viernes, 29 de marzo de 2024

La rica cristología con que comienza la Carta a los Hebreos

 

    “…cupo al autor de Heb 1, 1-14 el mérito de sintetizar todas las perspectivas, tanto la cristología ascendente como la descendente tanto la teología de la sabiduría como la de la palabra.[1] En forma de quiasmo se elevó de las funciones soteriológica (c) y cósmica (b) del Hijo a sus orígenes eternos y a su relación ontológica con el Padre (a) para regresar a aquellas funciones (b-c) reintegrándolas de un modo superior:

(c) en los últimos tiempos Dios nos habló por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo,

(b) por quien también hizo los mundos;

(a) el cual, siendo resplandor de su gloria y sello de su substancia,

(b) y sosteniendo todo con su palabra poderosa,

(c) habiéndonos purificado de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. ¿A qué ángel dijo: «Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy» (Sal 2, 7)? (Heb 1, 2-3.5).


   El círculo englobante (c-c) pertenece a la cristología ascendente del Mesías e Hijo de Dios (Heb 1, 2b: «a quien constituyó heredero de todo»; Heb 1, 3d -14: «sentado a la diestra de la Majestad en las alturas»). El círculo interior (b-b) pertenece a la cristología descendente de la Sabiduría y de la Palabra en su función cósmica (Heb 1, 2b: «por quien había hecho los siglos»; Heb 1, 3b: «sosteniendo todo con su palabra poderosa»). Finalmente, ocupando el centro (a), su eterna procesión y su relación con Dios (Heb 1, 3a: «el cual, siendo resplandor de su gloria y sello de su substancia»). De Sab 7, 25s («es un reflejo de la luz eterna, un espejo inmaculado de la actividad de Dios, una imagen de su bondad») retiene el epíteto «resplandor», elimina los de connotación más material (soplo, emanación) y, en lugar de «imagen», separada del original, prefiere «sello» (jarákter), por ser inseparable del modelo; «gloria» tiene la misma fuerza que «substancia» (hypóstasis) o naturaleza divina; «siendo» subraya su filiación eterna sin comienzo ni devenir, en contraste con su sacerdocio, que ha devenido (Heb 6, 20).

   Así vemos una sugestiva serie de testimonios que finalmente convergen en Cristo Jesús: desde aquella misteriosa generación del Mesías en la eternidad de Dios a la eterna coexistencia del Hijo con el Padre, pasando por los textos de preexistencia en los que culmina la revelación del Nuevo Testamento. Estos textos fueron los retenidos por el Catecismo: «Por eso los apóstoles confiesan a Jesús como 'el Verbo que en el principio estaba junto a Dios y que era Dios' (Jn 1, 1), como 'la imagen del Dios invisible' (Col 1, 15), como 'el resplandor de su gloria y la impronta de su esencia' (Heb 1, 3)» (CCE 241). Coinciden en presentar al Hijo como persona que se distingue de aquella que el Nuevo Testamento llama Dios (ho Theós) o el Padre (ho Patér), porque es la Palabra y Sabiduría que existe eternamente en el seno del Padre, antes de nacer en el seno de María ( cf. S. León I, Tomus II Leonis; DH 317).”

Ricardo Ferrara, El Misterio de Dios, correspondencias y paradojas, Salamanca, 2005; pp. 368-370.



[1] Cf  A. Vanhoye, Situation du Christ (Hébreux 1-2), Paris 1969.

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