miércoles, 14 de septiembre de 2016

Diagnóstico de la fe (1a Parte)



Presentación

   A principios de 1999 –comenzando yo a dar clases en un colegio secundario y viendo que los profesores tomaban “pruebas de diagnóstico” a los alumnos, para ver con qué conocimientos empezaban el año‒ le pregunté al P. Frans si a nadie se le había ocurrido hacer una especie de diagnóstico catequístico. Primero me dijo que no, y que era una buena idea… y luego recordó el artículo que ofrezco a continuación.
   Lo que sigue es un artículo del Dr. Paul Pruyser traducido en su momento por el P. Frans de Vos. He comprobado su utilidad en la práctica, y lo propongo a mis alumnos del profesorado de Ciencias Sagradas. Como ya hace tiempo que se acabaron los ejemplares de “impresión casera” que solía hacer Frans, ahora circulan “fotocopias de fotocopias” cada vez más ilegibles, me pareció que valía la


 pena hacer entrar este texto en el Siglo XXI, digitalizándolo y poniéndolo en la red. 
   El texto trata de 7 aspectos que se pueden analizar en un nuevo grupo, para ver su situación espiritual: lo sagrado, la providencia, la fe, la gracia, la conversión, la comunidad y la vocación. En esta primera entrega ofrecemos los tres primeros.
Espero les sirva.
                                                            
                                                                                                                                    Jorge Fazzari

Introducción

   El autor del artículo que traduzco y adapto es el Dr. Paul W. Pruyser.  No pretende ser ni teólogo ni psiquiatra: es un psicólogo clínico que trabaja en un instituto psiquiátrico donde se ocupa sobre todo de cursos post-grados para psiquiatras, trabajadores sociales, religiosos, terapeutas, etc. También se ocupa de formación de seminaristas. Su tarea específica relacionada con los religiosos es entrenarlos en lo que en inglés se llama “couseling” y que podemos traducir por “asesoría espiritual”. Constata que una de las tentaciones del sacerdote o pastor es moverse demasiado fácilmente en el terreno psicológico y pretende que la tarea del “pastor” debe consistir sobre todo en el acompañamiento de  la fe.  Para esa tarea elaboró una guía de diagnóstico de la fe.  Esta guía de diagnóstico pastoral me pareció útil para todos aquellos que se encuentran con las personas, individuos o grupos en relación con el despertar o la educación de la fe. En efecto, el anuncio de la Palabra supone una cierta capacidad de escuchar y el encuentro con las personas exige que sean tratadas con respeto y comprendidas en su situación.
   Dejaremos de lado algunas alusiones técnicas o bibliográficas y cada vez que el autor habla de “pastores” utilizaremos el término “agente de pastoral” o de “evangelización”, incluyendo así a los evangelizadores y catequistas en todos los niveles y no limitán­donos a la asesoría espiritual sino a todo encuentro evangelizador.
   El diagnóstico pastoral que ofrece es fácilmente reconocible desde un punto de vista teológico, pero procede de una manera fenomenológica, es decir, que parte ‒no de nociones abstractas‒ sino de hechos y palabras fácilmente reconocibles.  Con su ayuda los agentes de pastoral pueden hacerse una imagen aunque sea parcial desde donde pueden elaborar estrategias  pastorales.

                                                                                                                                                                       Frans De Vos


1. Conciencia de lo sagrado

   Una primera dimensión que habría que consta­tar» es la conciencia de lo sagrado en la persona o grupo concerniente: si algo le es sagrado, ¿qué es? ¿Qué adora? ¿Existe algo para él inaccesible o impenetrable? ¿Sabe lo que es un sentimiento de respeto?
   El agente de pastoral tiene que poder escuchar con un tercer oído. La persona con la que se relaciona, ¿se presenta como una creatura dependiente o más bien grandemente inflada y conforme consigo misma? ¿Es capaz de apreciar algo que se encuentra fuera de él? Si está abrumado por circunstancias desagradables ¿a qué o a quién estaría dispuesto a presentar una ofrenda? ¿Ha tenido alguna vez un sentimiento de pro­fundo respeto y de felicidad? ¿Cuándo y en qué situación? La persona con la que nos relacionamos quizás huye de todo misterio y excluye todo lo que sea trascendente. En este caso, ¿se trata de un positivismo disciplinado e intelectual, o da la impresión de que alguna vez se haya quemado? Esta podría ser una respuesta que indique que se retrajo mentalmente de la realidad objetiva y que está cargado con recuerdos dolorosos no muy disciplinados. Es posible que no considere nada como sagrado y que esconda todos sus sentimientos detrás de una tibieza emocional ejercitada. Al agente de pastoral le puede parecer pedante, con un aire de autosuficiencia, mientras que evidentemen­te busca ayuda.
   El agente de pastoral puede testear estas impresiones de una manera prudente y amistosa. ¿Siente que es solamente una creatura y cómo lo manifiesta? A veces la docilidad para aceptar lo inevitable muestra que es consciente de su limitación. A veces alguien ha­ce traslucir su sentimiento de impotencia mostrando una cierta humildad, sobre todo cuando es confrontado con problemas humanos omnipresentes y angustiantes, como son el dolor, el sufrimiento, el mal, la en­fermedad, la muerte o la pérdida.  Pero lo que pare­ce ser humildad puede ser arrogancia o exigencia en­trometida, por ejemplo en casos de piadosa humildad en que uno quiere que sea tratado por Dios con pre­ferencia y desea ser favorecido, especialmente des­pués de la muerte.
   Se han fantaseado innumerables habitaciones privadas en el cielo y se han amontonado enormes te­soros de merecimiento por almas aparentemente humildes que al fin y al cabo no dejan que Dios sea Dios. Desde Adán siempre han querido reemplazar secretamen­te al Creador, pero se atuvieron totalmente a las formalidades de buena educación que parecía que Dios quería. Jugaban el juego que les parecía que era el de Dios.
   La conciencia de lo sagrado y los sentimientos de respeto son también variables diagnósticas porque pueden llegar a develar lo que los teólogos llaman idolatría.  Alguien puede tratar a su automóvil con tanto respeto y hacer por él tantos sacrificios en tiempo, dinero y energía que otras ocupaciones y fi­nalidades sufren por falta de atención. Alguien puede considerar tan sagrada la bandera o mandarse la parte tanto con su medalla de guerra que la Nación o la Constitución parecen ser Dios, un caso claro de religión secularizada. El sentido de lo sagrado y el respeto pueden aplicarse a símbolos inadecuados y esto es incidentalmente una manera de definir la idolatría.  Como diagnóstico los agentes de pastoral tienen que ser inmensamente curiosos por los dioses de sus interlocutores.  No deben confundir su parlo­teo celestial con algo unívoco, sino tratar de exami­nar a qué se refiere ese parloteo en los pensamientos y en los actos de su interlocutor. Si es verdad que “donde está tu tesoro está tu corazón”, el conocimiento del corazón pondrá en nuestras manos la llave del tesoro y viceversa, y en esto radica una indicación diagnóstica muy valiosa.


2. La providencia

   La segunda variable diagnóstica es la Providencia, término sacado directamente de la Teología. Este concepto puede ser utilizado en distintos niveles. El nivel en que quisiera poner el acento puede resumirse de la siguiente manera: “lo que un ser humano quiere saber verdaderamente acerca de la Intención Divina es lo que Dios quiere para este  hombre concreto”.
   Definiciones abstractas y doctrínales de la Providencia significan algo, pero aceptar el significado de esta palabra para uno mismo personalmente significa mucho más. Las conversaciones pastorales están llenas de referencias implícitas a la Providencia. Gente con dificultades –y esto es comprensible‒ están confusos respecto a la pregunta ¿cómo la benevolencia y la malevolencia del poder divino que le vienen al encuentro se relacionan entre sí? Baste como ejemplo esta primera exclamación o pregunta típica: “¿Por qué? ¿Por qué me toca esta desgracia?”. Y también la pregunta siguiente: “¿Por qué justo a mí? ¿En qué lo merecí? ¿Qué quiere la Divina Providencia conmigo?”.
   En este sentido personal la Providencia es una palabra breve que puede incluir varios tipos de experiencias. La palabra puede contener una alusión a un bienestar de tipo cósmico. El agente de pastoral puede preguntar: “¿Existe también algo de bueno o amistoso en el mundo, o no hay más que miseria?”. También puede observar: “Pobre, esto es triste, me pregunto si ves alguna luz en algún lado”. Providencia puede aludir al deseo de recibir di­rección desde algún lado, desde arriba.  El interlocutor murmura entonces: “¡Ojalá supiera lo que es la voluntad de Dios!”.  Además la palabra Providencia indica la necesidad de ser cuidado y amado: “Dígame, ¿dónde puedo encontrar consuelo? ¿Qué ten­go que hacer? ¿Qué es lo que dejé de hacer? ¿Qué tengo que tratar de cambiar en mí mismo?”.
   La palabra Providencia está fuertemente re­lacionada con la capacidad de confiar.  Sin con­fianza no hay Providencia. En lugar de ella no hay más que malevolencia o amenaza de desgracia.  La persona en cuestión ¿confía realmente en el agente evangelizador con quien se encuentra? ¿Confía en que lo puede ayudar? ¿Confía en que puede ser ayu­dado verdaderamente y que es digno de ser ayudado? ¿Confía en que el agente de evangelización cree en una fuente más grande de ayuda, una fuente de buena voluntad, con “agua viva”? ¿Sabe y confía que la preocupación pastoral en realidad es mediadora de preocupación divina? Si es así la perspectiva pirognóstica no es tan sombría. Si no es así, debemos examinar otras cosas. Porque hay personas que efec­tivamente no creen en la Providencia y no esconden su opinión. Quizás no saben lo que es la benevolen­cia porque nunca la han encontrado. No han tenido una verdadera experiencia de ella, no confían en nadie.  Visto desde un punto de vista objetivo qui­zás tengan razones fundadas para no confiar en nadie: padres, clero, guardia-cárceles, docentes, Iglesia, Dios, el Universo.  No tienen esperanza y no cono­cen motivos para esperar.  No saben lo que significa ser cuidados: “El único padrastro mío, que parecía quererme un poco, mientras estaba en la secundaria, se murió en un accidente”.
   La Providencia también puede ser negada a cau­sa de sentimientos de gran competencia personal. Es­tos casos no buscarán fácilmente entrar en un diá­logo pastoral.  Pero ya que los sentimientos raras veces son puros y simples, tales personas orgullosas se encuentran a veces con los agentes evangelizadores y muchas veces muestran, una autosuficiencia narcisista mientras piden ayuda.  Quizás vagamente tienen conciencia de que su aire autosuficiente o su triunfalismo conscientemente subjetivo solamente es una postura, detrás de la cual se esconde una necesidad de ser contradichos.  Quizás tienen con­ciencia de que esto está mal por algunas razones y vinieron justamente para ser juzgados.
   Con la idea de Providencia como faro el agente evangelizador puede  hacer observaciones  sutiles que le informan sobre dónde está el interlocutor. Este faro es una guía segura hacia la dinámica de esperar y prometer, lo que tiene una gran importan­cia terapéutica. Esperar y desear son dos proce­sos totalmente diferentes. Para alguien que espera se trata de actitudes y buenas cosas en sentido general, como vida, libertad, salvación, liberación. Alguien que desea tiende a dirigirse hacia cosas específicas: dinero, lluvia después de la sequía, re­galos caros, la muerte de su enemigo.  El hombre esperanzado toca la realidad, alguien que desea al por mayor se entrega a pensamientos mágicos.  El que espera se basa y respeta el poder trascendente que tiene su propio fin impenetrable; el que desea inclina este fin hacia sí mismo y lo quiere adaptar a sus propios deseos. En lenguaje teológico, el que espera piensa escatológicamente y deja que Dios sea Dios; el que desea piensa solo apocalípticamente y busca vueltas en su suerte para que se cumplan literalmente sus fantasías vengativas.  El que espera dice: “Ahora veo en un espejo, en enigmas...” (l Cor 13,12); el que desea piensa en una habitación reservada en un hotel celestial.
   La otra vertiente del esperar y del desear es prometer. Es también una manera de relacionar la Intención Divina consigo mismo.  Reflexiones sobre lo que alguien piensa que Dios le ha prometido iluminan su personalidad. ¿Piensa y actúa como si Dios le debiera beneficios especiales, incluyendo una solución mágica al problema que se le presenta, o es suficientemente humilde para sentir que la presencia prometida de Dios le es suficiente y que eso es todo lo que tiene que pretender? Y, para seguir en el mismo sentido: ¿piensa la persona que el agente de evangelización le prometió soluciones especiales, promesa a la que se atiene legalísticamente, o apre­cia en el agente evangelizador que éste lo trate con una actitud servicial sin que le proporcione re­cetas precisas?
   Él lector habrá comprendido que las variables propuestas no son factores estáticos que están o no están y que tampoco son factores medible cuyo contenido e intensidad se deben descubrir. Es “prefe­rible verlos como temas multidimensionales que pre­sentan un panorama en el pensamiento del diálogo pastoral en el cual se organiza de alguna manera la visión que se tiene en distintos niveles y de un modo más o menos coherente.  Hacen posible al agen­te evangelizador y también a los interlocutores en­tablar un diálogo coherente.   Hacen descubrir cuál es el lugar de los conceptos de fe en la vida de una persona, qué influencia tienen sobre su pensamiento, sus sentimientos, sus actos y la manera cómo enfren­ta sus dificultades. Iluminan también las actitudes que son importantes en la relación evangelizador-evangelizando.


