domingo, 10 de julio de 2016

Los ideales y la misericordia


   Les cuento un equilibrio que descubrí primero en la Regla de San Benito ─cuando viví en el Monasterio Trapense de Azul─ y luego descubrí que Benito había tomado ese equilibrio del propio Jesús.
   En el capítulo 40 de la Regla, Benito trata sobre la bebida en el monasterio, y dice: “Aunque no es propio de los monjes beber vino, como en nuestros tiempos no se los puede convencer de ello, convengamos al menos en que no se beba demasiado, sino moderadamente” (RB 40,6). Y al principio del capítulo 49, sobre la Cuaresma, dice: “Aunque la vida del monje debería tener en todo tiempo una observancia cuaresmal sin embargo, como son pocos los que tienen semejante fortaleza, los exhortamos a que en estos días de Cuaresma guarden su vida con suma pureza, y a que borren también en estos días santos todas las negligencias de otros tiempos”.  Y en el capítulo 64 –que trata sobre el Abad─ Benito explicita el principio que está aplicando en los casos anteriores y aconseja que el Abad “regule todo de tal modo que los fuertes deseen más, pero los débiles no se desanimen” (RB 64,19).
   Este equilibrio, en que se señalan claramente los ideales, pero se atienden todas las situaciones con misericordia, es lo que vemos en Jesús: Él nos propone unas Bienaventuranzas que son unos


 ideales de vida elevadísimos: “Felices los pobres de espíritu… Felices los mansos, los misericordiosos, los puros de corazón…” (Mt 5, 1ss). Y Él no “negocia” estos ideales: no dice “Felices los misericordiosos de lunes a viernes de 14 a 19 hs.”. Más aún: Él mismo, con su propio ejemplo, nos muestra que el camino de la felicidad y la trascendencia está en el don de sí mismo, en un amor incondicional a Dios y a los hombres…
   Pero, luego, llega cualquier persona, en la peor de las situaciones, y Él trata de sacar de esa situación lo mejor que se pueda: “Yo tampoco te condeno: vete y no peques más en adelante” (Jn 8, 11; ver también, por ejemplo: Jn 4, 17-18 y Lc 7, 36ss).
   Nosotros, en cambio, oscilamos entre dos extremos inadecuados: o establecemos el ideal como norma general (sin tener en cuenta que vamos creciendo poco a poco); o diluimos los ideales, pretendiendo que “todo es igual y nada es mejor”… y pensando que la misericordia anula el llamado a la conversión. Cuando -en realidad- la conversión es lo primero que Jesús nos pide: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). Más aún: Lucas, “el evangelista de la misericordia” es también quien más insiste en la conversión y en “las grandes renuncias”.[1]


[1] Luis Rivas, en su conocido libro Qué es un evangelio indica que entre los “temas predilectos de Lucas” están: la misericordia, los grandes perdones (en que destaca casos de conversión, como el de Zaqueo) y las grandes renuncias; entre otros.

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