martes, 26 de diciembre de 2017

Iglesia Comunión

  En la entrada anterior, sobre la Navidad incomprendidad, dejé adrede una palabra controversial: "jerárquica". La intencionalidad es debatir si esta característica es esencial a la configuración eclesial o es una forma (o deformación) que tomó en un determinado momento, y que es modificable (o debe ser modificada).
   De hecho, la misma palabra "jerarquía" no existe en el Nuevo Testamento; y, más aún, la actitud que implica está en oposición con lo que reflexionamos en la entrada anterior y que contemplamos que es la actitud fundamental de Jesús... ¡y de toda la Trinidad!
   Remito a las tres entradas en que resumo el artículo de Ghislain Lafont sobre "La transformación estructural de la Iglesia", del cual cito aquí un párrafo ilustrativo: 
      “El rasgo esencial del nuevo modelo institucional  [surgido del Concilio Vaticano II] es que la Iglesia entera es la destinataria y responsable de la Revelación, ámbito de salvación para sus miembros, y origen de la misión. A esta Iglesia, Cristo resucitado ha enviado el Espíritu prometido; y es ella la que es santa y llamada a la santidad; es ella la que escucha la Palabra de Dios, la medita y la anuncia. La Iglesia es la que ora, celebra y entra en diálogo con el mundo.
   Esto es obvio para nosotros hoy. Pero esta concepción de la Iglesia puede ser “temible” en la medida en que durante siglos la organización de la Iglesia se había construido a partir de una idea jerárquica que privilegiaba al Papa y al sacerdote. Sólo el tiempo podrá revelar todas las dimensiones de la evolución que puede producirse.”: Cf. G. Lafont OSB, L´Eglise en travail de réformeImaginer l´Eglise catholique II, Paris, Cerf, 2011; pp. 188s (la traducción es mía).

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