3.  La fe

   Esto se nace más claro en la tercera variable.  No encuentro mejor nombre que el de Fe, en sentido subjetivo.  La relación de esta fe con cualquier fe específica, con “la Fe como un con­junto objetivo e histórico de doctrinas tiene que ser examinado más que tomado como algo evidente. El uso diagnóstico de la variable de la fe consis­te en que el diálogo y las observaciones del agen­te evangelizador se dirigen hacia una actitud afir­mativa o negativa que la persona toma en la vida, de su entusiasmo o de su tibieza.   ¿El interlocu­tor es típicamente alguien que dice sí de corazón a los ideales y al esquema general de la realidad y de la vida, o más bien se inclina a ser negador crítico y prudente, alguien que está lleno de “sí, pero” y “aunque”? ¿Abraza la experiencia vital o se muestra temeroso?
   Aún Sartre, que se dice ateo, habla de buena y mala fe y valora mucho el compromiso.  La pregunta no es sólo a qué realidad alguien entregó su corazón,  sino si es capaz de dar su corazón a algo (no importa qué) o si es comprometido en sentido general.   La pregunta es si tiene el coraje de ser o si tiene la voluntad de crecer.   Jesús preguntaría por la fuer­za de la fe.  Las palabras que usamos no son tan importantes en sí, pero la disposición del evange­lizado es de mucho peso.   El uno está dispuesto a arriesgarse y ama quizás la aventura, el otro bus­ca un lugar seguro donde estar lo menos posible com­prometido. Algunos tienen coraje a pesar de su temor, otros se mueren de miedo. Si el agente evangelizador observa amistosamente: “Usted parece estar confundido”, uno inclinará su cabeza aún más: mientras que el otro levantará más las orejas y movilizará de golpe de una u otra forma de energía dormida.
   Existe ciertamente una relación importante entre fe y “la Fe” que se expresa con palabras, como: ' “Mi fe me dice...”, “Yo quiero ser fiel a mi fe”, o “Yo perdí mi fe”.   Estas frases hacen traslucir un uso posesivo, tenso y a veces defensivo del sistema de la doctrina religiosa como si fuera externo a lo que uno se agarra, algo que se usa como cobertura de seguridad, como código, como escudo, o instalación de protección. Un símbolo general muy frecuente de todas estas características es la Biblia, o la expresión usada con frecuencia por los interlocutores: “mi Biblia...”.   Se lo puede llamar bibliolatría, el valor diagnóstico de este símbolo de fe consiste en descubrir que es lo que hace en el horizonte de la persona: ¿Abre para él el mundo, o traza fronteras angostas y hace un pequeño nicho para un lugarcito seguro?   ¿Influye en la persona de una manera liberadora, activando todos sus talentos, estimulando su curiosidad y ampliando su compromiso, o lo mete en un chaleco de fuerza ahogándolo y frustrando sus dones?   ¿Se anima a internarse en el terreno del estudio, de la ciencia, del arte, del trabajo social, o se limita a literatura “nihil obstat” y a la comodidad de salitas de reunión parroquiales?   Es posible que se cierre para la mayor parte de los hombres y se relacione solamente con sus iguales:  los que piensan como él, los que recibieron la misma educación y tienen como él la misma actitud,  encerrado en un mundo pequeño y reducido donde reina el temor por los extraños.   Con otras palabras: esta dimensión de fe dice mucho respec­to a la apertura o la actitud cerrada de la per­sona en cuestión, y estos son factores importantes cuando se trata de hacer un proyecto de evangelización.

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