lunes, 10 de octubre de 2016

El ícono de Rublev (3ª Parte)



15. Pasando a la organización de las Tres Personas que están en primer plano observamos que están estructurados en forma circular. Un círculo exterior los enmarca y un círculo interior, señalado por el borde de la manga de la Persona central, reitera y profundiza el movimiento circular de la imagen. Esta organización circular hace que el cuadro tenga un movimiento propio, la mirada del observador es conducida de una Persona a otra, en un camino infinito. Es la vida del Dios trino que se pone ante nuestros ojos.

   Dios no es un puro permanecer en sí mismo, un absoluto quieto y


 muerto, sino que el ser de Dios es un permanente salir de sí una dinámica eterna de donación y comunión en la que nos va introduciendo la circularidad del cuadro. Todo esto da a la imagen, un “movimiento inmóvil” que evoca la Vida y Perfección infinitas de la Trinidad.




16. Esta vida se enmarca en un doble octógono que forman las bases sobre las que están situados los sitiales de las Personas laterales en combinación, bien con las cabezas de estas mismas Personas, bien con la casa y la montaña del plano superior.

   El ocho representa el octavo día, el primer día de la nueva semana, es el domingo de la resurrección. Este día tiene dos centros, por una parte la copa, que representa la Eucaristía, por otra parte el seno de la Persona central: el Hijo. A través del amor de Cristo, que se nos ofrece como realidad creada en la Eucaristía, se realiza la nueva creación, el nuevo tiempo de la salvación que es apertura a la eternidad de Dios. Compartir la copa eucarística es adentrarse en el misterio del amor que mana del seno de Cristo.        


17. Esta unión entre la Eucaristía y Cristo queda realzada por una tercera estructura: las siluetas de las Personas laterales representan una copa, reproducción de la copa central.

Esta segunda copa, resultado de la conjunción de la obra del Padre y del Espíritu que sostiene al Hijo, manifiesta el contenido de la copa central: Jesucristo, el salvador que viene de un largo camino de muerte simbolizado por el cuello descolocado de su túnica, pero también de resurrección y gloria que se muestran en la estola dorada que luce.

   La invitación de Dios en la Eucaristía es una invitación a hacernos hijos en el Hijo, no sólo compartimos la copa, sino que nos hacemos parte de ella, el sacrificio y el triunfo de Cristo son también nuestro sacrificio y nuestro triunfo.

   Además, si trazamos la línea horizontal que une los dos extremos superiores de “la copa grande”, vemos que esa línea horizontal pasa justo por encima del corazón del Hijo. Y, si –a esa línea horizontal– la cruzamos en el medio con una línea vertical, que vaya de la cabeza del Hijo a “la copa pequeña” que está sobre la mesa, nos queda el dibujo de... ¡la Cruz!


18. Las manos de las Tres Personas convergen en el signo de la eucaristía: ésta es el punto de aplicación del amor divino: las Tres Personas Divinas realizan conjuntamente la salvación del hombre, y este es el tema de su diálogo, evocado en la centralidad de la copa.

   Incluso puede verse un movimiento en las manos que –en sentido inverso al de las cabezas– parte del Padre, pasa por el Hijo derramándose en el cáliz, y llega al mundo de la mano del Espíritu Santo, que apunta hacia abajo.

   Y en ambos casos –cabezas y manos– todo indica al Padre como Origen: Origen del cual proceden las otras Personas en la eternidad (por eso el Hijo tiene su cabeza levemente inclinada hacia el Padre, y el Espíritu Santo, hacia el Padre y el Hijo) y Origen de la bendición y de la gracia en el tiempo (ver Catecismo de la Iglesia Católica 239, 244–245, 248, 254 para el primer aspecto, y 759 y 1077 a 1083).



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