domingo, 21 de mayo de 2017

Posmodernos y Peregrinos



   En estos días del tiempo pascual hemos leídos más de una vez la frase del Cuarto Evangelio en que Jesús dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
   Hubo una época en que la frase se recortó y se hablaba de Cristo como “Verdad y Vida”; y en el mismo contexto (y con el mismo trasfondo ideológico) se había olvidado a Dios como Trinidad, y se hablaba de Dios como “Uno e Inmutable”, y de la Verdad como “Una e Inmutable” como Dios mismo: a esta época responde lo que el sabio monje y teólogo benedictino Ghislain Lafont llama “el modelo gregoriano” de la Iglesia.[1] Una consecuencia de esto era la siguiente: si alguien no estaba en la Verdad corría el riesgo de perder la Vida eterna… con lo cual, hacerle aceptar la Verdad aunque sea a la fuerza se podía presentar como un acto bueno. Olvidaron a Jesús quien nunca forzó a nadie a nada, sino que invitó al seguimiento… (e incluso, invitó a que se vayan si eso querían: ver Juan 6, 67).
   En realidad, el texto de Juan 14 que nos ocupa habla del Camino, y se podría quitar “Verdad y Vida” y mantendría completamente su sentido narrativo:
   “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, se lo hubiera dicho; porque voy a prepararles un lugar…  Y ustedes conocen el camino a donde voy. Tomás le dijo: Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino (y la verdad, y la vida); nadie va al Padre sino por mí” (Juan 14, 2ss).
   El camino implica lo precario y lo mudable: si estamos de camino no estamos en casa y nos vamos moviendo. Y también implica un sentido, una orientación… y una meta. Puede haber caídas y cansancios. Incluso se puede equivocar el rumbo, pero también se lo puede corregir…
   Quien camina es peregrino, y asume la precariedad y la mutabilidad como condiciones del acercamiento hacia la meta.
   El peregrino conjuga -paradójicamente- la precariedad de su situación con la fidelidad a una meta. Y puede conjugar esto, pues el peregrino no camina confiado en sus propias capacidades, sino en el Espíritu Paráclito -que ilumina y fortalece- para andar por el Camino que es Jesús hasta llegar a la casa del Padre.
   Nuestra época, que se suele llamar “posmodernidad” tiene como rasgos principales la mutabilidad, la precariedad, la inestabilidad; por eso se ha hablado de una época “líquida” a diferencia de la solidez que podían ofrecer las situaciones e instituciones hace apenas unas décadas.
   La figura del peregrino puede servir para asumir nuestra situación de hombres de la posmodernidad, pero agregándole un sentido y una meta a la situación de “andar a la deriva” que sufren muchos de nuestros contemporáneos.



[1] En su libro Imaginer l´Eglise catholique, Paris, 2000; pp. 49-51.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario