miércoles, 25 de mayo de 2016

“Corpus Christi” también es “don de sí mismo” y “comunión”



  Las dos claves teológico-espirituales que propongo en mi síntesis también sirven para contemplar los “misterios sagrados” que son los sacramentos, en especial la Eucaristía.
  Pues en los dos sacramentos principales –que se complementan como el “sacramento-base” y el “sacramento-cumbre”– también encontramos las dos claves mencionadas.
   Pues el Bautismo es don de sí por la “inmersión “en Cristo»” y por la “muerte a la vida vieja”; y es el sacramento de la unidad de todos los cristianos (cf. CCE 838 y 1271).
   Y la Eucaristía –que en sí misma es un don inefable– a su vez es memorial del don de Jesús en el sacrificio del Calvario. Al mismo tiempo, la Eucaristía es presencia real de Jesús entre nosotros, que posibilita la comunión con Él (y “con Él, por Él y en Él” con la Trinidad entera) y entre nosotros.

 
   Además, los dones materiales del pan y del vino también se pueden contemplar desde esta doble clave. Pues, a diferencia de lo que hacemos espontáneamente los seres humanos, a saber: manifestar la presencia divina en edificios monumentales, majestuosos, “rocosos” y duraderos (durante siglos); a diferencia de esto, Jesús estableció su presencia real en pan y vino, realidades efímeras y vulnerables…  y directamente funcionales a ser comidas. Con esto manifiesta de modo radical su actitud de “don de sí mismo” (¡se hace nuestro alimento!). Y comiendo todos del mismo pan estamos en comunión con Jesús y entre nosotros:
    “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Ya que hay un solo pan, todos nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo Cuerpo, porque participamos de ese único pan” (1 Cor 10, 16s).
   Pero hay más: el memorial de Jesús revela una actitud eterna del Hijo de Dios, en relación al Padre que lo engendró. Siguiendo reflexiones del teólogo benedictino G. Lafont, podríamos decir que en la Trinidad contemplamos a Dios Padre como engendrar puro, actualidad pura e infinita comunicación.[1] Y contemplamos al Hijo como Receptividad pura y Eterna Eucaristía:
   - el Hijo recibe su ser divino del Padre y como “Receptividad pura –más allá de toda temporalidad y de toda distinción entre hipóstasis y operación–; es una recepción del don de Dios que no deja jamás de ser tal, pues no conoce la apropiación, pues reenvía el don recibido en un inmediato absoluto”.[2]
   - el Hijo también es Eterna Eucaristía (= Acción de Gracias) al Padre que lo engendró, y por eso se entrega eternamente al Padre con Gratitud Infinita.
   Y del Amor-Fontal-Sin-Origen del Padre y del Amor-Gratitud-Infinita del Hijo procede el Amor-Comunión-Eterna que es el Espíritu Santo.


[1] Cf. G. Lafont, Peut-on connaitre Dieu en Jésus-Christ? Problematique, Paris, 1969, 272.
[2] Ibid., 273.

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