lunes, 16 de octubre de 2017

Iglesia y política 2: la autonomía relativa de las realidades temporales

   A lo dicho en la entrada del día 12/10, se podría agregar algunas cosas más. La primera es la siguiente: la mayoría de nosotros (creo) que estaría de acuerdo en afirmar que entre lo religioso y lo político no debería haber una fusión (o confusión) pero que tampoco deberían estar en total oposición o en mutua indiferencia con total desvinculación (dado que el hombre es a la vez un ser político y un ser religioso como muestra la historia).
   Pero esta percepción habría que fundamentarla, pues en el mundo vemos desde regímenes teocráticos hasta laicismos recalcitrantes, que también reivindican tener su lógica.
   Para el pensamiento cristiano la fundamentación está dada en el mismo ser de Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre, “sin confusión y sin división”, pues en Cristo
   “la naturaleza humana fue asumida, no absorbida… El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre… se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22,2).
   Este ser de Jesús, inspira el principio de autonomía relativa de las realidades temporales, que sostiene que las realidades creadas tienen su propia consistencia, pero no están absolutamente desvinculadas del Creador:
   “Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que, por una excesivamente estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, sufra trabas la autonomía del hombre, de la 

sociedad o de la ciencia.
    “Si por autonomía de la realidad se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía. No es sólo que la reclamen imperiosamente los hombres de nuestro tiempo. Es que además responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte. Por ello, la investigación metódica en todos los campos del saber, si está realizada de una forma auténticamente científica y conforme a las normas morales, nunca será en realidad contraria a la fe, porque las realidades profanas y las de la fe tienen su origen en un mismo Dios. Más aún, quien con perseverancia y humildad se esfuerza por penetrar en los secretos de la realidad, está llevado, aun sin saberlo, como por la mano de Dios, quien, sosteniendo todas las cosas, da a todas ellas el ser. Son, a este respecto, de deplorar ciertas actitudes que, por no comprender bien el sentido de la legítima autonomía de la ciencia, se han dado algunas veces entre los propios cristianos; actitudes que, seguidas de agrias polémicas, indujeron a muchos a establecer una oposición entre la ciencia y la fe.
   “Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le oculte la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece. Por lo demás, cuantos creen en Dios, sea cual fuere su religión, escucharon siempre la manifestación de la voz de Dios en el lenguaje de la creación. Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 36).


   Este principio, aplicado a la relación específica entre lo religioso y lo político, sostiene la diferencia de ambos planos, con la adecuada autonomía de lo político. Y, al mismo tiempo sostiene que conviene que ambos ámbitos colaboren en vistas al bien integral de cada hombre y de todos los hombres.

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