domingo, 24 de diciembre de 2017

Navidad incomprendida

   “Cristo Jesús, aunque existía en forma de Dios,
no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, 
sino que se vació de sí mismo tomando forma de servidor,
haciéndose semejante a los hombres. 
   Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 
   Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo,
y le confirió el Nombre que está sobre todo nombre…” (Flp 2, 5ss)

   En este himno litúrgico creado por la primera comunidad cristiana ‒himno que Pablo encuentra e inserta en su Carta a los Filipenses‒ se recorre sintéticamente todo el misterio del Hijo: su existencia divina junto al Padre, su encarnación, su muerte, resurrección y glorificación.
   Y se manifiesta concretamente en la propia existencia de Jesús, la paradoja que Él mismo expresó: “el que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado” (Lc 14,11).
   De este modo, se revela que “el don de sí mismo” es la actitud divina fundamental, que en la encarnación y en la Navidad llega a un nivel inaudito: jamás el hombre podrá percibir exactamente el grado de abajamiento que implica la Navidad.
    Pues para medir exactamente una distancia, hay que conocer exactamente el punto de partida y el punto de llegada. En el caso de la Navidad, conocemos bien el punto de llegada: es nuestro mundo, nuestro valle de lágrimas. Pero no conocemos ‒ni conoceremos nunca‒ exactamente el punto de partida que es la divinidad: pues para conocer exactamente la divinidad hay que ser Dios.
   Este abajamiento divino debería ser siempre un severo llamado de atención respecto de nuestra tendencia humana a la exaltación, especialmente dentro de la Iglesia.
     Si el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos sus “hermanos” (Mt 28,10; Jn 20,17), es contradictorio que en la Iglesia no prime un clima fraterno y familiar, sino actitudes jerárquicas, verticalistas y juridicistas. Es contradictorio que primen los títulos honoríficos de origen monárquico (como “monseñor”) o los puestos de primacía de origen político (como “presidente” de tal o cual comisión) en lugar del fundamental título cristiano de “hermano”, o la fundamental actitud cristiana de “servidor”. “Todos ustedes son hermanos” nos dice Jesús, recomendándonos severamente apartarnos de las actitudes de superioridad y legalismo de los fariseos (Mt 23,8 y su contexto).
   Si “teología” significa “conocimiento sobre Dios”, el único verdadero teólogo es Jesús porque: “Nadie ha visto jamás a Dios; el unigénito Dios, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer” (Jn 1,18). Y Jesús nos reveló la identidad de Dios como “Abbá” (es decir “Papá”), con un uso inaudito y originalísimo suyo.
   La Navidad es un llamado a configurar una comunidad cristiana fraterna: el Hijo de Dios se ha hecho nuestro hermano, nos ha revelado a Dios como “Padre nuestro” y nos ha comunicado su Espíritu para que podamos vivir como hermanos.

   Si vivimos realmente como hermanos, todo lo demás se realiza como consecuencia. Seremos una comunidad solidaria pues no podremos soportar que un hermano nuestro pase necesidad. Seremos una comunidad misionera antes ‒incluso‒ de misionar: como sucedía con los primeros cristianos, ante cuyo amor fraterno los mismos paganos exclamaban admirados: “¡Miren cómo se aman!”… y querían adherirse a la Iglesia (cf. Jn 13,35).





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