domingo, 7 de mayo de 2017

Una enseñanza monástica sobre el inicio de la vocación

   
En la tradición monástica hay una enseñanza interesante sobre la vocación, que muestra que puede tener tres modos de iniciarse.
   Uno es el caso de Antonio, quien –al escuchar en la misa la lectura en que Jesús dice “vende todo lo que tienes y sígueme”‒ escuchó resonar de tal modo esa palabra en su corazón que, al salir de la iglesia, hizo eso y abrazó la vocación monástica. Y llegó a ser un gran santo, hoy recordado como San Antonio Abad, uno de los primeros “Padres del desierto”.
   El segundo es el caso de Arsenio, quien siendo joven iba con su padre a cazar al desierto. Allí conoció a los monjes que vivían en el desierto y le agradó su modo de vida; así que, llegado el momento, abrazó la vocación monástica. Y llegó a ser tan santo como Antonio.
   El tercer caso es el de Moisés, quien –pasando necesidad‒ debía impuestos al imperio y lo andaba buscando la policía imperial. Huyó al desierto y allí lo encontraron los monjes medio desfallecido y lo asistieron. Moisés se quedó con ellos y finalmente, también abrazó la vocación monástica. Y llegó a ser tan santo como los otros dos.
   Con lo cual tenemos tres clases de comienzo de una vocación: un llamado místico hecho por Dios mismo; el buen ejemplo de los hermanos; o la necesidad.
   Pero lo importante no es cómo empieza, sino cómo termina la historia.
  

(Resumen libre del texto de Juan Casiano, en Colaciones III,3, parte de la conferencia de Pafnucio).

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