas poquísimas páginas a veinte siglos de historia.
   Con trazo grueso, podemos decir que desde Constantino hasta el Renacimiento la grandeza y el lujo de los templos cristianos se fue incrementando, alejándose cada vez más de la sencillez hogareña original. Y en el contexto del Renacimiento estalla la Reforma Protestante que entre otras cosas busca (de modo no muy atinado) el retorno a esa sencillez.
   En esta época en el Espíritu nos está impulsando a seguir adelante con la reforma de la Iglesia creo que es bueno volver la mirada “a las fuentes” como nos proponía ya el Concilio Vaticano II.



[1] Véase al respecto: Huyghe, René, El arte y el hombre, Barcelona, Planeta, 1966; Tomo II, pp. 2‒13.
[2] Jeremías, Joachim, Abbá. El mensaje central del Nuevo Testamento, Salamanca, Sígueme, 2005, pp. 66‒68.
[3] Para ampliar sobre estos dos últimos elementos pueden verse en este mismo blog, las reflexiones: “¿Dios Padre como una mujer negra?” y “Apenas pan y vino” (buscando con el botón de búsqueda que está a la derecha).
[4] Constantino construye enseguida en Roma las basílicas de San Juan de Letrán, San Pedro y San Pablo Extramuros; y otras a lo largo y ancho del Imperio.
[5] También habría que recordar que el lugar que ocupa Jesús en la Última Cena no es un “lugar sacerdotal”, sino el lugar del padre de familia (o el hermano mayor, en ausencia del padre) que es quien preside la cena pascual judía. Esto no contradice el carácter ritual y de “memorial” que tiene la acción que Jesús realiza, sino que nos manifiesta la “posición” desde la cual Jesús lo realiza.

Próximo encuentro para prepararnos a la Peregrinación a Tierra Santa