domingo, 14 de agosto de 2016

La Santísima Trinidad y la felicidad humana



1. El deseo universal de felicidad.

            Todos deseamos ser felices.
Desde la antigua filosofía griega hasta las reflexiones –y los sentimientos–  contemporáneos, todos coincidimos en que el deseo de felicidad es algo connatural al ser humano. Decía –por ejemplo– San Agustín: “Ciertamente todos nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente enunciada”.[1]
            Y, a veces, nos preguntamos: ¿en qué consiste la felicidad?


2. A la luz de la Palabra de Dios.

            Leyendo el Evangelio según san Juan, encontramos tres valores supremos: la Vida, la Verdad y el Amor. Allí se nos dice:


– En cuanto a la Vida:
– “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios... En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.” (Jn 1, 1.4).
– “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.” (Jn 3,16).
 – “Yo he venido para que... tengan Vida, y la tengan en abundancia.” (Jn 10, 10).
– “Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?».” (Jn 11, 25-26).

– En cuanto a la Verdad:
– “Todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras. Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.” (Jn 3, 20-21).
– “Jesús dijo... «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres».” (Jn 8, 31-32).
– “Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».” (Jn 14,6).
– “Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz».” (Jn 18,37).

– En cuanto al Amor:
– Jesús dijo: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.” (Jn 13, 34-35).
– Jesús dijo: Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor... Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. (Jn 15, 9-13).
– Y dijo también Jesús: “Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos. (Jn 17,26).


3. Trinidad Divina y felicidad humana.

            Personalmente, creo que los tres valores supremos que nos muestra el Evangelio según San Juan son el contenido concreto de la felicidad que todos deseamos. Sobre todo, si imaginamos estos valores en su grado máximo Pues, si tenemos Vida eterna, Verdad total y Amor Infinito ¿qué más podríamos pedir? Cualquier otro valor que se nos ocurra queda incluido en estos tres.
            Además vemos que, si tenemos dos de esos valores, pero nos falta uno de ellos, no somos felices. Si tenemos vida y verdad, pero no tenemos amor, no somos felices. Si tenemos vida y amor, pero no tenemos verdad, entonces estamos confundidos y angustiados, y no somos felices. Y, si nos falta la vida, ni siquiera somos. Para ser felices necesitamos estos tres valores supremos inseparablemente unidos. Y si queremos una felicidad absoluta, necesitamos estos tres valores en su grado máximo.
            Y esto nos lleva a la Santísima Trinidad. Pues, al Padre –que engendra al Hijo, y a quien llamamos “Creador”– lo relacionamos con la Vida; al Hijo –que es la Palabra del Padre, y la Luz del mundo– lo relacionamos con la Verdad; y al Espíritu Santo –que es el Amor del Padre y del Hijo, y “el amor derramado en nuestros corazones” (Rom 5,5)– lo relacionamos con el Amor.[2]
            Y, ahora vislumbramos también por qué –para ser felices– necesitamos estos tres valores inseparablemente unidos: esto es así, porque las Tres Personas Divinas son inseparables.
            Por eso, podemos decir que la felicidad humana consiste en el encuentro y la comunión con la Santísima Trinidad. Si estamos en comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tenemos Vida, Verdad y Amor mientras peregrinamos en este mundo... Y tendremos Vida, Verdad y Amor de modo infinito y eterno, cuando pasemos más allá de este mundo.
Pues, más allá de las hermosas y gratificantes experiencias de amor y de amistad que podamos tener en este mundo, lo cierto es que “Sólo Dios sacia”.[3]


[1] Citado en CCE 1718.
[2] La reflexión cristiana ha llamado “apropiación” a este tipo de relación entre una de las Personas Divinas y algún valor o algún atributo divino. En la realidad, el valor o atributo es común a las Tres Personas, pero –pedagógicamente– se lo relaciona con una Persona en particular, para facilitar el conocimiento de lo peculiar de esa Persona. Ver, por ejemplo, Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 39, 7 y 8.
[3] Santo Tomás de Aquino, citado en CCE 1718.

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